H¨¢bitos en transformaci¨®n
A los Encantes se va tambi¨¦n a pasear, a revolver, hacer el vermut o comer
Los nuevos Encantes Viejos se parecen mucho a los antiguos, s¨®lo que sin su preceptiva capa de polvo y su suelo de tierra, sin sus puestos de mendigos vendiendo la cosecha recogida del contenedor, ni sus hallazgos imprevistos bajo monta?as de objetos indeterminados. Est¨¢n las mismas cosas, pero es como si la se?ora de la limpieza del alcalde les hubiera pasado el plumero, las hubiera clasificado por precios y tama?os, y hubiese introducido la l¨®gica comercial en uno de los pocos ¨¢mbitos donde imperaba la il¨®gica del regateo. Hoy en d¨ªa todo aquello es m¨¢s un espect¨¢culo que un estilo de vida, e incluso las subastas tienen lugar un poquito m¨¢s tarde para que la gente pueda ir a verlas.
Hace meses que quer¨ªa escribir sobre este lugar pero no encontraba la manera, paseaba por entre sus puestos sin comprar nada, abstra¨ªdo a la b¨²squeda de una opini¨®n. Seg¨²n c¨®mo, me indignaba por haber perdido una porci¨®n de mi ciudad, barrida por esa falsa modernidad que todo lo ordena y taxonomiza. Su antigua ubicaci¨®n era lo ¨²nico que se salvaba del descomunal churro que ha sido en las ¨²ltimas d¨¦cadas la plaza de las Glorias, pagadas y remodeladas sucesivamente a ritmo de infarto. Parad¨®jicamente, aquellos montones de ropa vieja en el suelo ¡ªlas cajas llenas de todo y de nada¡ª, eran lo ¨²nico que permanec¨ªa en aquel paisaje en constante transformaci¨®n. Otras veces me complac¨ªa su falso cielo, que en vez de reflejar el mar me devolv¨ªa la imagen min¨²scula de los transe¨²ntes (un espejo gigante bajo el que es muy f¨¢cil sentirse enano). Dentro, recorr¨ªa las paradas de su espacio central con el mismo ajetreo, buscando cambios sin apenas encontrarlos. Hasta que un d¨ªa ca¨ª en la cuenta: en el fondo, lo que hab¨ªa cambiado no era el mercado sino sus transe¨²ntes. Ahora ten¨ªan nuevos h¨¢bitos y nuevas costumbres.
Arriba en la cuesta, en la atalaya de este Babel de purpurina y hierros oxidados, donde terminan todos los caminos, al borde de este acantilado de cemento y pl¨¢stico, el cansado visitante que ha recorrido con ojos de ni?o parada tras parada se encuentra con el destilado de un nuevo fen¨®meno que empez¨® hace unos a?os en los mercados municipales, y que de alguna forma ya es parte inseparable del comercio local. En los viejos Encantes Viejos s¨®lo hab¨ªa dos bares de fuerte personalidad como eran El Bellcaire y La Palmera, r¨¦plicas de sus hom¨®logos en el resto de la ciudad, con barras de caf¨¦ con leche y bocadillos calientes que acog¨ªan democr¨¢ticamente a clientes y vendedores por igual. Pero la costumbre de hacer el aperitivo o almorzar en el mercado ha llegado a este lugar para quedarse. Mesas de metal y bancos para sentarse con panor¨¢mica sobre la torre Agbar, ese nuevo skyline de la ciudad que fotograf¨ªan a diario cientos de turistas y fot¨®grafos al salir del metro, reconocido ya como paisaje ic¨®nico de la Barcelona m¨¢s post.
A los Encantes se va tambi¨¦n a? pasear, a revolver, hacer el vermut o comer
En esta pendiente suavizada, al final de una colecci¨®n de anticuarios se encuentra la meta de tantos paseos. La estrella en su g¨¦nero es el restaurante El Mirall dels Encants, donde se puede cenar tarde pues funciona al margen de los horarios del mercado. Ha sido el ¨²ltimo en llegar, y pronto se ha convertido en un local con un pie aqu¨ª y otro en la acera de enfrente, en la que los espectadores del Teatro Nacional y del Auditori que deseen comer algo al acabar la funci¨®n pueden encontrar una cocina de alta gama. M¨¢s arriba hay un par de fogones dedicados a la pasta y a la pizza, el Mucho Gusto y el Pasta Chef. Y para gustos m¨¢s sofisticados, dos negocios que se basan en explotar las diversas preparaciones de productos muy caracter¨ªsticos. El Peixet als Encants es de los mismos propietarios que el fant¨¢stico Kiosko Universal de la Boqueria, y ofrece raciones de pescado y de marisco con las que hacer un buen aperitivo, como en el local madre tambi¨¦n destacan sus chipirones. Por su parte, en Gall Encantat sacan partido a las aves y hacen desde pollos a l¡¯ast o croquetas de gallina, a platos con foie de pato. El Fog¨® tambi¨¦n es cosa seria, con una carta elaborada por Albert Marimon, un joven cocinero ya reconocido por su trabajo en el restaurante La Cava de T¨¤rrega, que ofrece preparaciones m¨¢s contundentes y para hambres de mayor recorrido, como pies de cerdo, carrilleras, cochinillo o cocas de recapte. Y al final el Stop & Mos, el negocio de Jackie Dunfoy i Toni L¨®pez, a quienes ya conoc¨ªa como propietarios de restaurantes de referencia como fueron Es Fosquet del puerto menorqu¨ªn de Mah¨®n o el Future de la calle Fusina, ahora con una nueva propuesta basada en sopas, caldo en tazas, ensaladas o bocadillos artesanos (como el de pan de cerveza negra con rosbif).
Adem¨¢s cuentan con una cuidada carta de vinos y ca?as muy bien tiradas, que aparte de las sugerencias ofrecidas en sus pizarras disponen de platos del d¨ªa que var¨ªan a diario. La ¨²ltima vez que estuve prob¨¦ una de sus especialidades m¨¢s exitosas: un simple frankfurt, con mostaza o con mostaza y k¨¦tchup. A primera vista nada del otro jueves, aunque la cosa cambia cuando descubres que la salchicha la traen de la estupenda charcuter¨ªa alemana Max Zander de Montcada i Reixac. Y el crujiente panecillo de Viena lo amasan en la panader¨ªa artesana Forn de la Trinitat, un negocio familiar de tercera generaci¨®n que lleva abierto desde 1927 en la plaza de la Trinitat. Puro sabor a infancia cuando era un alimento veraniego, de Feria de Muestras. Y es que a los nuevos Encantes Viejos ya no se viene solamente a comprar y a mirar, ahora sus usuarios tambi¨¦n vienen a pasear, a dejarse llevar por el paisaje, a revolver entre toneladas de cosas impredecibles, y quedan con los amigos para hacer el vermut o para comer, o para apagar la sed que da tanta caminata.
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