Pensar, sentir, imitar
En pol¨ªtica el sentido del humor es un handicap: un signo de descreimiento y de superioridad
El ministro de Educaci¨®n y Cultura, el se?or Wert, nos (plural de modestia) cae simp¨¢tico. Y no lo decimos por provocar a la se?ora Rigau, consellera celosamente vigilante de que no le toquen la lengua ni le refloten la inmersi¨®n; ni por llevar la contraria a los estudiantes que cuando el ministro, risue?o y cordial, se dispone a entregarles un diploma, retraen la mano y muy dignos hacen mutis por el foro con el ment¨®n apuntando al techo y su camiseta verde; ni por contrariar a los mel¨®manos que en cuanto Wert asoma la nariz a un palco del Teatro Real le abuchean, bu, bu, fuera, fuera; ni a los comentaristas, incluso sat¨¦lites de su partido, que le critican y reprochan que ya dos o tres veces se haya "bajado los pantalones", etc¨¦tera. Incluso un tribuno habitualmente tan sutil y ecu¨¢nime como el se?or Zarzalejos, ayer en El confidencial le acusaba, entre otros defectos y pecados relativos a su soberbia intelectual, ocasional impertinencia y desd¨¦n, de¡ "labilidad sentimental en su propio ministerio". ?Labilidad! Tuve que consultar el diccionario para enterarme de que le estaba llamando faldero, lig¨®n, veleta, inconstante o caprichoso. Tate, tate, que si seguimos por este camino acabaremos como Kenneth Starr, que alcanz¨® una posteridad grotesca como el fiscal que con tanta aplicaci¨®n olisqueaba los vestidos de Monica Lewinsky. "A ver, sargento, p¨¢seme la lupa que veo aqu¨ª una mancha muuuuy sospechosa"¡
No: si a m¨ª me cae bien Wert es, en primer lugar, por su presencia f¨ªsica, su aspecto sano, esa calva franca y de elegante curva, y ese sentido del humor que le revienta las costuras y que en pol¨ªtica es un handicap letal, ah¨ª hay que fingir que uno es serio y ceremonioso, no se perdona la risa, que es signo de descreimiento y de superioridad. No, ministro, no, ?la democracia es cosa seria!
Y en segundo lugar, porque encarna un prototipo humano que en la arena pol¨ªtica no es frecuente. Probablemente el cese que le acecha le importa poco. Eso es lo que le hace raro. Lo interesante aqu¨ª es cierta cualidad tr¨¢gica relacionada con la hybris, y es que estando preparado para el cargo y siendo inteligente, precisamente por serlo y mostrarlo demasiado, sus adversarios, sin serlo tanto, le roban la cartera, le ganan las batallas, le han identificado como el eslab¨®n d¨¦bil del Gobierno y le estan dejando de chupa de d¨®mine. Esto se debe, repito, a que en el fondo Wert desprecia la pol¨ªtica: sus rituales y convencionalismos, la correcci¨®n, los sentimentalismos e irracionalidades y su lenguaje estereotipado, fuera del cual todo resulta escandaloso; lo imperdonable es que se le nota.
En esto le pasa algo parecido a lo que le pas¨® a otro ministro de Cultura, que era C¨¦sar Antonio Molina, y que tambi¨¦n era un hombre preparado, culto e inteligente, no un papagayo que repite consignas y argumentarios, sino un hombre racional¡ ?pero le tumbaron los actores, las m¨¢scaras! Caso interesant¨ªsimo: los h¨¦roes de la m¨ªmesis y la imitaci¨®n "se cargan" al que encarna la racionalidad y el criterio. ?Porque se le nota y quiere narcisamente que se note!
Lo que, por cierto, confirma como un buen ejemplo los postulados de Ferran Toutain en Imitaci¨® de l'home (La Magrana) ¡ªquiz¨¢ el ensayo m¨¢s penetrante, m¨¢s estimulante, que se public¨® en catal¨¢n el a?o pasado¡ª-: es la imitaci¨®n lo que constituye la esencia del ser humano y lo que rige su actuaci¨®n en el mundo, y no la racionalidad, ni los vanos esfuerzos por forjarse una imposible "personalidad" diferenciada. Esta tesis estabularia que a Toutain le obsesiona desde siempre se aplica al campo de la pol¨ªtica (lo vemos cada d¨ªa) y a todos los dem¨¢s aspectos de la vida.
"Cuanto m¨¢s se percibe que los seres humanos dedican la parte m¨¢s activa de sus existencias a imitarse mutuamente la personalidad, m¨¢s se tiende a creer en lo inefable, a suspirar por la originalidad, a reclamar con vehemencia que se corra de una vez el velo que oculta lo aut¨¦ntico", escribe Toutain. Hay en El estandarte, novela de Lernet-Holenia ambientada en la Primera Guerra Mundial (de pr¨®xima re-publicaci¨®n en espa?ol), una deliciosa escena donde el protagonista, un oficial de caballer¨ªa, trata de convencer a una casta se?orita aristocr¨¢tica a la que acaba de conocer y enamorar, y que le corresponde, de que se le entregue ya mismo, que se le entregue esa misma noche. Ella se resiste, apelando a su propio decoro, dignidad y excepcionalidad: "?Qu¨¦ adelantar¨ªamos con hacer una cosa que puede hacer tambi¨¦n la gente a quien no se le importa demasiado de s¨ª?... ?Por qu¨¦ no me pides cualquier otra cosa que la que quieren todos de la mujer a quien hacen la corte?" La pobre, no se resigna a ser vulgar. ?Como Wert! Y ¨¦l porf¨ªa: "No tiene sentido entregarse a ilusiones y perder el poco tiempo que nos queda. Somos como todos. De seguro, no somos excepcionales. En general ya no estamos en la ¨¦poca de la excepciones, es el momento de las cosas comunes." Cada vez que el se?or Wert sonr¨ªe conculca estas verdades y se cava la fosa pol¨ªtica. Pero por ese prurito de distinci¨®n, por contrario que sea a la pol¨ªtica y a la vida, y por impertinente que resulte, nos cae bien.
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