La ¡®tribu¡¯ de menos de un metro
¡°Gargant¨²a no mastica¡±, explica una ni?a de tres a?os a su madre
El parque de Do?a Casilda ha encogido un metro. Todo es peque?o. Campos de f¨²tbol y de golf de diminutas proporciones y nuevos intrusos. No resulta f¨¢cil describirlos, de todos los colores inimaginables y formas, en su interior circula aire y sobre ellos, otra especie, de baja estatura, salta, chilla y r¨ªe. La conquista del espacio se formaliz¨® ayer, la concejal de fiestas de Bilbao, Itziar Urtasun, inaugur¨® el Txikigune a las 11.00 de la ma?ana. El Ayuntamiento ha cedido el espacio hasta el pr¨®ximo fin de semana. ?La raz¨®n?, muy sencilla. ¡°Marijaia sale al balc¨®n y entonces hay fiesta. Si est¨¢ Marijaia es que hay fiesta y entonces est¨¢ esto¡±, Agurtzane, de nueve a?os, una de las integrantes de la especie de baja estatura razona as¨ª la toma.
La colonizaci¨®n ha supuesto la ocupaci¨®n del lateral del parque que discurre por la calle Don Jos¨¦ Anselmo Clav¨¦. Las autoridades no prev¨¦n una expansi¨®n del terreno ya conquistado.
Los intrusos han llegado con sus propios usos y costumbres. No se caracterizan por su paciencia, pero parece que en esta ocasi¨®n no les importa hacer cola y esperar para saltar sobre uno de esos objetos blandos, pintarse la cara, montar en una especie de barcas o en unos donuts gigantes con ruedas y chocar los unos con los otros. Tambi¨¦n les gusta escalar, colorear y hacerse fotos con la se?ora esa que es sin¨®nimo de fiesta, ya sea en su versi¨®n, como no, peque?a, as¨ª, a su misma altura, o con el modelo ya crecido.
La zona se extiende en uno de los laterales del parque de Do?a Casilda
La tribu se emociona con facilidad y no repara en cuanto ojos puedan detenerse en su comportamiento. Apenas han llegado al parque y ya saben que es suyo. Juegan al futbol¨ªn y celebran un gol como si estuvieran sobre el c¨¦sped de San Mam¨¦s. Sienten la necesidad imperiosa de probarlo todo, de pasar por cualquier juego y actividad, pero siempre hay preferencias, el pintarse la cara parece una de las predilectas.
La tribu de estatura baja se mueve rodeada de un enjambre de ojos que no pierden detalle. Son sus padres. Entre los unos y los otros se establece una relaci¨®n un tanto extra?a. Por momentos, mientras los ni?os juegan no parecen necesitar a los espec¨ªmenes de mayor altura para nada. Es como si se olvidaran de ellos, pero cuando toca cambiar de actividad les agarran de la mano y arrastran hasta la pr¨®xima cola. Tambi¨¦n dan lecciones.
¡°Gargant¨²a no mastica¡±, explica Naia, de tres a?os, a su madre. La proporci¨®n en este caso es de uno a dos. La tr¨ªada la completa Irati, de cinco. Resultan un buen conjunto a estudiar. No son habitantes de Bilbao, han llegado desde Bakio a pasar el fin de semana. Por primera vez forman parte de la colonia n¨®mada del Txikigune y ya han confraternizado con sus cong¨¦neres en los otros dos puntos colonizados de la ciudad: el circo y las barracas.
Los intrusos no visten de forma homog¨¦nea. Las prendas de colores destacan frente al punto sobrio de sus acompa?antes, pero dos tipos de vestimenta dominan. Los hay con pantalones o falda azul, camiseta blanca, pa?uelo de cuadros al cuello y faj¨ªn verde, los arrantzales, y los vestidos con la camiseta o cualquier otro detalle del equipo de la ciudad, el Athletic. Estos ¨²ltimos son mayor¨ªa, influidos por el partido que su equipo iba a disputar por la tarde contra el Betis.
Los ni?os, aunque nerviosos, a veces impredecibles, y arrolladores, son pac¨ªficos, receptivos y conviven con otras tribus sin mayor problema pero su superioridad es aplastante. Los ritmos y ruidos del taller de percusi¨®n enmudecen las tradicionales bilbainadas de la p¨¦rgola de Do?a Casilda.
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