Una noche cualquiera en la ciudad
Bajo la luz mortecina de las farolas una joven no paraba de gritar, llorar, agitarse y atragantarse, todo al mismo tiempo
Los gritos sonaron en la madrugada. Despert¨¦ sobresaltado. La peor pesadilla de un padre: una chica grita en la calle y tus hijas a¨²n no han vuelto a casa. Me vest¨ª como un poseso y poni¨¦ndome todav¨ªa una camiseta y los zapatos ya estaba bajando las escaleras, saltando los pelda?os de dos en dos. Sal¨ª del portal con el pulso desbocado, una opresi¨®n en el pecho y horribles premoniciones. Bajo la luz mortecina de las farolas una joven chillaba en medio de la calle desierta. Es extraordinaria la manera en que te haces cargo enseguida de una situaci¨®n as¨ª: la adrenalina y el miedo te despejan como el mejor caf¨¦ fuerte. Descart¨¦ de un vistazo una ri?a de novios, exceso de alcohol o de drogas. La chica estaba realmente asustada. Presa de un ataque de histeria no paraba de gritar, llorar, agitarse y atragantarse, todo al mismo tiempo. Trat¨¦ de tranquilizarla. Se nos uni¨® una vecina del bloque de al lado que, mucho m¨¢s pr¨¢ctica que yo, ya hab¨ªa llamado a la polic¨ªa. Balbuceando, la joven explic¨® de manera inconexa lo que suced¨ªa. Ella llegaba desde la calle de Verdi, subiendo las escaleras, con los auriculares puestos escuchando m¨²sica, cuando observ¨® a un hombre que se interpon¨ªa en su camino a casa. Trat¨® de conjurar su miedo y continu¨® caminando. Se dijo que no pasaba nada, que era su imaginaci¨®n, como tantas veces. Pero s¨ª que pasaba. Al llegar junto a ¨¦l, el tipo la agarr¨® del cuello, le arranc¨® el collar y le arrebat¨® brutalmente el bolso. La empuj¨® a un lado, tir¨¢ndola al suelo. Y se march¨® corriendo hacia el final de la calle. ¡°?Se lo ha llevado todo, las llaves de casa, el m¨®vil, no tengo manera de entrar en casa, vivo sola¡±. Esto lo dijo entre espasmos de nervios y terror. La vecina la abraz¨® en un intento de calmarla.
La joven chillaba aterrorizada en la calle. Cog¨ª la moto y sal¨ª en persecuci¨®n del agresor
Yo sin pensarlo me dirig¨ª a la motocicleta que tengo aparcada frente a casa. La puse en marcha y part¨ª a toda velocidad en persecuci¨®n del ladr¨®n. La chica hab¨ªa dicho que ten¨ªa rasgos ¨¢rabes (¡°un moro¡±), vest¨ªa una camiseta de rayas y era muy fuerte. En la amplia y solitaria noche que se abr¨ªa ante el faro de mi moto todo parec¨ªa amenazador y siniestro. Llegu¨¦ al final de la calle y opt¨¦ por seguir a la derecha, parec¨ªa l¨®gico que el asaltante se hubiera dirigido hacia el parque G¨¹ell y su oscuro y boscoso per¨ªmetro. Vi un objeto en el suelo y par¨¦. Era un peque?o neceser; l¨¢pices de maquillaje asomaban por la cremallera rota. Lo recog¨ª, unos metros m¨¢s adelante encontr¨¦ una funda de gafas, dentro hab¨ªa unas Ray-Ban. Sent¨ª una extra?a ternura ante todas esas cosas que pod¨ªan haber sido de mis hijas. Me subi¨® bilis a la garganta. Una mezcla de pena y c¨®lera. Continu¨¦ hacia el parque, dando gas. Un reguero de las posesiones de la chica indicaba la ruta que hab¨ªa seguido el atacante, a mediada que se deshac¨ªa de los objetos que le parec¨ªan in¨²tiles. Un jersey fino y otras piezas de ropa, una funda de m¨®vil, un pa?uelo, el cord¨®n roto del collar. Lo fui metiendo todo en el cofre de la moto, como si recompusiera el puzzle de una vida ajena.
