¡®Hammerklavier¡¯
Grigorij Sokolov es un pianista fuera de lo com¨²n Se entrega sin contemplaciones en todas y cada una de las piezas
La dimensi¨®n que adquiere Beeethoven en la sonata Hammerklavier atraves¨® el recital de Sokolov de cabo a rabo. Primero, impregnando a Schubert (D. 899 y D. 946) con una amplitud din¨¢mica y una expresi¨®n agitad¨ªsima que no siempre son habituales y que, en otras manos, no resultan siempre recomendables. ?D¨®nde est¨¢ ese Schubert recatado, esas delicadezas sin fin, ese girar hacia ninguna parte? Con Sokolov tuvimos la tristeza contenida, pero tambi¨¦n la fuerza sin cortapisas. Las partituras lo permiten sin que la m¨²sica resulte da?ada (aunque ¨Ceso s¨ª- quiz¨¢s el oyente quede sorprendido).
Adem¨¢s, el pianista ruso sab¨ªa lo que tra¨ªa de segundo plato: la Sonata n¨²m. 29, ¡°Hammerklavier¡±, con la que no procede un entrante solamente reflexivo. Esta sonata requiere tanta introspecci¨®n como poder, y el poder debe dome?ar no s¨®lo al piano, sino a la m¨²sica en s¨ª misma. Beethoven se plantea en ella aunar las formas m¨¢s severas del barroco con las del clasicismo en vigor y las del Romanticismo en ciernes. Adem¨¢s, en el Adagio sostenuto, se permite divagar (!) durante casi 20 minutos en un exquisito ejercicio de concentraci¨®n expresiva.
Grigorij Sokolov
Obras de Schubert y Beethoven. Palau de la M¨²sica. Valencia, 9 de marzo de 2013
Luego, la fuga grande, porque antes, en el primer movimiento, ya hab¨ªamos tenido un fugato precioso aunque m¨¢s breve. Sobre esa ¡°fuga grande¡±, puede leerse, en la funda de un viejo vinilo, un texto (cuyo autor no puede citarse, porque viene sin firma) que la describe muy bien: ¡° (...) fuga austera y sobria, la m¨¢s larga que se haya escrito nunca. Una fuga ¡®concebida en la c¨®lera¡¯, una fuga maldita para muchos ejecutantes, pero con la que siguen luchando (...)¡±. El an¨®nimo comentarista a?ade luego algo importante: es preciso acudir a la partitura porque, s¨®lo con el o¨ªdo, resulta imposible captarla en toda su complejidad. Tal fue el reto asumido por Sokolov. S¨®lo en ese momento, en ese contrapunto imposible, perdi¨® su piano una pizca de claridad. Y eso que la limpieza en la ejecuci¨®n polif¨®nica es uno de los puntos fuertes del ruso: su Bach, otras veces escuchado en la misma sala, es el mejor ejemplo de ello.
Pudo con la Hammerklavier, en cualquier caso. Como antes hab¨ªa podido con Schubert. Estuvimos ante un pianista fuera de lo com¨²n, que se entrega sin contemplaciones en todas y cada una de las piezas que aborda, que no mira al cielo buscando a las musas, y que no cuenta a la prensa historias lastimeras de su penosa ni?ez. Llega, toca al piano, coloca al oyente al borde del abismo, saluda y se va. Despu¨¦s, tan seco en ademanes como c¨¢lido en los dedos, regala bises y m¨¢s bises, siete esta vez (seis de Rameau y uno de Bach). Lo de Rameau y la ornamentaci¨®n francesa viene muy a cuento despu¨¦s de los trinos tremendos que la Hammerklavier (y, ojo, tambi¨¦n Schubert), hab¨ªan puesto sobre el tablero: mostr¨®, sin escr¨²pulo alguno, una de las bases para su domesticaci¨®n como instrumentista. Resumiendo: hasta los encores miraban a esa Sonata indomable, a ese reto may¨²sculo, al n¨²cleo duro sobre el que Sokolov, con arrogante valent¨ªa, hizo girar todo su recital.
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