Los restos de un mundo pret¨¦rito
Bruce Springsteen apabull¨® a la multitud con un concierto vibrante, directo e intenso
Comenz¨® tarde, pero como casi todo en Springsteen tuvo explicaci¨®n: parte del p¨²blico se agolpaba en las puertas del Estadio Ol¨ªmpico y no era cuesti¨®n de comenzar sin ¨¦l. Con todos dentro, la m¨²sica de Donna Summer, fallecida ayer, acogi¨® a la E Street Band en su salida al escenario. Todo el estadio ten¨ªa las luces encendidas, tanto como las gargantas de la multitud que acogi¨® al jefe, saliendo entre sus m¨²sicos como uno m¨¢s. ?tica proletaria obliga.
Salud¨® dej¨¢ndose los ri?ones en cada palabra, empuj¨¢ndolas como quien tira de una carretilla. Catalu?a y Barcelona fueron las destinatarias del agasajo, mientras el p¨²blico olvidaba la espera y enloquec¨ªa entre saltos mientras Badlands abr¨ªa el concierto tras el preceptivo one, two, three. Todo luz, todo gritos. Escalofr¨ªos. Es cierto, no todas las concentraciones de masas intimidan o asustan, algunas provocan una euforia irrefrenable, contagiosa. Badlands, badlands, se desga?itaba Springstreen en el estribillo como si fuese el ¨²ltimo, mientras Little Steven le miraba como si fuese Tony Soprano.
We take care of our own fue el segundo tema y las luces del estadio ya se apagaron, dejando al escenario a merced de la austeridad propia de todos los conciertos de Springsteen, casi monacales en aparato. Los pu?os de la multitud segu¨ªan golpeando el aire como castigando a todos aquellos que castigan, y a quien se desear¨ªa fuesen v¨ªctimas de una bola de derribo, una Wrecking ball que sali¨® a escena en tercer lugar. Springsteen en estado puro. Y solo acababa de comenzar.
¡°Su mensaje
Iba de negro, a juego con los tiempos y con el color de ese cabello no particularmente de sexagenario que gasta. Mu?equeras tambi¨¦n negras para enjuagar un sudor que al cuarto tema, No surrender ya hubiese marcado su camisa y chalecos de ser claros. As¨ª, tras la algarab¨ªa c¨¦ltico-rockera de Death to my hometown present¨® un My city in ruins soulero donde brill¨® la secci¨®n de metales. En la feliz Out in the street ya corr¨ªa por escena como quien desear¨ªa ser un mozalbete y despu¨¦s descolocaba a la multitud con un inesperado Talk to me.
M¨¢s previsible fue el gui?o a los indignados, a quienes como en Sevilla dedic¨® la solemne Jack of all trades, una canci¨®n que no suena precisamente euf¨®rica. Acabada la canci¨®n qued¨® en el centro del escenario, componiendo esa imagen tot¨¦mica del hombre que todo lo desaf¨ªa con la intachable honestidad de quien se enfrenta al mundo con el sudor y una guitarra.
Pero as¨ª es Springsteen y por eso es quien es, su mensaje no tiene segundas lecturas, ni recovecos ni equ¨ªvocos, se lee tal cual, impasible a la miniaturizaci¨®n digital. Igual que su m¨²sica, rock directo, apuntalado a guitarrazos, euforizante, vitam¨ªnico, machote. Como ese Murder incorporated tambi¨¦n inesperado que brot¨® de esa garganta que parece hecha solo para decir palabras de hombre, arropada por la secci¨®n de metal y por un general estruendo de banda a todo trapo que parec¨ªa arrinconar el concepto sutileza all¨ª donde se aburren los t¨¦rminos in¨²tiles.
El p¨²blico apenas
Los aplausos que brotaron despu¨¦s fueron ensordecidos por el riff inicial de Johnny 99, que sigui¨® por las sendas rockeras cl¨¢sicas por el esfuerzo tan propio de Springsteen, quien cambi¨® el gesto por sonrisa cuando los metales pasaron a ocupar la boca del escenario y las coristas aportaron negritud al asunto. Luego se aparc¨® el catal¨¢n por el internacional are you ready para dar paso a You can look (but you better not touch).
El concierto estaba cerca del ecuador y el p¨²blico apenas hab¨ªa tenido tiempo para aplaudir, avasallado por una banda que asest¨® su siguiente bofetada con She's the one.
Sin soluci¨®n de continuidad, una de las constantes de la noche pareci¨® no dar respiro, son¨® Shackled and drawn con ese aire de himno celta ¨²til para tabernas, y apenas apagados sus ecos lleg¨® Waitin' on a sunny day. El estadio volvi¨® a botar al reencontrarse con una pieza dorada cuyo estribillo cant¨® una ni?a. Y luego silencio. Por vez primera en las casi dos horas que se llevaban de actuaci¨®n. R¨¢pida reacci¨®n del respetable pidiendo... The river. S¨ª, son¨® y el estadio se meci¨®. Se volver¨ªa a sacudir, a re¨ªr, a bailar, a protagonizar esa ceremonia que nunca falla gracias a Prove it all night, Hungry hearth, The rising, We are alive y Thunder road, temas que cedieron el testigo a los bises.
All¨ª himnos del calibre de Born in the USA o Born tu run y Dancing in the dark abrieron paso al final. Se acababa la liturgia, celebraci¨®n de un siglo que muri¨® enterrado por otro, asesino de esperanzas que ayer reverdecieron por solo tres horas con la m¨²sica que lleg¨® para cambiar un mundo al que s¨®lo maquill¨®.
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