Las Vargas se tienen que mudar
Tres generaciones de una familia conviven desde hace casi una d¨¦cada en chabolas de Fuencarral Sobre el terreno, que forma parte de la Operaci¨®n Chamart¨ªn, pesa una orden firme de desalojo
¡°Por lo menos esta vez no nos tiran en invierno¡±. Mar¨ªa Jes¨²s Vargas busca el consuelo en la meteorolog¨ªa. Cuando se vayan, y parece que ser¨¢ en breve, al menos no nevar¨¢ ni har¨¢ fr¨ªo como las tres veces anteriores. Habla sentada en el sof¨¢ ralo, rodeada de hijas, sobrinas, nietos y con Andr¨¦s Navarro, el marido, sentado al fondo de la habitaci¨®n comiendo un pastel. Desde la ventana de la vieja f¨¢brica transformada en casa plurifamiliar, se ve el cami¨®n cargado de cartones. Navarro los vende a seis c¨¦ntimos el kilo. Ense?a el tique de venta: 780 kilos, 46,8 euros.
¡°Yo nac¨ª debajo de un ¨¢rbol, al lado de un r¨ªo¡±, dice el hombre. Eran a?os de fr¨ªo en campamentos destartalados y vida n¨®mada, recuerda. ¡°Ahora todo es m¨¢s f¨¢cil¡±. Entre la f¨¢brica de ladrillo y una docena de chabolas situadas en la parte de atr¨¢s se reparten desde hace casi una d¨¦cada tres generaciones de las Vargas. Viven en una explanada del distrito de Fuencarral, rodeada de lomas. Es un terreno jugoso, propiedad de una promotora y parte de la operaci¨®n Chamart¨ªn, el proyecto municipal de ampliaci¨®n de la Castellana que qued¨® en barbecho por la crisis.
Si obviamos cartones y chatarra, parecer¨ªa una de esas calles de pueblo con las puertas de las casas siempre abiertas y los familiares desfilando de una a otra para tomar caf¨¦. La miseria, que existe, est¨¢ por fuera. Bajo las paredes de madera, los suelos lucen brillantes, las televisiones y las chimeneas siempre est¨¢n encendidas y las ollas hierven al fuego. Esta tarde se cocinan torrijas y el descampado huele a Semana Santa.
Hace unos d¨ªas, los moradores de la mitad de las chabolas recibieron una notificaci¨®n del juzgado que les ha revolucionado. Deben comparecer el 2 de abril, a partir de las 9.00. Creen que ha llegado, otra vez, la hora de los derribos, de la mudanza. En el Ayuntamiento confirman sus sospechas. El expediente de disciplina urban¨ªstica lleva abierto cuatro a?os. Sobre sus chabolas pesa ¡°una orden firme de desalojo y autorizaci¨®n judicial de entrada en domicilio¡±, seg¨²n una portavoz del ¨¢rea de Urbanismo, que asegura que el asentamiento ¡°es ilegal y no legalizable¡±. La fecha est¨¢ por concretar, a?ade la portavoz. La fijar¨¢ el juzgado.
El d¨ªa dos de abril, Manuela Cort¨¦s Vargas, segunda generaci¨®n, prev¨¦ ir temprano al juzgado. Lleva una semana de ajetreo enre el papeleo del expediente y las visitas al hospital para vigilar la fiebre al menor de sus cuatro hijos, que naci¨® con hidrocefalia y tiene una salud muy delicada. No para un segundo. Va de puerta en puerta, de chabola en chabola y avisa a unos y otros para que no se despisten, para que presenten papeles y busquen alternativas que les eviten quedarse en la calle. Varias familias est¨¢n rellenando formularios para que C¨¢ritas les ayude a conseguir casa, aunque desde la organizaci¨®n explican que se trata de viviendas transitorias. Tambi¨¦n aguardan la lista de espera del IVIMA (Instituto de la Vivienda de Madrid).
Para Manuela seria la segunda mudanza. Su chabola se quem¨® en 2006. ¡°No dio tiempo a coger nada, los ni?os se quedaron en la calle y en pa?ales¡±. Construyeron una nueva al otro lado de la misma explanada. Cada ma?ana, viste a sus hijos con el uniforme y los lleva al colegio Vasco N¨²?ez de Balboa, un centro p¨²blicos del distrito con 71 alumnos, de los que el 70% son de etnia gitana. Dos generaciones de los Vargas han aprendido a leer, escribir ¡°y defenderse en la vida¡± en este centro, seg¨²n fuentes del colegio, que tambi¨¦n est¨¢ en riesgo. La Consejer¨ªa de Educaci¨®n prev¨¦ cerrarlo para el curso que viene si las familias no lo consiguen frenar con sus movilizaciones. Es posible que los ni?os Vargas se tengan que mudar de colegio y de casa en unos meses.
Manuela viste vaqueros, jersey largo y deportivas y se siente moderna. Su madre, Adoraci¨®n Vargas, da una vuelta de tuerca y habla de s¨ª misma como una ¡°gitana light¡±. Con 54 a?os y 11 hijos no cumple algunos de los t¨®picos sobre los gitanos que se repiten en televisi¨®n. Se separ¨® de su marido, Antonio. ¡°No nos entend¨ªamos¡±, afirma mirando con unos ojos celestes que nadie sabe explicar de donde vienen. El exmarido la mira con un moh¨ªn desde la mesa. ?l vive en el descampado, ella en un piso protegido. Adem¨¢s de separarse, ha ampliado la familia con yernos que tambi¨¦n rompen las costumbres: un marroqu¨ª, un dominicano y un colombiano. Una de las hermanas peque?as est¨¢ ¡°apalabrada con un payo espa?ol¡± que trabaja en en barrio. La primera y la segunda generaci¨®n de la familia ha crecido en las chabolas.
Algo que Manuela Cort¨¦s quiere evitarle a su hija Amanda. La chiquilla se pasa la tarde ense?ando diplomas del colegio, canciones y dibujos a la visita. En mayo har¨¢ la comuni¨®n. A la entrada del descampado hay una lavadora, un viejo ordenador y otros trastos, la ¡°chatarrilla¡± con la que Manuela espera costear la fiesta de su ni?a. A¨²n no sabe si ser¨¢ en el descampado o no.
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