Corleone vs Soprano
El maestro Garc¨ªa Berlanga no hac¨ªa parodia de la realidad espa?ola en sus pel¨ªculas. Ahora sabemos que estas no eran sino verdaderos documentales
Cr¨¦anme si les digo que hago verdaderos esfuerzos por tomarme este pa¨ªs en serio, pero cr¨¦anme tambi¨¦n si les digo que me lo ponen muy dif¨ªcil. Y no es solo por sensaci¨®n de que estamos rodeados de corruptos, mediocres e incompetentes (en adelante, siempre presuntos), no; esto son cuestiones de fondo que, en principio, no deber¨ªan mover a la risa. Es m¨¢s bien por el tipo de corruptos, por lo que dicen, por c¨®mo se visten, por las formas. En otros pa¨ªses algo m¨¢s desarrollados que nosotros, adem¨¢s de ser m¨¢s educados y cuidar mucho m¨¢s el vestuario, suelen llamar a las cosas por su nombre: Bernard Madoff, era un estafador, Karl T. Zu Guttenberg, un plagiador, Christian Wulff, un sospechoso de cohecho... Y en los casos en que no es as¨ª, se utilizan apodos de cierto nivel: Jordan Belfort, por ejemplo, era un lobo de Wall Street; y hasta el propio Berlusconi, que ten¨ªa motivos para que le llamaran de todo, se le sigue conociendo como Il Cavalliere, que es un mote, s¨ª, pero de reputaci¨®n indiscutible. Se adaptan m¨¢s, por as¨ª decirlo, a la est¨¦tica de Martin Scorsese en El Padrino.
Pero aqu¨ª, no. Aqu¨ª, miremos hacia donde miremos, siempre nos encontramos personajes que parecen extra¨ªdos de una temporada de Los Soprano. Son malos, incluso muy malos, cierto, pero tan horteras y cutres a la vez, que, en el fondo, nos resultan hasta simp¨¢ticos. Es lamentable, s¨ª, pero la culpa no es toda nuestra.
?C¨®mo podr¨ªamos tomarnos en serio a alguien a quien sus colegas llaman El Albondiguilla, El Bigotes, o Luis el Cabr¨®n (hablando de la G¨¹rtel); o El Cura, El Pu?ales y El Padrino, del caso Pokemon, e, incluso, La Perla o El Conejo, aqu¨ª en la Comunidad Valenciana? Es imposible, no hay manera. Quiz¨¢ por eso, en el fondo, seamos tan indulgentes con la corrupci¨®n, y no nos importe que los juicios se acaben alargando tanto en el tiempo que ya ni nos acordemos de qui¨¦n estaba encausado, ni por qu¨¦. Quiz¨¢, incluso, los espa?oles hayamos echado mano del surrealismo de Bu?uel, El Roto, o Chumi Ch¨²mez, para blindarnos contra la depresi¨®n psicol¨®gica que nos provoca el caos pol¨ªtico y econ¨®mico reinante, ante el que nos sentimos impotentes y enga?ados. Es una estrategia como otra cualquiera que utilizamos con cierto ¨¦xito desde Quevedo. No lleva a ninguna parte, pero nos permite sobrevivir sin que nuestra salud mental se deteriore demasiado.
Llamar ¡°do?a finiquitos¡± a Mar¨ªa Dolores de Cospedal, Luismi a Carlos Floriano, o descubrir la existencia de cuentas en Twiter con los perfiles de Rubacalva, Naniano Rajoy, Rita Hanna Barber¨¢, o Espeonza Aguirre, ser¨ªan la prueba de que, a pesar de todo, los espa?oles resisten.
Eso s¨ª, de lo ¨²nico que podemos estar seguros, a la vista de tan desolador, como simp¨¢tico, panorama, es de que el maestro Garc¨ªa Berlanga no hac¨ªa parodia de la realidad espa?ola en sus pel¨ªculas. Ahora sabemos que estas no eran sino verdaderos documentales, dignos de proyectarse en La 2 en horas de m¨¢xima audiencia. La pregunta es: ?c¨®mo es que entonces no nos d¨¢bamos cuenta?
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