No es fiesta, es incivismo
"La batalla contra la contaminaci¨®n s¨®nica por estos pagos valencianos ha sido y es una causa perdida, un tremendo fracaso"
La semana ha venido bien nutrida de sucesos, y presuntos delincuentes que merecen su glosa. Por ejemplo, la granizada de severas penas e inhabilitaciones que se piden para los peperos valencianos implicados en la trama G¨¹rtel y el caso Fitur, la contundente millonada que el extesorero del PP Luis B¨¢rcena ocultaba en Suiza y que por su volumen y descaro evoca los saqueos cometidos en Emarsa o en el urbanismo alicantino, el escandaloso indulto otorgado al kamikaze que acab¨® con la vida de un joven alcire?o, o el anuncio del inminente juicio por el llamado caso Cooperaci¨®n, para el que pintan bastos en opini¨®n de algunos observadores cualificados. Y todo ello por no mentar el acelerado tercermundismo al que nos est¨¢n abocando los incesantes recortes en todos los ¨®rdenes, especialmente en el asistencial.
No obstante este sugestivo panorama, el comentario de hoy gira en torno a un episodio aparentemente banal ¡ªaunque no para quienes lo padecen¡ª, fruto de la afamada idiosincrasia de los valencianos, tan festivos, jaraneros y en buena parte inc¨ªvicos. Nos referimos al incidente aventado estos d¨ªas por el diario Levante que relata la confrontaci¨®n entre el casal fallero de la comisi¨®n Albacete-Marv¨¢ y una vecina que reclama el cumplimiento del horario de cierre y la insonorizaci¨®n del local. No parece un desideratum. Al margen de c¨®mo concluya esta diferencia, sea mediante acuerdo o sentencia, nos hemos de solidarizar con la v¨ªctima de lo que ella misma se?ala como una agresi¨®n ac¨²stica producida en la ciudad que viene siendo reconocida en el orbe mundial como una de las capitales se?eras del ruido. ?C¨®mo no van a resultar sospechosos unos falleros, tan voluptuosos de la p¨®lvora y el estr¨¦pito?
Como es sabido, la batalla contra la contaminaci¨®n s¨®nica por estos pagos valencianos ha sido y es una causa perdida, un tremendo fracaso. Las hemerotecas registran las reiteradas declaraciones y compromisos del gobierno municipal para afrontar esta lacra. Las ordenanzas han previsto rigurosas sanciones y los mapas ac¨²sticos se?alan ¡ªhemos de suponer¡ª por d¨®nde campa el enemigo ruidoso a batir. Adem¨¢s, en los juzgados se ha percibido una nueva y plausible sensibilidad para disciplinar esta pandemia. En algunos barrios capitalinos se han logrado confortantes victorias judiciales gracias al tes¨®n del vecindario o de alg¨²n vecino ind¨®mito o desesperado. Algunos recordar¨¢n que el Tribunal de Estraburgo conden¨® en 2001 a Espa?a por la pasividad del Ayuntamiento del Valencia y la laxitud del Tribunal Constitucional (otro que tal) por negar el amparo a una vecina de la plaza de X¨²quer.
De estas y otras batallitas puede decantarse la sensaci¨®n de que algo se va avanzando en la civilizaci¨®n del personal alborotador. Pero ser¨ªa una falsa impresi¨®n. Los ayuntamientos carecen de medios ¡ªy tambi¨¦n de voluntad¡ª para plantarle cara al problema. As¨ª, por gusto o necesidad, se hacen los suecos. Miles de denuncias esperan respuesta y en algunas ciudades la ley apenas rige por las noches. Valencia, sin ir m¨¢s lejos. No ha de extra?arnos que se hayan asentado en la ciudad m¨¢s de un centenar de botellones, abonados por el imperativo de fumar en la calle y, de paso, ciscarse en el descaso vecinal.
Nos consta el desamparo e impotencia de quienes padecen esta epidemia del siglo, causada por la ignorancia y estupidez compartida por presuntos ciudadanos y gobernantes c¨®mplices. ?C¨®mo no vamos a estar con las v¨ªctimas, si somos una m¨¢s de ellas?
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