Cambiar el rumbo
El maridaje entre cargos pol¨ªticos y alta direcci¨®n policial ampara actuaciones an¨®malas e impide el control democr¨¢tico
De un tiempo a esta parte la ciudadan¨ªa percibe una excitaci¨®n notable en la Polic¨ªa de Catalunya, que se plasma en una serie de hechos, como m¨ªnimo, intranquilizadores. Esta excitaci¨®n se traduce en frecuentes desaguisados, algunos ciertamente graves por sus consecuencias, otros quiz¨¢s magnificados, que para cuerpos m¨¢s veteranos ser¨ªan tratados, sin raz¨®n, con m¨¢s tolerancia. La polic¨ªa no puede sustraerse ni a la naturaleza de su funci¨®n ¡ªjerarqu¨ªa, uso de la fuerza material directa, recolecci¨®n de informaciones a raudales¡ª, ni a las condiciones de su ejercicio ¡ªurgencia, pretensi¨®n de eficacia, penosidad, riesgo personal¡ª ni a sus objetivos ¡ªgarantizar los derechos individuales y la seguridad ciudadana¡ª-. Todo ello aderezado por un control pol¨ªtico, necesario, pero no siempre bien ejercido, y un tendencioso corporativismo fagocitador de todo control. Este permanente inestable equilibrio se encuentra en todo tiempo y lugar, tambi¨¦n en los reg¨ªmenes inequ¨ªvocamente democr¨¢ticos.
Remedios y prevenciones para que no se produzca un desbordamiento existen. Remedios y prevenciones que tienen en com¨²n un requerimiento: la inequ¨ªvoca voluntad pol¨ªtica y profesional de emplearlos y aplicarlas a fondo. Sin esta f¨¦rrea voluntad todo ser¨¢ papel mojado. La primera prevenci¨®n es una formaci¨®n policial (humana, t¨¦cnica, jur¨ªdica, ¨¦tica) de primer nivel. Es costoso y no solo, aunque tambi¨¦n, econ¨®micamente. Si lo que se prima es la foto para salir en las portadas de los medios, celebrando promociones y aperturas de centros, el camino es err¨®neo. La formaci¨®n r¨¢pida, igual que el fast food no es comida decente, no es m¨¢s que un suced¨¢neo de formaci¨®n.
En segundo lugar, hay que poner a disposici¨®n de las fuerzas policiales medios materiales y personales adecuados para sus funciones. No se trata solo de dotar a los polic¨ªas de armas o microscopios seg¨²n su ¨¢rea de trabajo. Con m¨¢s de 30 a?os a cuestas, los Mossos no disponen de un reglamento de armas policiales ¡ªque ha de facilitar la Administraci¨®n¡ª con indicaci¨®n clara, precisa y p¨²blica de las condiciones para considerar al polic¨ªa adiestrado en su uso y en qu¨¦ situaciones han de utilizarse. El instrumental policial est¨¢ aun en una fase muy embrionaria y, en alguna medida, dista de la uniformidad necesaria. Dotar de medios personales supone, adem¨¢s de una publicitada plantilla org¨¢nica policial adecuada al territorio y a las funciones encomendadas, no destinar efectivos policiales a funciones no policiales; las tareas burocr¨¢ticas ser¨ªan el ejemplo m¨¢s evidente, pero ni la ¨²nica ni la m¨¢s grave disfunci¨®n.
Pero todo esto de poco sirve si no se ataja esa t¨¢cita alianza, que renace con cada renovaci¨®n de la c¨²pula pol¨ªtica, entre cargos pol¨ªticos y alta direcci¨®n policial. Se produce un maridaje entre cargos pol¨ªticos, ajenos a la polic¨ªa ¡ªy a menudo sin conocimiento del mundo policial¡ª, y la ¨¦lite de los agentes significados del cuerpo que de facto lo rigen. Este maridaje, m¨¢s que una colaboraci¨®n leal, es una contraapoyo de espalda contra espalda a fin y efecto de que las dos partes de la instituci¨®n, la pol¨ªtica y transitoria, por un lado, y la profesional y permanente, por otra, mir¨¢ndose de reojo, lleven a delante la misi¨®n de fomento de la seguridad p¨²blica.
De lo dicho se colige que el poder pol¨ªtico, al pretender, a veces, fines m¨¢s de imagen que reales y efectivos o directamente espurios, consiente a los agentes y sus mandos o fuerza comportamientos m¨¢s que an¨®malos y ampara su justificaci¨®n pese a carecer de toda justificaci¨®n. A su vez, el cuerpo busca blindarse en el ejercicio de sus funciones cediendo en algunos aspectos laborales, funcionales o de objetivos propagand¨ªsticos, a cambio de conseguir la m¨¢s amplia autonom¨ªa en la gesti¨®n de la instituci¨®n y mantenerla lo m¨¢s alejada posible de un aut¨¦ntico control pol¨ªtico. Este control, si fuera tal, ser¨ªa un control democr¨¢tico de la sociedad, v¨ªa sus representantes, de una de las mayores fuentes de peligro que alberga la sociedad moderna: el poder de ejercer, dicho en fino, la coacci¨®n directa y el acarreo de informaci¨®n de toda laya.
Pongamos dos ejemplos antit¨¦ticos. Por un lado, en la ¨¦poca del Tripartito, tras no pocos esc¨¢ndalos, se instalaron c¨¢maras en las celdas y otras dependencias policiales y se public¨® un c¨®digo ¨¦tico. Con las c¨¢maras ¡ªnada infrecuentes en nuestro entorno¡ª cesaron los esc¨¢ndalos por malos tratos en comisar¨ªa. En cambio, el c¨®digo ¨¦tico no resisti¨® las presiones de las ¨¦lites policiales corporativas y, recuperado el poder por CiU, se derog¨®. A t¨ªtulo de ejemplo, sucedieron como consecuencia, o no, el m¨¢s que discutible desalojo de la Pla?a de Catalunya o la ristra de fantas¨ªas en el caso de los informes de las lesiones a Ester Quintana, sin que por ninguna de esas acciones u otras similares se depurara la m¨¢s m¨ªnima responsabilidad. Por no hablar de la gesti¨®n de los indultos a polic¨ªas condenados por torturas.
O se pone remedio a este maridaje, se toma p¨²blicamente la seguridad en serio y se deja de patrimonializar la seguridad, sin consentir una sola manzana aparentemente podrida, o la calidad democr¨¢tica, lejos de brillar, todo lo m¨¢s ser¨¢ mate.
Joan J. Queralt es catedr¨¢tico de Derecho Penal de la UB.
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