No hay peor odio que el de la propia sangre
Realista por el modo en que trasluce los interiores de la Espa?a rural, truculenta como una velada de grand-guignol, introspectiva, La familia de Pascual Duarte no parece presa f¨¢cil para un adaptador teatral. Ni el narrador en primera persona que Cela utiliza como recurso literario ni los hitos extremos que salpican de sangre la vida del protagonista, son un material que pueda traducirse al lenguaje esc¨¦nico as¨ª como as¨ª. Tom¨¢s Gayo, cuya perseverancia en producir espect¨¢culos de cierto riesgo (por el tema y por el n¨²mero de actores contratados) nos depara gratas sorpresas, esta vez se ha liado doblemente la manta a la cabeza al encargarse tambi¨¦n de escribir una adaptaci¨®n sint¨¦tica, fluida y fiel tanto al esp¨ªritu como a la letra de la novela.
El primer escollo salvado es la elecci¨®n de un actor dual, capaz de incubar los arrebatos de sangre del protagonista en un temperamento introvertido: Pascual es un volc¨¢n en un glaciar. Miguel Hermoso le pone al vocabulario recio del convicto extreme?o la m¨²sica de una prosodia cultivada, pero tiene en escena un peso rural (y en los momentos de bravura unos arrestos) que lo agigantan. Su primer mon¨®logo, dicho al vac¨ªo primero, deber¨ªa de dirigirse a p¨²blico desde el arranque mismo: en ese cara a cara, el actor logra, poco a poco, meternos en harina dram¨¢tica.
El montaje de Gerardo Malla respira esa violencia contenida, presta a estallar por un qu¨ªtame all¨¢ esa linde, de la obra de Cela, que tan bien refleja el lado oscuro de la Espa?a interior, y la bilis que se cuece puertas adentro: ¡°No hay peor odio que el de la misma sangre. Uno llega a aborrecer ese parecido¡±, viene a decir Pascual, en una frase que anticipa el ¨²ltimo y peor de sus cr¨ªmenes. El director sit¨²a alguno de ellos fuera de campo, o los deja al hilo del relato, con muy buen criterio: puesto a la vista, tal c¨²mulo de horrores solo resultar¨ªa convincente en un espect¨¢culo par¨®dico, a lo Sweeney Todd. Sin embargo, ¨¦l y sus actores se lanzan con arrojo a dramatizar frontalmente el duelo mortal entre el protagonista y El Estirao, que pone en vilo al espectador tanto por lo que en la ficci¨®n se dilucida como por el riesgo art¨ªstico que Hermoso y Sergio Pazos arrostran durante esa inmersi¨®n cuasi naturalista hecha a pulm¨®n.
Malla renuncia a utilizar un c¨®digo teatral m¨¢s contempor¨¢neo, para poner el espect¨¢culo enteramente en ¨¦poca. La escena de amor violento entre Pascual y Lola, tras el funeral del hermanito Lelo, respira una sexualidad sangu¨ªnea. La del asesinato de la madre reinterpreta la de la novela con un margen de genuina libertad creativa: su resoluci¨®n aporta un punto de vista in¨¦dito.
La Lola de Ana Otero tiene sex appeal y unos prontos que le ponen las entra?as en la punta de la lengua. Sin tener respecto al actor protagonista la diferencia de edad que hay entre Pascual y su progenitora, Lola Casamayor hace cre¨ªble a la madre insidiosa y col¨¦rica (y de paso da una lecci¨®n de control de la energ¨ªa desplegada). ?ngeles Mart¨ªn completa eficazmente el reparto.
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