Feria de monstruos
El t¨²nel del terror es el lugar m¨¢s parecido a un viejo barrac¨®n de una feria de monstruos
No soy muy aficionado a los t¨²neles del terror; siempre me han dado m¨¢s grima que miedo. Sin embargo, no he podido resistirme a terminar aqu¨ª la serie de art¨ªculos veraniegos de este a?o, en el lugar m¨¢s parecido a un viejo barrac¨®n de una feria de monstruos, donde anta?o se explicaban cr¨ªmenes famosos y truculentos. Bajo la luz temblorosa de los candiles, rodeado de figuras de cera de malformaciones humanas o de asesinos c¨¦lebres, los narradores populares reflexionaban sobre las monstruosidades del cuerpo y del alma humanos. As¨ª pues, me armo de valor y me uno al grupo que esta noche pasar¨¢ una hora a oscuras en el museo de Cera.
La ¨²ltima vez que estuve aqu¨ª iba cogido de la mano de mi padre. Tendr¨ªa 10 a?os y la colecci¨®n justo se acababa de estrenar. De aquella visita recuerdo sobre todo la mazmorra, con su Dr¨¢cula siniestro y su criatura de Frankenstein agit¨¢ndose de vez en cuando por una descarga el¨¦ctrica. Tambi¨¦n me acuerdo de una caja acorazada de banco, asaltada por la banda de Al Capone. A?os m¨¢s tarde sabr¨ªa que el edificio donde se ubica el museo fue la sede de una de las primeras entidades bancarias barcelonesas. Y despu¨¦s, una sala de fiestas que llevaba el nombre de Copacabana, que fue el primer local de espect¨¢culos de travestismo que tuvo la ciudad tras la Guerra Civil, y uno de los enclaves m¨¢s recordados de la Barcelona yey¨¦. Curiosa ecuaci¨®n: finanzas m¨¢s transformismo igual a cera.
Hab¨ªa o¨ªdo hablar del espect¨¢culo El Cuidador en los a?os noventa, as¨ª que cuando supe que este 2012 se iba a actualizar me apunt¨¦ a verlo. Ya entonces se presentaba como una visita nocturna por el museo, con alg¨²n que otro susto. Y b¨¢sicamente, de eso se trata. Funciona todos los s¨¢bados a las 21.00 horas, hasta finales de septiembre.
Visita nocturna al museo de Cera para ver el espect¨¢culo ¡®El Cuidador¡¯, con alg¨²n que otro susto
Les dir¨¦ que no s¨¦ si estas salas de soldaditos de tama?o natural dan m¨¢s miedo con luz o sin ella. En contra de lo que podr¨ªa pensarse, la oscuridad no parece animar ni infundir vida alguna a las figuras de cera. M¨¢s bien confiere un aspecto cer¨²leo a las personas. Entre tinieblas todos parecemos mu?ecos moldeados por una mano desconocida. La ¨²nica regla taxon¨®mica para diferenciar a los espectadores del resto es fijarse en que nosotros llevamos camiseta de manga corta.
Iniciamos la ruta acompa?ados por el cuidador de los combustibles habitantes de la casa y por una taquillera estresada, dos de los tres actores que nos har¨¢n de gu¨ªas y arrojar¨¢n algo de luz a la experiencia. No se separen del grupo y no hablen con extra?os, nos dicen conminativos. Soy incapaz de sustraerme a la sensaci¨®n de que este lugar es el lejano precedente de las estatuas humanas instaladas ah¨ª afuera, en la vecina Rambla.
Los personajes, los trajes y los carteles identificativos se suceden con cierta parsimonia de otros tiempos. La cosa es intentar averiguar qui¨¦n es qui¨¦n, sin mirar la ficha. Alguno de los modelados cuesta de reconocer o pertenece a una actualidad muy alejada de la nuestra. Ante Yasser Arafat o Mao Tse-tung me veo con mi fatalismo de 10 a?os imaginando estas salas bajo una ola de calor, el museo se derret¨ªa cada verano y hab¨ªa que hacerlo de nuevo cada oto?o. Pasado el miedo reverencial que transmiten tanto reyes como pol¨ªticos, llegamos a la sala de los cient¨ªficos y pensadores, y despu¨¦s a la de los artistas, donde conocemos al tercer actor de la obra, un clarinetista que hab¨ªa sido figura de cera pero se est¨¢ quitando.
El trayecto termina con los monstruos que me daban pavor en la ni?ez y ahora ternura y simpatia
Entre sustos amables y explicaciones humor¨ªsticas, siguiendo el candil nos adentramos en el s¨®tano, en la mism¨ªsima c¨¢mara de los horrores que tanto me impresion¨® en su d¨ªa. Dicen que el criminal siempre vuelve al escenario del crimen. Me pregunto si los protagonistas de mis pesadillas infantiles seguir¨¢n all¨ª o los habr¨¢n cambiado por otros m¨¢s modernos. Freddy Krueger no estaba hace 40 a?os, aunque la cabeza de arist¨®crata franc¨¦s clavada en su revolucionaria pica, el suicida barbudo en la ba?era ¡ªa lo Marat despeinado¡ª, Charles Manson y Jack el Destripador seguramente son inquilinos veteranos. Incluso descubro una sala de torturas de la Inquisici¨®n espa?ola, como las que le gustaban al secretario Coloma. Y junto al garrote vil observo un verdugo encapuchado (quiz¨¢ sea Nicomedes M¨¦ndez en persona, que tambi¨¦n intent¨® montar su propio museo de cera).
Bajo ahorcados, c¨¢maras de gas, sillas el¨¦ctricas y guillotinas, el trayecto termina con aquellos monstruos que me daban pavor en la ni?ez, y con los que ahora comparto una mezcla de ternura y simpat¨ªa. Todos nos hemos hecho mayores, y nos da mucho m¨¢s miedo un vulgar banquero que cualquier vampiro.
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