Tiendas de humo
La crisis y las modas arrancan a tiras el tejido comercial, negocios, obradores y servicios que fueron imprescindibles, tradicionales
Las fachadas de la ciudad tambi¨¦n ponen cara a la realidad, econ¨®mica y social. Finalmente la vida actual es urbana. La crisis arranca de cuajo y a tiras el tejido comercial, negocios, obradores y servicios que fueron imprescindibles y tradicionales.
Los portales ¡ªeso es la oferta¡ª cierran y anuncian liquidaci¨®n por mentirosas reformas. Muchos, sin m¨¢s proponen saldos de v¨¦rtigo por cierre de negocio mientras buscan un imposible traspaso. Las tiendas de siempre se extinguen y, adem¨¢s, fracasaron las modernas que afloraron en masa oportunista con la euforia del pasado reciente.
El tsunami de las mini o megatiendas de chinos engulle el cuerpo comercial habitual. Los comerciantes orientales, sin horario y sin comunicaci¨®n real por ausencia una lengua inteligible, pretenden resumir en una sola actividad toda la complejidad anterior.
Los chinos han devorado el libre comercio real y, por el camino de esa involuci¨®n hacia la modernidad, se tragaron el todo a cien, la alternativa local de almacenes de baraturas. El euro ayud¨® a desmontar la actividad de precio ¨²nico casi de feriantes.
La idea de la ciudad se desvanece al quedarse sin capilares de vida
La devastaci¨®n que caus¨® la crisis en esa econom¨ªa de cercan¨ªas fue anticipada por la primera estocada de la apertura de megacentros perif¨¦ricos y grandes almacenes c¨¦ntricos. Luego los supermercados llegaron al coraz¨®n de las barriadas, se desplegaron en l¨ªneas de estrategia b¨¦lica para frenar el viaje del consumidor a los h¨ªper gigantes.
Esa moda de modernidad de la compra ¨²nica provoc¨® que se acelerara la extinci¨®n de la malla comercial de los barrios. Se acab¨® con la existencia de propuestas basadas en las necesidades dom¨¦sticas reales, urgentes o para el entretenimiento, que aportaban diversidad y cohesi¨®n vecinal. Los empresarios ten¨ªan tradici¨®n familiar o voluntad de arraigo, manten¨ªan una oferta coherente, saludaban al cliente habitual o confiaban en captar al pasajero.
Aqu¨ª un colmado de ultramarinos, al lado una papeler¨ªa-kiosco y en conexi¨®n una panader¨ªa real, una droguer¨ªa, una mercer¨ªa, una tienda de ropa, una zapater¨ªa, un sastre, una carnicer¨ªa, una florister¨ªa, el barbero, adem¨¢s un fontanero, un reparador de televisiones, un electricista, un remend¨®n, la tienda de consumibles inform¨¢ticos, el fot¨®grafo. M¨¢s bares de esquina, buen caf¨¦ y tapas de entidad.
El cambio no tiene matices. La sociedad de consumo marca y adapta sus modos de relaci¨®n con los usuarios-clientes, sin posibilidad de que estos decidan realmente. Lo que se fue no retornar¨¢, la cirug¨ªa ha sido radical. Es una extirpaci¨®n, no una moda pasajera, se trata de una correcci¨®n total del modelo por muerte del anterior. La sustituci¨®n ha ocurrido velozmente.
Un tsunami de mini o megatiendas de chinos engulle el comercio habitual
El mercado impone sus reglas, ajeno a sentimientos intangibles. Las nostalgias privadas y el manual del costumbrismo, no frenan el avance de ese nuevo modo de colonizaci¨®n. La uniformidad se instala en todos los frentes, hasta en los gustos privados sobre el caf¨¦, el pan de barra o el inefable uso de los pantalones cortos masculinos en verano.
La derrota, la nueva situaci¨®n, est¨¢ reflejada ahora mismo en miles y miles de fachadas de Palma y de muchas ciudades que en son esquelas de nuestra ¨¦poca anterior. Son datos y ejemplos, en los ensanches y en el coraz¨®n de las ciudades. Bajaron la persiana y encalaron sus oficinas bancos. Ahora sus vendedores acosan por tel¨¦fono al cliente.
La idea de la ciudad se desvanece porque se queda sin esos capilares de vida y ritmo, sin la malla de servicios y atenci¨®n directa. Las concepciones cl¨¢sicas del urbanismo de contacto, sean barrios verticales o extensivos de casas bajas, caen en el vac¨ªo. La ciudad pierde aliento aunque evolucione al modo universal.
Si existe, circunstancial, una avanzada de nuevos negocios. Se insinuaron las tiendas de frutas y verduras atendidas por latinoamericanos, con ¨¦xito desigual y este verano se implanta en muchas esquinas otros comercios cuyo ¨¦xito puede ser fugaz: las tiendas dichas de cigarrillos electr¨®nicos, de humo sin fuego ni tabaco.
Arraigan las oficinas-comercios para fumadores que pretenden dejar de serlo enga?¨¢ndose, fumando sin fumar. Parece una plaga con marcas que imitan a las anteriores, que han visto las colas que generaron los comercios pioneros, con publicidad boca a boca, creando nuevos clientes cautivos, dependientes de sus recambios y una memoria de tabaco falso y l¨ªquido. As¨ª la piel comercial cambia, se esfuma entre humo, sin fuego.
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