La noche se espesaba en los linderos del parque, los altos pinos creaban grandes sombras entre los arbustos, los muros y los coche aparcados. Ech¨¦ un vistazo en los caminos que se adentraban en la oscuridad. La rabia y la adrenalina desaparec¨ªan para dejar paso a la aprensi¨®n y al desasosiego. Estaba siguiendo a un criminal intern¨¢ndome en la noche, su territorio. Quiz¨¢ me observaba emboscado, escudri?ando mi prop¨®sito y mi decisi¨®n y sonriendo ante la forma en que se debilitaba mi voluntad de darle caza. Tampoco sab¨ªa yo que pensaba hacer, en realidad. El objetivo hab¨ªa sido recuperar las cosas de la joven, cuantas m¨¢s pudiera. Pero ahora cada metro me acercaba a un enfrentamiento, quiz¨¢ una lucha. Igual el t¨ªo era Saladino. Decid¨ª que no estaba preparado. ?Y si el asaltante dispon¨ªa de un arma? Rebusqu¨¦ en los bolsillos. Un l¨¢piz y dos caramelos. Poco pertrechado iba yo para tal asunto. Di la vuelta, sintiendo unos ojos clavados a mi espalda, mientras cre¨ªa escuchar una risa burlona.
El hombre que hab¨ªan capturado parec¨ªa el culpable del asalto. "Se hac¨ªa el loco", explic¨® un agente
Cuando regres¨¦ junto a la joven la polic¨ªa ya hab¨ªa llegado. Tres coches de los mossos ocupaban la calle. Se hab¨ªan sumado a la escena otros vecinos. La chica segu¨ªa llorando desconsolada. Le mostr¨¦ las cosas que hab¨ªa recuperado, despertando su esperanza y la admiraci¨®n de los presentes. Sent¨ª que redim¨ªa mi cobard¨ªa. Algo hab¨ªa hecho. Los polic¨ªas me pidieron informaci¨®n, y por una vez no era si hab¨ªa bebido o pasado la ITV. Les dije d¨®nde hab¨ªa ido, y les puse sobre la pista del atacante huido. Los agentes asent¨ªan aprobadores, escuch¨¢ndome con respeto. Eso me hizo sentir mejor. Partieron dos coches a toda velocidad siguiendo mis indicaciones. Nos agrupamos entonces en torno a la chica, con la solidaridad humana que despiertan las desgracias de los otros. Parec¨ªa un animalito herido. Se la ve¨ªa tan joven y vulnerable. Observ¨¦ una l¨ªnea roja en su piel donde le hab¨ªa sido arrancado violentamente el collar. Le hab¨ªa dejado mi m¨®vil para llamar a su familia y entonces llegaron sus hermanos, guapos, j¨®venes, preocupados y enfadados como Capuletos. Uno hab¨ªa caminado un trecho y en el calor h¨²medo y pegajoso de la noche se hab¨ªa quitado la camisa y mostraba el torso desnudo. Se fundieron en un abrazo con su hermana componiendo los tres una conmovedora escultura de amor fraternal. Los dem¨¢s apartamos las miradas. Cruc¨¦ la m¨ªa con uno de los mossos. Carraspeamos embarazados. Las cosas empezaron a moverse deprisa. Aparecieron dos individuos con aspecto desaseado, pelo largo, barbas. Puede escuchar que informaban a los polic¨ªas uniformados del arresto de un tipo sospechoso en la zona que yo hab¨ªa patrullado. Eran agentes camuflados. ¡°?Toma, como en Serpico!¡±, musit¨® un vecino. El hombre que hab¨ªan capturado parec¨ªa el culpable del asalto. "Se hac¨ªa el loco", explic¨® un agente.
Son¨® un tel¨¦fono de la polic¨ªa. Hab¨ªan encontrado el bolso de la chica. Estaban dentro las tarjetas, las llaves. Una sensaci¨®n de alivio nos recorri¨® a todos. La gente comenz¨® a dispersarse. Lo que nos hab¨ªa unido desaparec¨ªa. Ah¨ª acababa la aventura. Me desped¨ª de la chica que, inopinadamente, me ech¨® los brazos al cuello y me dio dos besos. La vecina tambi¨¦n me bes¨®. Regres¨¦ a casa extra?amente satisfecho. Me met¨ª en la cama y me dorm¨ª, aunque mis hijas no hab¨ªa regresado a¨²n. La noche no hab¨ªa acabado pero entre todos la hab¨ªamos conjurado, y yo ya no le ten¨ªa miedo.
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