Suede record¨® su pasado all¨ª donde Billy Bragg defendi¨® su presente
El Cru?lla concluye su primera jornada en un ambiente familiar y distendido
En tiempos de festivales enormes, un festival de tama?o familiar. En ¨¦pocas donde entre el aturdimiento se puede escoger entre 320 propuestas en muchos casos de perfil m¨¢s que similar, poder seleccionar entre dos o tres. En d¨ªas en los que el turismo cambia nuestros espacios diarios, un festival donde la mayor¨ªa del p¨²blico es local. Cuando casi has de ser atleta para mantener el paso en el tr¨¢nsito de escenario a escenario, un paseo conduce de una m¨²sica a otra. S¨ª, el Cru?lla es una rara avis en el mapa de festivales barcelon¨¦s y ayer, en un ambiente casi familiar, y no por la falta de p¨²blico sino por su tono, consumi¨® su primer jornada. Primera de dos, otra caracter¨ªstica de un acontecimiento con dimensiones humanas.
Reinaron dos ingleses. Uno se dej¨® las pesta?as en un concierto casi atl¨¦tico, deshaci¨¦ndose para conectar con su p¨²blico, excit¨¢ndolo con sus movimientos, su pasi¨®n y su entrega, am¨¦n de con un repertorio con pocas paradas en su ¨²ltimo disco y por el contrario l¨®gicamente trufado con ¨¦xitos inevitables ¨CAnimal nitrate, The Wild Ones, The Drowners, So Young, Metal Mickey, Beautiful Ones...-. Camisa blanca ya empapada en sudor en la tercera pieza y algunos fallos en la voz fruto de querer ir m¨¢s all¨¢ de donde permite la fisiolog¨ªa. Brett Anderson en acci¨®n, encabezando a Suede, el plato fuerte de la primera noche. Como si el tiempo no hubiese pasado. Pero s¨ª, ha pasado. ?En qu¨¦ se not¨®? En que la cantidad de p¨²blico frente a su escenario fue descendiendo a medida que transcurr¨ªa la actuaci¨®n, en que Brett siempre pareci¨® m¨¢s caliente que el personal y en que ese mismo concierto hace unos a?os hubiese sido la locura. Hoy en Suede lo ¨²nico que enloquece es el paso del tiempo.
FESTIVAL CRU?LLA
Suede. Billy Bragg. Rufus Rufus Wainwright
Parc del F¨°rum
Barcelona, 5 de julio
Hay otros, m¨¢s modestos, a los que el tiempo mantiene en esa urna diminuta reservada a los que siempre han vivido conforme a sus posibilidades. Conociendo el uso que se da a esta idea en Espa?a, no se sabe si a Billy Bragg le har¨ªa gracia esta definici¨®n, pero lo cierto es que a ¨¦l no le pasa por encima la historia, en la que siempre ha ocupado un espacio peque?o pero lleno de sentido. Tocado con una gorra que le hac¨ªa parecer Andy Capp, con ese aire proletario y com¨²n, Billy, uno de los pocos izquierdistas que cuando proclama sus verdades en escena no parece un cura resabiado, reg¨® sus canciones, algunas de ellas versiones de Woody Guthrie -All you fascist, California Stars- o Stones -Dead flowers-, con un inteligente sentido del humor que le llev¨® a cuestionar la masculinidad en tiempos en los que los hombres ya ni saben clavar un clavo o a preguntarse qu¨¦ hab¨ªa hecho mal Inglaterra para llevarse a Mourinho y no a Pep Guardiola. Escorando su sonido hacia el country, Bragg, que cuando habla en ingl¨¦s lo hace con la lentitud del que quiere hacerse entender, dio una lecci¨®n de sentido com¨²n y de compromiso con un ideario cuyo sentido nuestros tiempos agranda. Tal parece que siempre quedar¨¢ espacio para esta especie de fustigadores del sinsentido monetarista de una vida que Billy, pese a todo, riega con humor afilado.
Adem¨¢s de Suede y Billy Bragg, la m¨²sica negra tuvo su espacio en el Cru?lla, un festival dado a estas sonoridades. Wycleff Jean propuso su ensalada de hip-hop y rock y m¨¢s tarde Buraka Som Sistema apelar¨ªan al ritmo puro del kuduro cerrando una jornada que en sus primeras horas tuvo a Ernest Ranglin como uno de los protagonistas. Y no tanto porque su concierto instrumental fuese extraordinario, sino porque la m¨²sica de este guitarrista pionero del ska y sus versiones convirtieron su escenario en una inmensa cocteler¨ªa a la orilla del mar. Sonidos agradables para comenzar la jornada, un aperitivo relajado para las horas de m¨²sica que despu¨¦s vendr¨ªan.
M¨¢s tarde Rufus Wainwright dej¨® en el aire la sensaci¨®n de que aquel no era su lugar, ni su formato id¨®neo ¨C¨¦l solo bien con guitarra o piano, sin banda-, pero al menos interpret¨® la maravillosa Memphis Skyline, una canci¨®n que, como muchas de la primera ¨¦poca del artista, parece llegada de otros tiempos, de aquellos inicios del siglo XX en los que ser m¨²sico era un oficio. Eso tiene el mejor Rufus, una p¨¢tina de clasicismo y gusto que se resiste a desaparecer pese a que no la gestiona de la mejor de las maneras.
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