Panorama desde el puente
Una ventaja de convivir en democracia es echar unas risas sobre lo que ocurre
De entre las muchas ventajas de convivir en democracia, incluso en una como la que ahora disfrutamos, con familia real y todo, y no como otras, cabr¨ªa destacar el derecho a echar unas risas sobre lo que ocurre sin que te enchiqueren por ello, esto es, sin pasarse de la raya, porque si te pasas los pobres guardias uniformados (y armados) no tienen otro remedio que emplearse con contundencia en las calles a fin de evitar tumultos tantas veces menores de los que esa vanguardia mal pagada provoca con sus firmes intervenciones. As¨ª ocurre que una pobre mujer algo entrada en a?os que se refugia en una cafeter¨ªa sin haber hecho da?o a nadie es sacada a rastras por la acera por los que defienden lo de todos sin m¨¢s contemplaci¨®n que alguna mirada asesina hacia las c¨¢maras que graban el suceso, por la misma raz¨®n que si se presta atenci¨®n a los pormenores del accidente del metro en Valencia, en el que fallecieron 43 personas, parece claro que, m¨¢s all¨¢ de las argucias insidiosas de la izquierda, esa secta que odia a los valencianos, alguien meti¨® la pata hasta ese breve rinc¨®n de la entrepierna que no conviene mencionar, as¨ª que lo que realmente ocurri¨® nunca estar¨¢ claro porque las autoridades implicadas nada desean m¨¢s que olvidarse de ese asunto de una pu?etera vez y despu¨¦s gloria. Viene a ser casi lo mismo, siguiendo con las ocultaciones premeditadas que afectan a algo m¨¢s que a las vidas privadas, que el poco gallardo Gallard¨®n cuando dice que ni un solo grito le har¨¢ desistir de aplicar su miserable ley del aborto, ni siquiera el de la parturienta contra su voluntad que sabe que su criatura vendr¨¢ a este mundo con malformaciones que le har¨¢n imposible saber siquiera qu¨¦ cosa es una vida personal, ni siquiera el de la jovencita que tendr¨¢ que desplazarse a una ciudad europea de verdad para sufrir el dolor de desprenderse de una criatura no esperada ni deseada y que no queriendo dejar su futuro a los albures del azar recurrir¨¢ a los ahorros de los abuelos para realizar tan terrible viaje. La risa viene cuando uno lee la ¨²ltima carta de Pedro J. Ram¨ªrez en el mundo mundial y se percata de que semejante sujeto no ha cambiado para nada durante los ¨²ltimos cinco lustros, lo que basta para que lo despachen de una vez hacia una prosa m¨¢s breve y entretenida, y lo ¨²nico a lamentar en este caso es que ya no gozaremos de las alegres carcajadas que nos deparaban esas homil¨ªas dominicales, para a?adir, de paso, que bien podr¨ªan prescindir de las otras cartitas, las del siempre condescendiente de un tal Ans¨®n, sin m¨¢s m¨¦ritos que los que ¨¦l mismo se atribuye con ese gracejo r¨²stico que ha hecho m¨¢s males que un gorrino suelto. Aunque para gracejo estomagante el de esa cartelera valenciana que cumple ahora cien a?os y que, seg¨²n su avispado director, siempre habr¨ªa estado contra el poder, mira t¨² por d¨®nde, cuando m¨¢s cierto es que su triste historial vergariano se resume en dos palabras: sectarismo y oportunismo a todo meter y hacemos lo que nos manden seg¨²n venga la ignominia. Ah¨ª s¨ª que me da la risa democr¨¢tica.
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