Arr¨ªen las banderas

He visto mucho agravio y mucho orgullo ¡ªambos igualmente patri¨®ticos¡ª con motivo de la Diada del 11 de septiembre: la multitudinaria presencia de individuos encadenados, que a unos entusiasm¨® y a otros ofendi¨®. No s¨®lo en Catalu?a, sino tambi¨¦n en el resto de Espa?a. El derecho a decidir, esto es, la convocatoria de un refer¨¦ndum era el lema. ?La meta? Pues la independencia. Justamente por eso el Partit del Socialistes de Catalunya no acudi¨® como organizaci¨®n a la cadena humana. O personajes bien conocidos de los medios de comunicaci¨®n, tampoco: como Jordi ?vole, que expresamente no fue por los muchos v¨ªnculos que siente con Espa?a. As¨ª lo dijo literalmente en una columna period¨ªstica.

Resulta cansino el tema. Al menos, a m¨ª me lo resulta. Aunque, a qu¨¦ negarlo, tambi¨¦n me inquieta. ?Me resulta tedioso porque tengo muy clara mi identidad espa?ola? ?Me incomoda porque no imagino una Espa?a sin Catalu?a? Punto y aparte.

Entre 1966 y 1967 hubo una pol¨¦mica entre Juli¨¢n Mar¨ªas y Maurici Serrahima. ?Cu¨¢l fue el objeto de la controversia? La reflexi¨®n y los contenidos de Consideraci¨®n de Catalu?a, un volumen de Juli¨¢n Mar¨ªas sobre su historia y su presente, tras lecturas profundas y una estancia por el Principado (1965). Por supuesto, el fil¨®sofo viajero era partidario de una Espa?a plural en la que tuviera encaje Catalu?a: en la que pudiera haber derechos individuales y goce de los recursos colectivos y culturales, la lengua catalana primordialmente. Serrahima, de inspiraci¨®n nacionalista, disent¨ªa: prefer¨ªa una futura Catalu?a independiente, con todos sus poderes soberanos, reproch¨¢ndole a Mar¨ªas una concepci¨®n regionalista. Fue una amistosa pol¨¦mica, en palabras de Serrahima, y sin duda fue un debate moderado por la caballerosidad de ambos contendientes (y, a qu¨¦ negarlo, por la temible censura pol¨ªtica del franquismo, siempre vigilante).

?Hay alguna ense?anza aprovechable? Pues, en primer lugar, las formas, la cortes¨ªa, la educaci¨®n. En segundo lugar, el razonamiento, la articulaci¨®n medida de las ideas. En tercer lugar, el realismo, la sensata y moderada reivindicaci¨®n en un mundo que es imperfecto. En cuarto lugar, la serena defensa de las propias ideas. Es m¨¢s, tras la discusi¨®n, tanto Mar¨ªas como Serrahima continuaron respaldando sus concepciones de lo que era Catalu?a, de lo que era Espa?a y siguieron trat¨¢ndose con caballerosidad, lazos que se incrementaron durante el tiempo en que fueron senadores por designaci¨®n real en las primeras Cortes de la Monarqu¨ªa.

?Hemos perdido las buenas maneras? El arrebato es nuestro estado permanente, esa furia que nos ciega. Cuando Mar¨ªas y Serrahima debat¨ªan se toleraban aceptando las razones perfectamente leg¨ªtimas del otro. Mar¨ªas hablaba de la realidad de Catalu?a; en cambio, Serrahima hablaba de lo que Catalu?a pod¨ªa ser. Ese era el diagn¨®stico del propio Mar¨ªas. Ya s¨¦ que las banderas son algo de mucha querencia popular. Yo las detesto, pero respeto a quien las pone y las venera. Pero no me pidan que me envuelva en una de ellas. Arr¨ªen las banderas, por favor, y p¨®ngase a negociar, aunque los pol¨ªticos que deban bajar los m¨¢stiles sean tan mediocres y tan limitados como Mariano Rajoy y Artur Mas.

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