Emoci¨®n de combusti¨®n lenta
Norah Jones certifica su extraordinario talento interpretativo, pero le cuesta entrar en calor sobre las tablas
Una de las artistas m¨¢s exitosas y reconocidas del siglo XXI parece tener a¨²n dificultades a la hora de lidiar con su bien merecida popularidad. Ha transcurrido ya una d¨¦cada desde el inesperado ¨¦xito de Come away with me, un debut de pop jazz¨ªstico que pareci¨® gustar a media humanidad y le report¨® ocho Grammys y m¨¢s de veinte millones de discos vendidos a una jovencita de 22 a?os. Cinco discos despu¨¦s, Norah Jones a¨²n parece sufrir en el cara a cara con un p¨²blico que la admira. Las entradas de su concierto de anoche en el madrile?o Palacio de Congresos se evaporaron el mismo d¨ªa que salieron a la venta, pero la hija de Ravi Shankar se pas¨® medio recital frot¨¢ndose las manos, nerviosa, o dando saltitos sobre el mismo punto del escenario. Incluso ladea su piano de tal forma que terminaba dando la espalda a las dos terceras partes del auditorio.
Las mariposas en el est¨®mago no son f¨¢ciles de combatir, y m¨¢s cuando el repertorio se nutre en el primer tramo de los temas con los que el p¨²blico ha tenido menos tiempo para familiarizarse. Jones lleg¨® con el argumento principal de su reciente Little broken hearts, un ¨¢lbum producido por Danger Mouse que ella esgrime como el m¨¢s rupturista de su carrera. En realidad, ese papel ya lo pretendi¨® encarnar su antecesor, The fall, solo que ahora el alejamiento de cualquier inflexi¨®n jazz¨ªstica se acent¨²a con una producci¨®n m¨¢s atrevida. Pero sin pasarse: esas guitarras oscuras, saturadas y fronterizas ya se las hemos escuchado, con diferentes matices, a Chris Isaak o Calexico. Y el recurso es atractivo, pero puede que algo redundante en el nuevo lote de canciones.
Entre esa cierta reiteraci¨®n y alguna pieza desconcertante, como el aire medio japon¨¦s de Say goodbye, la comunicaci¨®n entre el escenario y el patio de butacas tard¨® en establecerse. A partir de la pegadiza Chasing pirates, sin embargo, la mujer con la voz de arena empez¨® a transmitir esa emoci¨®n que acaudala y tarda en aflorar por la lentitud con que combustiona. Cuando se qued¨® sola frente al piano para interpretar The nearness of you, el cl¨¢sico que popularizara Ella Fitzgerald, ya era evidente que la platea se inclinaba a sus pies. Y m¨¢s a¨²n cuando tambi¨¦n recre¨® en solitario su mayor ¨¦xito, Don¡¯t know why, acentuando el sabor a club nocturno de lo que no deja de ser un tema de Jesse Harris, espl¨¦ndido y poco difundido cantautor folk.
Todo lo que sucedi¨® a partir de entonces borde¨® la excelencia. Sinkin¡¯ soon es un vals ebrio de los que firmar¨ªa Tom Waits, solo que con la voz aclarada. Happy pills, el primer sencillo de Little broken hearts, tiene hechuras directas y adictivas. Y cerrar la actuaci¨®n con Hickory wind, esa preciosidad de Gram Parsons en sus a?os con The Byrds, constituye toda una declaraci¨®n de fe en una causa, la vaquera, que siempre le ha resultado muy familiar. Ese tema nos permiti¨® recuperar, adem¨¢s, a Cory Chisel, su estupendo telonero para esta gira.
Los bises tuvieron un aroma a¨²n m¨¢s r¨²stico y genuino, con Norah y sus cuatro acompa?antes interpretando Sunrise o Creepin¡¯ in en torno a un solo micr¨®fono, como si asisti¨¦ramos a una sesi¨®n de grabaci¨®n en Sun Records. Un final delicioso para una velada de menos a m¨¢s.
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