Corrupci¨®n estilo compadre
Cuando la Administraci¨®n evita los procedimientos reglados, prescinde de la publicidad y el control, es solo cuesti¨®n de tiempo que aparezca la corrupci¨®n
Dicen algunos que el toque de distinci¨®n del cine americano son unos personajes secundarios envidiables y un atrezo que parece sacado de la vida real. Las casas parecen habitadas y vividas; los cajones llenos de papeles y el vestuario aparenta haber sido usado muchas veces. En ese sentido la literatura o el cine nos acercan, a veces, m¨¢s a la verdad que la historia o el periodismo porque nos presentan el clima exacto de los acontecimientos sin el cual no podr¨ªamos entender la trama.
?El caso de los ERE no era tal caso hasta que un personaje conocido como ¡°el ch¨®fer¡±, le puso a la corrupci¨®n el marco de las drogas, sexo y alcohol pagados con el dinero p¨²blico. Esta semana, otro personaje ha expresado el ambiente moral propicio para el caso de los ERE. Le llaman El conseguidor y ¨¦l mismo reconoce que ¡°su perfil¡± lo convierte en una percha ideal para purgar los pecados ajenos. Para empezar, tiene tela que en un Estado democr¨¢tico existan personajes con este sobrenombre, o sea, especialistas en conseguir favores o derechos por parte de las Administraciones p¨²blicas; gente con buenas relaciones y entrada libre en los despachos oficiales de uno y otro signo. Seg¨²n ¨¦l mismo, en ¡°muchas ocasiones actuaba de forma altruista¡±, aunque su generosidad no le impidi¨® incluirse ¨¦l y su esposa como falsos prejubilados de la empresa Hitemasa, donde nunca hab¨ªan trabajado, y recibir una escandalosa indemnizaci¨®n de 350.000 euros.
Otro de los protagonistas del caso, Francisco Javier Guerrero, nos aporta el color local de este proceso de corrupci¨®n. En su peque?o pueblo de la sierra sevillana de El Pedroso, es un personaje muy apreciado porque ejerc¨ªa de rey mago, eso s¨ª, con el dinero de todos los andaluces. Consigui¨® para su vecino, minusv¨¢lido y con una raqu¨ªtica pensi¨®n, una ayuda de casi 500.000 euros, sin rellenar siquiera una solicitud. El pobre hombre declaraba ante la juez: ¡°Cre¨ª que se estaba haciendo justicia conmigo despu¨¦s de trabajar toda la vida¡±. No me digan que esto no es cine o literatura. Electricistas, tenderos, due?os de bares se vieron beneficiados por el gran coraz¨®n de su vecino, aunque tambi¨¦n su suegra y allegados tuvieron su particular derrama de dinero p¨²blico.
Finalmente, otras almas caritativas participaron tambi¨¦n en este corrupto sistema y practicaron el lema de ¡°un poquito para los necesitados y otro poquito para m¨ª, que tambi¨¦n lo merezco¡±. Junto a los intrusos puros y duros de los ERE, se suscribieron p¨®lizas de intrusillos, es decir, personas que hab¨ªan trabajado para la empresa pero que hab¨ªan dejado de hacerlo o que no pertenec¨ªan a la plantilla afectada sino a subcontratas. ?Cu¨¢l es el denominador com¨²n de estas actuaciones? El compadreo, el paternalismo de casino y el clientelismo pol¨ªtico.
No comparto la tesis de que en el caso de los ERE hubiese una determinaci¨®n de crear un sistema corrupto para enriquecer a sus gestores. De hecho, no se han descubierto grandes capitales ni patrimonios individuales como en el caso Malaya o Fabra. El sistema pudo ser en sus inicios un intento bienintencionado de evitar problemas sociales, o dicho m¨¢s cr¨ªticamente, una forma de comprar la paz social en Andaluc¨ªa, pero r¨¢pidamente deriv¨® a un procedimiento clientelar y, a rengl¨®n seguido, a un comportamiento corrupto. Cuando la Administraci¨®n evita los procedimientos reglados, prescinde de la publicidad y el control, es solo cuesti¨®n de tiempo que aparezca la corrupci¨®n.
M¨¢s all¨¢ de las responsabilidades penales, si algo nos ense?a el caso de los ERE es que el clientelismo pol¨ªtico, en el que tan afablemente se ha desenvuelto la sociedad andaluza durante mucho tiempo, es un foco de desigualdad y, al final, de corrupci¨®n.
Los ERE de Andaluc¨ªa no dan para una gran novela social, pero ofrecen el retrato de una parte de nuestra historia que debe acabar: el clientelismo pol¨ªtico, la confusi¨®n de los l¨ªmites institucionales y la ausencia de mecanismos de control especialmente del Gobierno pero tambi¨¦n del Parlamento y de las instituciones encargadas de auditar las cuentas. Algo contra lo que hay que clamar, sin contemplaciones, un nunca m¨¢s como la copa de un pino.
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