En caso de duda, Coldplay
El espect¨¢culo deja sin saciar el apetito de los 55.000 espectadores del Calder¨®n Chris Martin no se cansa de repetir lo mucho que nos quiere
Hab¨ªa estado la tarde tontorrona, con tormentas y chaparrones tan virulentos como el mal humor, hasta que dieron las 22.06, apareci¨® Chris Martin ¡ªtan radiante, tan magn¨¦tico, tan inequ¨ªvocamente guapo¡ª por el Vicente Calder¨®n y se nos curaron casi todos los males. Coldplay es un revulsivo de masas por la v¨ªa r¨¢pida: suena Hurts like heaven, se nos encienden las miles de pulseritas de colores que, obedientes, nos hab¨ªamos colocado a la entrada, los fuegos artificiales le hacen burla a los nubarrones del cielo y el estadio se convierte en una gigantesca verbena tecnol¨®gica. Un delirio sensorial y, de paso, un terremoto para los edificios cercanos, que temblaban para disgusto de los inquilinos menos comprensivos con los efectos colaterales del rock.
Los del cuarteto londinense son espect¨¢culos medidos al mil¨ªmetro y sin margen para lo inesperado. Si Springsteen acepta peticiones y se concede alg¨²n capricho cada noche, los brit¨¢nicos tocan lo mismo en Madrid, Oporto (el viernes) o la Cochinchina. La fiesta es masiva y predecible, pero no por ello menos gozosa. Hay estribillos con mucho Oo ooooo ooo diseminados por el repertorio, cinco imponentes pantallas gigantes esf¨¦ricas, ba?os en confeti y, a la altura de Lovers in Japan, lluvia de globos. Hay un cantante que engatusa a la multitud como si personalizara sus agradecimientos en cada uno de los 55.000 asistentes. Y hay, sobre todo, una alta concentraci¨®n de grand¨ªsimas canciones. Cuando Martin se sosiega por vez primera frente al piano con The scientist, caemos en la cuenta de que nuestros hijos seguir¨¢n emocion¨¢ndose con ese t¨ªtulo, In my place, Major minus, Violet hill o Fix you.
En caso de duda, as¨ª pues, siempre nos quedar¨¢ Coldplay. Europa se nos hunde, los ¨¢nimos flaquean, las boticas despachan psicof¨¢rmacos a destajo y los sueldos hace tiempo que entraron en fase de evanescencia, pero el ciudadano reba?a de casi donde no hay, apura las monedas que un d¨ªa atesor¨® en el hoy esquel¨¦tico cerdito y se pasa a las marcas blancas hasta en la cerveza. Todo, con tal de no renunciar a los exiguos 96 minutos de fest¨ªn de anoche, una raci¨®n que, como ya sucediera en octubre en Las Ventas, no logr¨® saciar el apetito de casi nadie.
Zalamero como ¨¦l solo, el hombre de camiseta azul turquesa pirope¨® las excelencias de la ciudad y no se cans¨® de decirnos lo mucho que nos quiere. Martin siempre resulta mucho m¨¢s c¨¢lido que mesi¨¢nico. Quiz¨¢s sea ese matiz el que lo diferencia de Bono, el otro l¨ªder carism¨¢tico al que remiten todas las comparaciones. El hombre fuerte de U2 es un tibur¨®n de Wall Street, aunque le encantar¨ªa retratarse como la voz del pueblo en una cumbre del G-8. El rubito, en cambio, no anhela cambiar el mundo: se conformar¨ªa con robarnos el coraz¨®n. Provocarnos alg¨²n ratito de euforia, un par¨¦ntesis de sosiego interior. En ocasiones lo consigue, aunque puede que esa rar¨ªsima capacidad para la empat¨ªa m¨²ltiple sea lo que jam¨¢s le perdonar¨¢n sus detractores.
En el segundo escenario se sucedieron la anodina Princess of China o un Up in flames sin la intensidad de otras veces. Pero el relativo baj¨®n emocional se remonta en cuanto nos suministran Viva la Vida, himno ya indisociable de este aturullado siglo XXI y un c¨¢ntico a esa hermandad, siquiera fugaz, del que solo por pudor reprime las ganas de abrazarse con su vecino de asiento. Los bises arrancaron en una tercera tarima, en el otro extremo del campo, con Us against the world y sus excelentes armon¨ªas vocales. Y tras la adrenalina final (Every teardrop is a waterfall), la cruda realidad: hoy es lunes y seguimos regul¨ªn. Pero un par¨¦ntesis en el universo feliz de Coldplay sabe a dulce golosina.
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