Salvar el esqueleto
Barcelona, capital de la revoluci¨®n industrial, ya no quiere o¨ªr hablar de revoluci¨®n ni de industria
La del amor, la de la muerte, la de la vida, como las tres heridas de Miguel Hern¨¢ndez, las tres chimeneas de la t¨¦rmica del Bes¨°s palpitan abiertas en canal anunciando su fin, que no ha sido una muerte anunciada sino un tiro por la espalda. Las han desmantelado de tapadillo. Mientras el personal en la playa miraba los ostentosos puertos deportivos (igual que se contempla en las tiendas pijas unos zapatos que nunca se van a comprar), los se?ores de la luz les han arrancado a las chimeneas las calderas, las turbinas, las oficinas, las mesas de los comedores de los obreros, todo lo que apesta a trabajo, para dejarlas en puro esqueleto como tres rid¨ªculas raspas de hormig¨®n. Ahora son transparentes. A trav¨¦s de ellas, ahora se ve la nada. La nada azul como aquellos d¨ªas azules de Machado ya en el exilio, camino de la muerte. Tambi¨¦n se est¨¢ exiliando el trabajo de Barcelona. El trabajo, la muerte..., todo lo que es humano resulta invisible en esta ciudad. Lo dijo otro poeta: ?que no quiero verla! Barcelona, siendo capital de la revoluci¨®n industrial, ya no est¨¢ dispuesta a o¨ªr hablar ni de revoluci¨®n ni de industria.
En Barcelona al trabajo proletario le ha pasado como al tortuoso Griffin, el protagonista de El hombre invisible: se ha convertido en un apestado al que mejor no ver. Por Barcelona no se ven obreros porque los esconden en los barrios, en el subsuelo del metro, y cuando van al centro los disfrazan de consumidores. O les cambian el nombre, les llaman entonces: usuarios, emigraci¨®n... Cualquier palabra sirve, excepto la que connote explotaci¨®n del hombre por el hombre a cambio de un salario, lucha de clases. Y del mismo modo se ha suprimido a lo largo y ancho del mapa monumental de la ciudad cualquier s¨ªmbolo perteneciente a la clase obrera.
De vez en cuando, irrumpe en el Poblenou una solitaria chimenea de ladrillo en medio de un solar de cemento, absurda, como en un cuadro de Magritte. Pero eso ya no es una chimenea. Eso ya no es una pipa. Se ha convertido en un llavero. El hombre es un animal de contextos. Ha nacido para pertenecer al mundo. Es el humanismo lo que hace al hombre, pues las palabras derivan unas de otras independientemente del orden cronol¨®gico, que s¨®lo sirve para hacer cola en la poller¨ªa. F¨¢bricas, talleres, chimeneas, m¨¢quinas, hormigoneras, cadenas de montaje..., son emblemas de clase, s¨ªmbolos que los obreros ni siquiera eligieron voluntariamente del mismo modo que Jesucristo no eligi¨® la cruz donde le sacrificaron. Sin embargo es as¨ª, los s¨ªmbolos de los trabajadores provienen de sus propias herramientas de tortura. Est¨¢ en el ADN del lenguaje. La palabra trabajo procede del lat¨ªn tripalium, que era el nombre de un aparato con que los romanos torturaban a sus esclavos. (En medio siglo, en Roma han pasado de La dolce vita a La gran belleza, de vivir a mirar; en Barcelona, nada hay que mirar salvo los decorados pues, ya digo, aqu¨ª la vida verdadera se ha hecho invisible).
As¨ª, transparentes, azules, a la manera de ventanales de un palacio en el fondo de una pintura renacentista, las tres chimeneas de la central t¨¦rmica del Bes¨°s han sido vaciadas. Ya no son s¨ªmbolo de nada. Acaso, la sombra de un s¨ªmbolo. Les falta lo de adentro. Pero la historia no es azar sino necesidad. Alberga un hilv¨¢n. El contexto es un laberinto de espejos como en el final de La dama de Shanghai. ?Cu¨¢l es el contexto del desmantelamiento de la ¨²ltima central t¨¦rmica cl¨¢sica de Barcelona? ?D¨®nde est¨¢ el espejo en que se contextualiza la destrucci¨®n de estas tres chimeneas? En el otro lado del r¨ªo. A la vez que se despoja de historia, de simbolog¨ªa, de argumento a la t¨¦rmica, culmina por fin el templo expiatorio de la Sagrada Familia. Desde el coraz¨®n de la mayor crisis econ¨®mica mundial, que ha impuesto el abandono de toda esperanza a las aspiraciones sociales de los trabajadores, se corona la catedral de la burgues¨ªa barcelonesa, consagrada por el Papa en persona, y se desbarata la catedral el¨¦ctrica de su clase obrera. En la fachada de la primera, un escultor de Gaud¨ª grab¨® la bomba Orsini con que se cometi¨® el atentado del Liceo.
A los pies de la t¨¦rmica, al lado de las v¨ªas, corri¨® la sangre de un huelguista muerto por pedir un aumento de salario. Son dos arquitecturas diferentes. Dos est¨¦ticas distintas. Dos escrituras de la historia a elegir. Queriendo evitar una irreparable evisceraci¨®n de la central, la Plataforma per la Conservaci¨® de les Tres Ximeneies de Sant Adri¨¤ le pidi¨® a su ayuntamiento que las declarasen Bien Cultural de Inter¨¦s Local; pero los representantes del pueblo son al pueblo lo que la representaci¨®n de una pipa a una pipa (la culpa siempre es de Magritte y del centralismo). Ahora, todo el esfuerzo de quienes quieren conservar la t¨¦rmica como s¨ªmbolo ¨²ltimo de un siglo, de una industria, de una ingenier¨ªa, de una ciudad donde se ha luchado por la vida, de una est¨¦tica que genera su propio discurso, su propia dial¨¦ctica hist¨®rica; actualmente, todo ese ¨¢nimo y empe?o se concentra en impedir que no derriben lo que a¨²n queda en pie: el vac¨ªo esqueleto de cemento de un cuerpo social al que pertenecen cientos de miles de personas. ?En qu¨¦ espejo se est¨¢ reflejando esta carcasa de las luces que alumbraron al siglo XX? En uno del XIX, que se halla de nuevo en la otra orilla del r¨ªo. Est¨¢ en el flamante Museu de les Ci¨¨ncies Naturals. Es la osamenta de la ballena que flota colgada de su techo. Ambas han sufrido la lucha cicl¨®pea y la evisceraci¨®n. Pero esto son met¨¢foras. Si quieren saber m¨¢s profundamente sobre la tres chimeneas, desde marzo hasta octubre, el Museu de l'Inmigraci¨® de Catalunya (en Sant Adri¨¤) acoge una peque?a y fascinante exposici¨®n sobre ellas, su historia, su valor simb¨®lico, su lluvia negra, su vinculaci¨®n con Barcelona; sobre una metr¨®polis de la que a¨²n resiste el esqueleto.
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