Lo superfluo toma el mando
La coreograf¨ªa nerviosa del Consell adquiere rango de discurso pol¨ªtico
Los plenos del Gobierno valenciano resultan cada vez m¨¢s prescindibles. Y puede que a ese ritmo acabe sobrando hasta el propio Ejecutivo. No hay nada suculento que aprobar desde hace mucho tiempo. No hay dinero ni tampoco abundan las ideas para disimular esa restrictiva realidad. La reuni¨®n semanal del Consell ya solo se limita a la aprobaci¨®n de convenios y a la solemnizaci¨®n de la mecanograf¨ªa burocr¨¢tica. Es un s¨ªntoma del coma pol¨ªtico en el que est¨¢ atrapado el Gobierno en mitad de una legislatura en la que ning¨²n experto aprecia perspectivas de una mejora econ¨®mica que redunde en su revitalizaci¨®n.
En ese punto, el principal acto del pleno es la comparecencia posterior del vicepresidente del Consell, Jos¨¦ Ciscar, convertido en el sufrido front¨®n que absorbe los impactos de los interrogantes que estallan en su ce?o sin que fluct¨²e en su hermetismo. Bajo los palos, su angustia medi¨¢tica resulta mucho m¨¢s locuaz que su esquivo verbo. Tan saltando entre el ser y la nada que hubiese conmovido al mismo Kierkegaard y sus formalidades vac¨ªas. Porque cuando falla lo sustantivo, lo superfluo toma el mando. La coreograf¨ªa se adue?a del ¨¦nfasis y acaba dirigiendo la obra. Y ese es el asunto.
La expresi¨®n torturada de Ciscar, ahora sometida al pim-pam-pum de los cronistas deportivos, es un certero cuadro cl¨ªnico del Gobierno. La clave por la que el Consell se vuelve itinerante excretado por su propio vac¨ªo y torea en plazas port¨¢tiles. La raz¨®n por la que la cuadrilla de consejeros hace pase¨ªllos por la Comunidad Valenciana salt¨¢ndose la austeridad a la torera, con toda la reata de carrozas y adjuntos, para representar ese teatrillo fofo por las plazas de los pueblos.
Y en esa deriva, el presidente se aferra a la agenda de un director general en su visita a montep¨ªos, cofrad¨ªas y gremios para figurar dinamismo. O surge una consejera que, tomando las Grutas de San Jos¨¦ por el T¨¢mesis, se toca de Margaret Thatcher y busca desesperadamente unas Malvinas sobre las que hacer pie. O reto?a el elocuente Seraf¨ªn Castellano poniendo rimbombancia al hueco con un tocho sobre par¨¢frasis estatutarias de abreviado inter¨¦s, mientras masca el rechupado e ins¨ªpido chicle de las se?as de identidad, que, como The New York Times al otro Fabra, a los valencianos encuestados por el CIS se las traen al pairo. O M¨¢ximo Buch bebe de la botella medio llena en medio del desierto y pontifica dichoso sobre la inminente salida de la crisis de la Comunidad Valenciana como si fuera un cabal¨ªstico Paul Krugman de cooperativa.
Mientras tanto, en medio de este desbarajuste tan polif¨®nico, al Consell le revientan incluso los frentes que ya cre¨ªa cerrados, como el accidente del metro, que no solo le pone el foco a Juan Cotino en el epicentro del mangoneo m¨¢s repugnante, sino que incide en c¨®mo se desentendi¨® el antecesor de Fabra de uno de los siniestros ferroviarios urbanos m¨¢s graves de Europa y despreci¨® a las v¨ªctimas y sus familiares como nunca se hab¨ªa dado el caso en ninguna parte del mundo civilizado. No fue responsabilidad de Fabra, pero le pasa factura por no haber hecho borr¨®n y cuenta nueva en el partido. El gesto del ¨²ltimo pleno del Consell, en el que acord¨® llevar toda la documentaci¨®n del accidente a la fiscal¨ªa, solo fue otro gesto sin consecuencias. Como el que tuvo al ser designado presidente al decir, a preguntas de este peri¨®dico, que se iba a reunir con las v¨ªctimas. Como todos los que surgen de una chistera en la que ya es imposible reba?ar nada. Es solo coreograf¨ªa nerviosa que toma cuerpo de discurso.
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