Melancol¨ªa del asombro
La genuina admiraci¨®n no es la del ignorante, sino la del sabio que ve cuestionado alg¨²n aspecto de su sabidur¨ªa
Todos conocemos a personas que parecen asombrarse por cualquier cosa. A poco que se les proporcione noticia de algo no por completo habitual exclaman, subrayando su expresi¨®n de sorpresa con un punto de fingido esc¨¢ndalo, ¡°?qu¨¦ fuerte!¡±, ¡°?no me lo puedo creer!¡± o cosas que se le parezcan. Generalmente, este tipo de personas no se molestan en esconder o ni tan siquiera en disimular su propensi¨®n al asombro. Tenemos derecho a suponer que la raz¨®n de ello es que dan por supuesto que semejante actitud constituye un indicador, a ojos de los dem¨¢s, de una fresca capacidad para sorprenderse ante lo nuevo o ¡ªmejor a¨²n para la imagen que acostumbran a tener de s¨ª mismos¡ª de insobornable integridad personal, especialmente en los casos en los que aquello que les escandaliza es una conducta ¨¦ticamente reprochable. De hecho, en determinados ambientes ¡ªcomo el period¨ªstico, sin ir m¨¢s lejos¡ª mantener, o cuando menos aparentar, una tal actitud suele recibir una valoraci¨®n abiertamente positiva.
En el otro extremo se encontrar¨ªan quienes no se asombran por absolutamente nada, aquellos que, a cualquier cosa que sea la que se les notifique, por impactante o ins¨®lita que a primera vista pudiera resultar, responden de manera indefectible: ¡°Ya se sabe¡±, ¡°normal¡±, ¡°lo t¨ªpico¡± o similares. Como en el caso de esta respuesta tiene perfecto sentido que el informante se interese por eso en concreto que su interlocutor supuestamente ya sab¨ªa o considera de una absoluta y t¨ªpica normalidad, y que, por a?adidura, le sirve para desactivar por completo el menor gesto de asombro, lo m¨¢s habitual es que este ¨²ltimo proporcione como explicaci¨®n alguna banalidad del tenor de ¡°en nuestra sociedad el dinero es lo ¨²nico que al final importa¡±, ¡°todo el mundo se mueve por el poder¡±, ¡°no hay m¨¢s que envidias y egos: qu¨¦ se puede esperar de la condici¨®n humana¡± o afirmaciones parecidas.
No conoce gran cosa la persona que no es capaz de detectar la menor novedad y necesita acallar todo con un ¡°ya se sabe¡±
Tambi¨¦n es de suponer que en este caso, como en el anterior, quienes as¨ª proceden se encuentran igualmente convencidos de que su incapacidad para asombrarse indica una cualidad, en esta ocasi¨®n la de una profunda sabidur¨ªa que les permite desactivar el factor sorpresa que suele acompa?ar a cualquier novedad, sorpresa que tanto deslumbra ¡ªsuelen pensar¡ª al com¨²n de los mortales. Una variante sofisticada de dicha actitud vendr¨ªa representada por quienes, en medios supuestamente intelectuales, se empe?an en cauterizar el asombro cuando lo impactante o ins¨®lito adopta la forma de una propuesta te¨®rica. En tales casos, la resistencia a reconocer el valor de lo que se presenta como novedad suele adoptar una forma casi siempre pr¨®xima a ¡°esto ya lo podemos encontrar en el cl¨¢sico...¡± (y a continuaci¨®n el nombre del autor o de la obra cl¨¢sicos que correspondan). Como es de sobras conocido, los hay que poseen la cualidad, especialmente valorada en entornos acad¨¦micos, de ser capaces de encontrar, para cualquier cosa que se presente con aspiraciones de novedad, aquel texto en el que ya se hab¨ªa planteado eso mismo con unos cuantos siglos de antelaci¨®n.
A pesar de que a primera vista pudiera parecer que nos encontramos ante figuras antag¨®nicas, en realidad y a poco que se piense tanto los asombrados impenitentes como los refractarios a todo asombro representan formas perfectamente complementarias (mal que les pese a los segundos) de ignorancia o, si se prefiere formular esto mismo de una forma m¨¢s convencional, ambas se dejan pensar como dos caras de una misma moneda. En el primer caso, resulta evidente que muy escaso poso de conocimiento parece haber dejado la experiencia a aquel al que absolutamente todo le viene de nuevas. Porque si conocer es establecer relaciones, ser capaz de determinar lo que vincula conductas o realidades a veces de apariencia diversa para, de este modo, establecer causas comunes que den cuenta de todas ellas, estamos autorizados a afirmar que quien ante cada cosa por separado se asombra una y otra vez dispone de un conocimiento francamente escaso.
De manera an¨¢loga, tampoco se puede decir que conozca gran cosa la persona que no es capaz de detectar la menor novedad y necesita acallar cuanto se presenta como tal a base de subsumirlo con su esterilizador ¡°ya se sabe¡± en las regularidades ya certificadas. En su caso, el problema no es tanto que no sepa, como que no quiere saber m¨¢s, esto es, se da por satisfecho y colmado en su curiosidad con lo que en un momento dado alcanz¨® a conocer. En este caso con el agravante de que en ning¨²n momento pone en cuesti¨®n eso ya sabido que le hace renunciar a seguir pensando.
No hay aqu¨ª tampoco lugar para el asombro, aunque en este segundo caso se deba a una mala interpretaci¨®n del mismo. Porque el asombro no es la otra cara de la moneda del conocimiento, sino la mejor cara de este. El genuino asombro no es el del ignorante, sino el del sabio que ve cuestionado alg¨²n aspecto de su sabidur¨ªa. Por eso, podr¨ªamos sostener que si alguna ense?anza deber¨ªa dejarnos la edad es la del aprendizaje del asombro. O, si prefieren formularlo de esta otra manera: sabio es quien ha aprendido a distinguir ante qu¨¦ merece la pena asombrarse.
(*) Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa y expresidente del Senado. Autor del libro ¡®El Gran Apag¨®n. El eclipse de la raz¨®n en el mundo actual¡¯ (Galaxia Gutenberg).
Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aqu¨ª para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.