Linda arada, pero pan ninguno

Se representa menos que Bernarda Alba y Bodas de sangre, pero Yerma es el lorca que m¨¢s ¨¦xito cosech¨® y m¨¢s polvareda levant¨® en su tiempo: la polic¨ªa intervino durante el estreno para desalojar a los alborotadores, la prensa se polariz¨® en contra y a favor; Gil-Robles, lider de la CEDA, corrigi¨® en un art¨ªculo sa?udo al cr¨ªtico de su diario, que hab¨ªa hecho una rese?a contraria pero educada; la prensa extranjera se hizo eco de la pol¨¦mica y alg¨²n corresponsal compar¨® el arrebato ¨²ltimo de la protagonista con el portazo de Nora. Traigo esto a colaci¨®n porque cuesta entender hoy lo removedora que fue esta lorquiana alegor¨ªa de la fertilidad sometida por lo est¨¦ril. Una lectura radical (al estilo de la que de Casa de mu?ecas hizo Ostermeier con la Schaub¨¹hne) podr¨ªa sacarle otro partido.

En el montaje original, el potente simbolismo del poema tr¨¢gico encontr¨® su expresi¨®n justa en la alucinada escenograf¨ªa de Burmann y Fontanals. En el de V¨ªctor Garc¨ªa, una lona sobre la que los actores caminaban en inestable vuelo se transformaba en montes y r¨ªos. En el de Santiago Mel¨¦ndez, la escena de la romer¨ªa ten¨ªa carnalidad de aquelarre.

En ¨¦ste reci¨¦n estrenado, Miguel Narros cuida los detalles de vestuario como los entom¨®logos las alas de sus mariposas, y dibuja con minucia la relaci¨®n de la pareja protagonista y el rechazo apenas disimulado que el esquivo Juan de Marcial ?lvarez siente por su esposa, una Yerma (Silvia Mars¨®) muy atractiva, acaso demasiado pulida y elegante, con un pie en el universo de O¡¯Neill y otro en el de Lorca. No tiene el montaje cuerpo tr¨¢gico, las interpretaciones derivan, por lo general, hacia el dramatismo, y la deseable atm¨®sfera tel¨²rica aparece ablandada o folclorizada: el car¨¢cter de las canciones en vivo resulta m¨¢s apropiado que el de las grabadas (lo at¨¢vico marida mal con lo tecnol¨®gico). Mona Mart¨ªnez, en un papel secundario, es quien mejor reproduce el habla rural, sin caer en el costumbrismo.