Peque?as p¨¦rdidas de memoria
Han desaparecido dos casas vinculadas con el hospedaje en Barcelona, una dio nombre a un barrio entero
Supongo que es un fen¨®meno habitual cuando se llega a cierta edad, pero de un tiempo a esta parte s¨®lo asisto a sutiles destrucciones de mi memoria urbana, imperceptibles atentados a la ciudad que un d¨ªa conoc¨ª y que desaparece sin dejar siquiera un rastro de nostalgia. El pen¨²ltimo caso fue anteayer, como aquel que dice.
Si ustedes hubiesen nacido pasada la plaza Espa?a seguro que sabr¨ªan d¨®nde estaba la tienda de la Av¨ªcola Arenas ¡ªm¨¢s conocida como la casa de los Pollitos¡ª, en el n¨²mero 26 de la calle Creu Coberta. En mi infancia era parada obligada para todos los ni?os, pues en ese modesto edificio de dos plantas criaban patos y gallinas al por mayor. Era un lugar especial en aquella acera llena de comercios para adultos. Con la nariz pegada al cristal del escaparate, me recuerdo contemplando esa peque?a sociedad en miniatura vista bajo una bombilla, y sus cientos de peque?os animalitos que se agitaban, beb¨ªan, com¨ªan y cagaban, errantes de aqu¨ª para all¨¢. Hoy una imagen as¨ª nos puede parecer un tanto s¨®rdida, pero en aquellos a?os sin internet ¡ªni apenas televisor¡ª, resultaba extra?amente cautivadora. Les hablo de una ¨¦poca no tan lejana, cuando la gente compraba un polluelo como juguete para los cr¨ªos (quiero suponer que con la loable intenci¨®n de ense?arles a cuidar de un ser vivo), lo alimentaban con lo que pod¨ªan y se lo zampaban en Navidad, bien asado en el horno de la panader¨ªa m¨¢s cercana. El pollo a¨²n era un alimento caro, en casa la pechuga a la plancha gozaba de una consideraci¨®n cuasi curativa y milagrera, s¨®lo se ve¨ªa cuando alguien estaba acatarrado. La mayor¨ªa de mis vecinas ten¨ªan gallineros en sus balcones y patios, lo cual permiti¨® que el av¨ªcola fuese un negocio razonablemente rentable hasta finales de los a?os setenta. Fue entonces cuando lleg¨® su decadencia, acompa?ada por la bandeja de poliexpan del supermercado y el pollo al ast.
Durante muchos a?os nadie se fij¨® en esa finca tan modesta, casas as¨ª hab¨ªa muchas por aquellas tierras. Sobreviv¨ªan como un recuerdo vivo de cuando todo esto eran huertos y bancales, y los lugare?os resid¨ªan en peque?as construcciones con reloj de sol en la fachada. Los pollitos echaron plumas y desaparecieron, y en su lugar se instalaron otros comercios. Nadie hubiera ca¨ªdo en la cuenta de su importancia sentimental si no fuese porque todo este tramo de la calle Creu Coberta llevaba a?os afectado por el Plan Especial de Reforma Interior (PERI), que pretende descongestionar alg¨²n d¨ªa la plaza Espa?a alargando la calle Diputaci¨® hasta la Gran Via. S¨®lo cuando se supo que iban a derribarla alguien record¨® que sus muros hab¨ªan pertenecido al primitivo edificio del hostal de Hostafrancs, la famosa hospeder¨ªa que dio nombre al barrio.
La historia se remonta a 1839, cuando los municipios independientes de Sants y Barcelona hicieron un intercambio de tierras. Barcelona cedi¨® la playa de Casa Ant¨²nez, reconvertida en Can Tunis y la Marina. Mientras que Sants entreg¨® los huertos cercanos a la Creu Coberta, un padr¨®n medieval que demarcaba los l¨ªmites entre ambas poblaciones, situado sobre el mont¨ªculo donde se construy¨® tiempo despu¨¦s la plaza de toros de las Arenas. Justo un a?o m¨¢s tarde, Joan Corrades Bosch constru¨ªa un hostal cerca de la nueva barriada a¨²n no bautizada de Barcelona, y le puso por nombre el de su pueblo natal en La Segarra: Hostafrancs. Mientras existieron las murallas aquel fue un buen negocio que acog¨ªa a contrabandistas y viajeros, a se?ores notables y a carreteros, generando su propia leyenda. Pero una vez abierta la ciudad, nadie quiso quedarse a dormir y en 1885 lleg¨® la hora del cierre. A?os despu¨¦s ¡ªen 1928¡ª fue derribado el cuerpo principal de la hoster¨ªa y se construy¨® el cine Arenas, actualmente el decano de Barcelona y pronto afectado tambi¨¦n por el PERI. Las dependencias anexas se convirtieron en la Av¨ªcola Arenas, y ahora han desaparecido definitivamente.
La memoria siempre es temporal, aunque en nuestro mundo su destrucci¨®n parece acelerarse. De las casas bajas que tapizaban la antigua carretera a Madrid, desde la Creu Coberta hasta Hospitalet apenas sobrevive un pu?ado de inmuebles. Hace unos d¨ªas fui a comer con mis padres y pasamos por delante de la casita de moss¨¨n Pere ¡ªen el n¨²mero 214 de la Carretera de Sants¡ª, mientras la estaban derribando. Su due?o Pere Oliveras Lapostolet era todo un personaje en el barrio. Se hizo popular como el sacerdote de los pobres por ceder su humilde casa como albergue para menesterosos y desahuciados de la postguerra, y a?os m¨¢s tarde para toxic¨®manos y delincuentes que quer¨ªan rehabilitarse. Mi madre estuvo un buen rato parada frente a la lona verde que tapa la obra, en silencio. Despu¨¦s me cont¨® que aquel hombre ¡ªfallecido en 2007 a los 84 a?os¡ª, tuvo muchos problemas con la Iglesia a pesar de ayudar a todo aquel que se lo ped¨ªa. Me cont¨® que las chicas que trabajaban en los talleres de la zona se sentaban al mediod¨ªa en la antigua plaza del ayuntamiento de Sants (donde la carretera se cruza con la rambla de Badal) para comer, y que el sacerdote les habilit¨® una mesa larga y unos bancos en su comedor para que lo pudieran hacer a cubierto.
Curiosamente, han desaparecido dos casas con historia y ambas vinculadas al hospedaje de personas, dos casas hospitalarias y sin pretensiones; una de ellas dio nombre a un barrio entero y la otra era un punto de ayuda para los m¨¢s necesitados. Han ca¨ªdo las dos bajo la piqueta del urbanismo saneador y de la l¨®gica inmobiliaria. Seguramente la historia ya es as¨ª, pero uno se siente un poco m¨¢s desmemoriado esta ma?ana.
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