El gitano que no se cans¨® de mirar a Am¨¦rica
Diego El Cigala indaga en el folclore argentino acompa?ado de guitarras el¨¦ctricas
Que Diego Ram¨®n Jim¨¦nez Salazar no lo hab¨ªa dicho todo en su acercamiento a la m¨²sica argentina se ve¨ªa venir, a sabiendas de su naturaleza curiosa, indagadora y mucho m¨¢s amiga del v¨¦rtigo que de los territorios trillados. Pero si en la presentaci¨®n de su Cigala & Tango (agosto de 2010) alguien hubiera pronosticado que le acabar¨ªamos viendo en compa?¨ªa de dos guitarristas el¨¦ctricos, le habr¨ªamos tomado por v¨ªctima de una fulminante insolaci¨®n.
Y as¨ª fue como, tres Veranos de la Villa m¨¢s tarde, se nos person¨® El Cigala: elegant¨®n como siempre, fiel a esa camisa blanca y el traje oscuro impolutos, pero dispuesto a llegar m¨¢s all¨¢ de lo concebido, casi de lo concebible.
L¨¢stima que ninguna luna, ni la tucumana ni la m¨¢s prosaica y mesetaria que aqu¨ª se estila, pueda ser ya testigo de sus quej¨ªos. El Circo Price, anoche repleto, es muy buen recinto para la m¨²sica en vivo, pero que la crisis nos haya privado de los conciertos al aire libre es algo que probablemente nunca, nunca le perdonaremos a la dichosa troika.
Diego no ha querido circunscribirse al repertorio arrabalero del tango y ampl¨ªa su radio a la m¨²sica folcl¨®rica, a menudo ninguneada por los enteradillos de turno y m¨¢s narrativa que la canci¨®n porte?a, siempre tan propensa a la cat¨¢strofe sentimental.
Que Cigala lo hace casi todo bonito, con independencia de su genealog¨ªa, es una evidencia demostrada durante tres lustros. Pero contemplarlo escoltado por Diego Garc¨ªa, guitarrista con tup¨¦ adscrito al twang (ese tr¨¦molo intenso a golpe de palanca), constituye una sorpresa edificante, superado el desconcierto de un recurso m¨¢s propio del country.
La osad¨ªa la completamos con Antonio Rey, otra guitarra de gusto tan jazz¨ªstico que es imposible no visualizar a Pat Metheny en esa cabellera de rizos disparados.
Cigala suministr¨® su ¨²ltimo disco, Romance de la luna tucumana, de un tir¨®n, lac¨®nico pero progresivamente entonado. Su lectura inicial de La canci¨®n de las simples cosas constituye un prodigio de lenguajes integrados: nace como bolero, deriva en chachach¨¢ e incluye una trompeta que obtendr¨ªa plaza en la orquesta de Benny Mor¨¦.
Pero los primeros destellos de hondura no llegaron hasta Los mareados, tango trist¨ªsimo sobre una curda para despedir el amor yermo. Y la garganta se liber¨® para siempre de miedos y tenazas con D¨¦jame que me vaya, que Diego arrima al fandango. Igual que Por una cabeza, un tangazo de Gardel intimidatorio de puro m¨ªtico.
Atahualpa Yupanqui y, sobre todo, Mercedes Sosa, han sido los referentes en el nuevo santoral de Cigala, al que su p¨²blico sin embargo jale¨® m¨¢s en la segunda parte, dedicada a Cigala & Tango y los boleros de L¨¢grimas negras, con el pianista Jaime Calabuig como oficiante principal.
Solo para honrar la memoria de Bebo Vald¨¦s (¡°un se?or que me cambi¨® la vida con su m¨²sica¡±, dijo) se arranc¨® el de Lavapi¨¦s con un parlamento, absorto en su repertorio eterno y pasional: el dolor de Garganta con arena, la bigamia irresoluble que pregonaba Antonio Mach¨ªn en Coraz¨®n loco. Cigala es el gitano valiente que no se cans¨® de mirar a Am¨¦rica, desde Cuba al cono sur. Y a sabiendas de su olfato infatigable, seguro que el futuro nos depara sorpresas.
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