Peleando con Hamlet

Cuanto mejor conocemos una obra, m¨¢s exigentes somos con la manera en que se interpreta y se monta. Cuando vemos una comedia in¨¦dita o una rescatada justamente del olvido, el aliciente de la novedad nos compensa de los errores de la puesta en escena. En las obras can¨®nicas cada mala decisi¨®n de montaje es una mancha de frambuesa en un traje de gala. Este Hamlet, estrenado en la sala peque?a del Matadero, tiene un buen principio, un final bien urdido y, entremedias, mil altibajos. El gran actor brit¨¢nico Will Keen, ahora en funciones de director junto a Mar¨ªa Fern¨¢ndez Ache, responsable tambi¨¦n de una traducci¨®n expresiva y respetuosa, lo han envuelto con una escenograf¨ªa, vestuario y espacio sonoro que ponen el texto isabelino en un contexto actual.

As¨ª, Claudio, rey usurpador, certeramente interpretado por Pedro Casablanc, es un sosias de nuestros gobernantes, que prometen hoy lo que negar¨¢n ma?ana, y Polonio parece un compa?ero de partido. El atinado concepto de la puesta en escena, inspirada en las de Declan Donnellan y, en lo que al movimiento de los actores y a su desdoblamiento respecta, en las de Simon McBurney, no acaba de fraguar por errores de casting y de direcci¨®n de int¨¦rpretes, y por la inexactitud de soluciones tales como la ida y venida de la nube de personajes que, en la escena segunda, distraen de la acci¨®n interior. El Hamlet de Alberto San Juan, m¨¢s que alguien que finge locura, parece loco a tiempo completo: incluso cuando est¨¢ consigo a solas. Su trabajo no evoluciona de la duda a la determinaci¨®n: desde la primera escena parece decidido a todo.

En una obra que gira en torno a ¨¦l, pronto fatiga que ilustre la mayor¨ªa de las frases del pr¨ªncipe dan¨¦s con gestos redundantes y que las salpique con pausas colocadas en lugares tan inapropiados como, por ejemplo, entre pronombre demostrativo y sustantivo. Su parad¨®jica interpretaci¨®n es un muestrario de los lugares comunes que su personaje ruega a los c¨®micos reci¨¦n llegados a Elsinor que eviten: ¡±No serr¨¦is el aire con las manos¡±, dice, mientras Antonio Gil, que encarna a su interlocutor, ironiza con agudeza sobre lo obvio de consejos tales.

Acaso porque algunos actores no llegan a estar o est¨¢n apenas, el espect¨¢culo resulta disperso a ratos: no tiene esa energ¨ªa que amarra con hilo de oro la atenci¨®n del espectador (no pocos se fueron en el descanso), salvo en el tramo final, donde todo y casi todos, San Juan el primero, se colocan de repente en su sitio. La escena de los enterradores es un soplo de aire fresco, insuflado con comicidad exacta por Antonio Gil y Secun de la Rosa, que se desdoblan con salero en otra media docena de papeles. Javivi Gil (Polonio) hace una divertida creaci¨®n de la escena de la carta, muy bien montada.