El ob¨²s m¨¢s rojo
Mercedes N¨²?ez sufri¨® la represi¨®n franquista y nazi por su militancia comunista
Si Mercedes N¨²?ez (Barcelona, 1911-Vigo, 1986) hubiese querido, al abrir las manos se las habr¨ªan llenado de oro y chocolates, pero eligi¨® cerrar el pu?o y erguirlo en rebeld¨ªa. Nacida en un confortable nido familiar de tradici¨®n joyera y chocolatera, abraz¨® el comunismo en su Barcelona natal en los a?os treinta y en Galicia lo grit¨® convencida desde finales de los setenta. Entre ambas fechas, pag¨® con su libertad la desfachatez de ser roja. Su noche de piedra entre Galicia y Madrid trat¨® de disuadirla de la lucha a base de penurias e injusticia, pero solo la convenci¨® de que jam¨¢s volver¨ªa a una jaula franquista. En el exilio se gan¨® un billete en el vag¨®n de la muerte. En el campo de concentraci¨®n de Ravensbr¨¹ck (Alemania) casi se le escapa la vida.
Este domingo, de la mano de su hijo, el nombre de Mercedes reverber¨® en la isla de San Sim¨®n, que se convirti¨® en bandera contra el olvido y reivindic¨® 76 a?os de memoria que el silencio envenena. De padre gallego y madre catalana, fue cat¨®lica practicante hasta su juventud, recibi¨® nociones de piano, franc¨¦s y buenos modales. Le apasionaba la vida pol¨ªtica que agitaba las calles y admiraba desde la grada los progresos de la Segunda Rep¨²blica. Pero en julio de 1936, el eco de los primeros disparos en las calles de Barcelona la oblig¨® a posicionarse. ¡°Ya no se pod¨ªa ser neutral¡±, afirmar¨ªa a?os m¨¢s tarde.
En 1939 busc¨® refugio en Galicia y se equivoc¨®. En la calle Real de A Coru?a, las garras del franquismo le arrebataron por primera vez la libertad mientras trataba de reorganizar el Partido Comunista en la ciudad. Estuvo primero en la vieja c¨¢rcel de A Coru?a, junto a la Torre de H¨¦rcules. Despu¨¦s la trasladaron a la prisi¨®n madrile?a de Las Ventas. En un almac¨¦n inmundo con 6.000 mujeres hacinadas en un espacio pensado para 500, aprendi¨® durante dos a?os a conjurar miserias entre sardanas, pandeiradas y alal¨¢s mientras reflejaba bajo su l¨¢piz rostros que a?oraban espejos. Le echaron doce a?os y un d¨ªa, pero en 1942 cruz¨® la puerta de salida por un error administrativo. ¡°Explica en la calle lo que has visto aqu¨ª¡±, le susurraron en el ¨²ltimo abrazo.
En Francia ejerci¨® como enlace hasta que se la llev¨® un convoy que castigaba disidentes. El infierno parti¨® de Carcassonne en un vag¨®n donde 53 mujeres viajaron api?adas durante cinco d¨ªas hacia un destino incierto. Faltaba espacio, agua y comida, pero la Marsellesa brot¨® de unos cuantos pulmones agotados y, como un reguero de p¨®lvora, estremeci¨® las latas de aquel tren de mercanc¨ªas.
Con un tri¨¢ngulo rojo que la identificaba como presa pol¨ªtica y un n¨²mero en el pecho que la privaba de condici¨®n humana, en el campo de concentraci¨®n alem¨¢n de Ravensbr¨¹ck conoci¨® el horror nazi. Su fuerza de trabajo se la devor¨® una f¨¢brica de armamento en la que se empleaba a fondo para sabotear los obuses que alimentaban la guerra. Lo hizo hasta que la tuberculosis la llev¨® a la enfermer¨ªa, antesala de la c¨¢mara de gas. El mismo d¨ªa que su m¨¦dico le recet¨® el ¡°transporte¡± a la postrera sombra, sus guardianes tuvieron que huir por la proximidad de las tropas americanas. La liberaci¨®n la encontr¨® con 30 kilos de vida, los pulmones destrozados y una bandera republicana en la cintura. Ten¨ªa el cuerpo roto pero el ¨¢nimo intacto. ¡°?Ha ca¨ªdo ya Franco?¡±, fue su primera pregunta. A¨²n tendr¨ªa que aguardar 30 a?os a las afueras de Par¨ªs para que la complaciese la respuesta.
De vuelta en Espa?a, se instal¨® en Vigo hasta su muerte porque ¡°pensaba que en Catalu?a hac¨ªa menos falta¡±, cuenta su hijo, Pablo Iglesias, afanado en atizar la llama de su memoria. ¡°Fue un acto militante¡±. Empu?¨® el meg¨¢fono en la campa?a por la redenci¨®n de los foros porque ¡°no entend¨ªa c¨®mo la gente segu¨ªa pag¨¢ndolos a la Iglesia¡± y se dej¨® la voz en m¨ªtines del Partido Comunista de Galicia durante las primeras legislativas.¡±Lo que menos le gustaba de Galicia era su sumisi¨®n¡±. A Mercedes la mov¨ªan las causas y de ellas hablaba con profusi¨®n, pero de su propia vida, su hijo supo m¨¢s ¡°por otra gente que por ella¡±.
Recopil¨® la ¨²nica lista que existe de deportados gallegos en los huertos de la barbarie nazi. Recorri¨® ayuntamientos, indag¨® en el destino de ¡°abuelos huidos¡± y escrut¨® los funestos inventarios de los campos de concentraci¨®n. Sum¨® 220 nombres. Para ellos quiso que se irguiese un monumento y llam¨® a las puertas de los Ayuntamientos de Vigo y A Coru?a, pero consigui¨® solo evasivas. ¡°Nos acusan de querer abrir heridas, pero las heridas nunca cerraron¡±, afirma Pablo Iglesias. ¡°Dicen tambi¨¦n que en una guerra todo el mundo es culpable, pero en Galicia no hubo guerra, solo represi¨®n¡±.
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