Urbanismo y crisis social
Nuestra escasa cultura democr¨¢tica en materia de participaci¨®n ha proporcionado pocos episodios mod¨¦licos en la renovaci¨®n de la ciudad
Ya no es posible desligar el buen urbanismo, incluso el denominado urbanismo ecol¨®gico, del urbanismo social. Es decir, no basta con que las propuestas para la ciudad eliminen los excesos, apuesten por medidas de respeto al medio ambiente, reduzcan los impactos e incorporen los avances en movilidad, energ¨ªa o residuos. Es preciso, adem¨¢s, que se atengan a criterios de justicia social, de fomento de la cohesi¨®n, de avances sustanciales en materia de vivienda p¨²blica; de luchar, en definitiva, contra la desigualdad. Resulta imprescindible, al mismo tiempo, que los procesos participativos superen el estrecho marco legal, para dar paso a una cooperaci¨®n ciudadana proactiva, desde el inicio, y no simplemente limitada al refrendo o al rechazo.
En 2005 se produjo en Francia una revuelta urbana que afect¨® a numerosas ciudades en sus zonas m¨¢s fr¨¢giles, barrios generalmente perif¨¦ricos y con graves problemas sociales, agudizados por la crisis econ¨®mica. La torpeza de la reacci¨®n gubernamental (con un Sarkozy provocador en su papel de ministro del interior) no hizo sino agravar la tensi¨®n. El soci¨®logo de origen argelino Ahmed ben Naoum, preguntado entonces por una v¨ªa de soluci¨®n (EL PA?S, 10/11/2005), respond¨ªa as¨ª: ¡°No hay f¨®rmulas m¨¢gicas, pero seguro que la soluci¨®n no pasa por el autoritarismo que promueve el Gobierno. Pero le dir¨¦ una que no pasa por el terreno educativo ni familiar, sino por el urbanismo. Hay que eliminar los guetos y hacerlo sin complejos (¡) los guetos solo desaparecen de una manera: fundi¨¦ndolos con la ciudad.¡±
La Red Europea de Barrios en Crisis (experiencia seleccionada en el cat¨¢logo de buenas pr¨¢cticas de 1996) reconoc¨ªa diferentes tipolog¨ªas - barrios antiguos del centro, suburbios, barrios obreros, torres de pisos...- y no necesariamente ¨¢reas de inmigrantes o ¨¢reas monofuncionales sin actividad econ¨®mica, pero s¨ª con problemas similares ¨Cdesempleo, fracaso escolar, drogadicci¨®n¡- que las diferencian del resto de la ciudad.
En Madrid, a principios del presente siglo, una fuerte crisis sacudi¨® la Ca?ada Real Galiana, el mayor poblado chabolista (40.000 habitantes) de Europa, oculto hasta entonces debajo de la alfombra. Los primeros intentos de desalojo a la fuerza por parte de las autoridades hicieron recular a ¨¦stas y dieron paso finalmente a una propuesta para ¡°legalizar¡± en parte la ocupaci¨®n -m¨¢s de 14 kil¨®metros- de esta antigua v¨ªa pecuaria.
Nuestra escasa cultura democr¨¢tica en materia de participaci¨®n ha proporcionado pocos episodios mod¨¦licos en la renovaci¨®n de la ciudad.
En una escala madrile?a m¨¢s urbana, recordemos un proyecto supuestamente ilustrado para el eje Prado-Recoletos que fue duramente contestado, marcado por la rocambolesca amenaza de la baronesa Thyssen de atarse a un ¨¢rbol frente a su museo. En Barcelona, el proyecto oficial de remodelaci¨®n de la Plaza de Lesseps, en el barrio de Gracia, fue objeto de una fuerte contestaci¨®n, que oblig¨® al Ayuntamiento a reconsiderar su propuesta y admitir la intervenci¨®n de los vecinos. En el caso m¨¢s reciente del proyecto para redise?ar la Diagonal, con un falseado proceso de participaci¨®n, el fiasco del ayuntamiento fue mayor ante las cr¨ªticas que le llovieron de todas partes.
En Valencia, si repasamos el cat¨¢logo de conflictos urbanos de los ¨²ltimos a?os, proyectos ejecutados o frustrados (con El Cabanyal de manera destacada) casi siempre se han venido saldando con decisiones autoritarias, porque algunos gobiernos toman el poder cuando ganan las elecciones como si la ciudad pasara a conformar su particular patrimonio, o el orden p¨²blico solo tuviera su personal visi¨®n. Mientras los ruinosos eventos han dejado un panorama desolador, algunos modestos avances en barrios han ido m¨¢s de la mano de las iniciativas ciudadanas que de la voluntad del gobierno local, v¨¦ase el caso de Benimaclet con sus huertos urbanos, una propuesta desde la base, o del nuevo Russafa, en donde la administraci¨®n hubo de paralizar un aparcamiento en el jard¨ªn de la plaza de Manuel Granero o reconocer la necesidad de construir un centro escolar. La reurbanizaci¨®n del barrio, sin embargo, con m¨¢s sombras que luces, se ha llevado a cabo de manera nada participativa.
Son, en definitiva, algunas muestras de lo que ocurre cuando se trata de imponer soluciones urbanas sin el m¨ªnimo contacto con la realidad social.
Como ¡°en Espa?a siempre acabamos discutiendo sobre lo accesorio y tendemos a obviar lo fundamental ¡° (Elvira Lindo) tan solo unos pocos han querido ver m¨¢s all¨¢ de la remodelaci¨®n de una calle en el conflicto de Burgos, que por cierto proporcionaba aceras m¨¢s anchas, reducci¨®n del tr¨¢fico, m¨¢s espacio verde, un camino para las bicicletas... El sorprendente estallido radica no solo en la falta de participaci¨®n, o en las deficiencias del barrio de Gamonal, su escala de prioridades, sino que se mezcla con el autoritarismo municipal, la corrupci¨®n y el caciquismo que controla obras y medios de comunicaci¨®n.
En Valencia, la vitalidad e iniciativa que muestran diferentes colectivos sociales, no se corresponde con un discurso urbano verdaderamente innovador por parte de los grupos pol¨ªticos. La desabrida celebraci¨®n del 25 aniversario del Plan General ofrece pocos s¨ªntomas de renovaci¨®n oficial para el devenir de esta ciudad estancada. Hay quien conf¨ªa casi todo a un cambio del gobierno en 2015, pero mucho me temo que las transformaciones que se necesitan son mucho m¨¢s profundas, afectan a la cultura de lo com¨²n, a ese imaginario que se escapa entre nuestros dedos a marchas forzadas, a la necesidad de crear nuevos sistemas de participaci¨®n y de gobierno urbano.
Joan Olmos es ingeniero de Caminos
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