La comida ultra incendia Orriols
Un reparto de alimentos solo entre espa?oles fractura a un barrio valenciano de inmigrantes


Luisa Fern¨¢ndez cobra 400 euros. Mantiene a seis hijos y cuatro nietos. Y reside en una casa ¡°de patada¡±, que es como denomina al piso que ocupa ilegalmente en un bloque de la antigua CAM. Este s¨¢bado sonre¨ªa. Se llev¨® una bolsa blanca con conservas, pasta y productos de higiene. ¡°No soy racista. Pero es que los inmigrantes¡¡±, dec¨ªa esta gitana de 52 a?os.
Emulando a los neonazis griegos de Amanecer Dorado, m¨¢s de un centenar de familias al filo de la exclusi¨®n aguardaron ayer hasta seis horas de cola para recoger los 122 lotes de alimentos que reparti¨® la ONG del partido ultra Espa?a 2000 en el barrio valenciano de Orriols. El salvoconducto era estar parado y acreditar con el DNI ser espa?ol. La tonelada de comida se esfum¨® en una hora.
La cola del hambre era una maqueta de la Espa?a espoleada. El cristalero Rafael Pall¨¢ acudi¨® porque con 426 euros y los recortes no puede atender a su hijo con una discapacidad del 96%. Manuel Rodrigo porque su alquiler de 480 euros no le permite pagar la luz. Y Ana Gadea porque sufre una minusval¨ªa y est¨¢ desesperada.
Orriols encarna la tormenta perfecta para los agitadores del odio. Uno de cada tres vecinos es inmigrante. Cuatro de cada diez, desempleado. Y una mezquita llama al rezo a centenares de musulmanes.
Para evitar la cerilla en el polvor¨ªn, una decena de ONG intent¨® sin ¨¦xito que la Delegaci¨®n de Gobierno en la Comunidad Valenciana prohibiera el reparto ultra. Advert¨ªan que cebaba el odio racial (art¨ªculo 510 del C¨®digo Penal). En el departamento que dirige Paula S¨¢nchez de Le¨®n, del PP, dicen que no pudieron frenarlo. ¡°Cumpl¨ªa los requisitos administrativos¡±. Incluso, marginando a extranjeros.
La mezquita local distribuye v¨ªveres entre espa?oles necesitados
¡°Es una provocaci¨®n¡±, grit¨® desgarrado ante la cola Cristi¨¢n S¨¢nchez, de Valencia Acoge. Fue la ¨²nica condena ayer. Las ONG, los vecinos y los antifascistas acordaron no acudir al reparto para no avivar el protagonismo ultra.
Espa?a 2000, la segunda formaci¨®n de extrema derecha espa?ola (cinco concejales), desarrollar¨¢ su pr¨®xima distribuci¨®n en el deprimido barrio valenciano de La Fuensanta. Desde que EL PA?S public¨® en 2012 que su ONG Hogar Social Mar¨ªa Luisa Navarro daba comida del Banco de Alimentos en Valencia, las Administraciones le cerraron el grifo. Y ahora sus v¨ªveres proceden de colectas propias. ¡°Atendemos a 200 familias¡±, se defiende el fundador de la formaci¨®n, Jos¨¦ Luis Roberto, un magnate de la seguridad privada con negocios en Lituania y Rep¨²blica Dominicana.
La ropa cedida por los musulmanes viste a medio centenar de vecinos
Su solidaridad excluyente contrasta en un barrio multicolor con un s¨®lido entramado asociativo. A 400 metros del puesto ultra, emerge cada tres meses otra cola de la necesidad. La secuencia se desarroll¨® por ¨²ltima vez el pasado jueves. El sol cae a plomo. Un centenar de desahuciados se arremolina ante un desvencijado local. Cinco musulmanes reparten 19 toneladas de alimentos. Casi 20 veces m¨¢s que los ultras. Leche, macarrones, legumbres. Los espa?oles son, desde el pasado a?o, los principales usuarios de este servicio que presta el Centro Cultural Isl¨¢mico de Valencia con v¨ªveres de la Uni¨®n Europea gestionados por Cruz Roja.
Aqu¨ª no se mira la nacionalidad. Solo se pide un certificado de ingresos para comprobar que la familia navega por la exclusi¨®n.
La cola se esparce en silencio. Rosario naci¨® en el barrio. Tiene 60 a?os. Un rostro marcado y una bronquitis. Mantiene con 426 euros a tres hijos parados y a una nieta. Se asoma a la indigencia desde que dej¨® de pagar su alquiler de 350 euros en noviembre. ¡°Me van a echar¡±. Llora. Mira al suelo. Nunca se vio recogiendo una bolsa de un argelino.
Pablo y Mar¨ªa (nombres figurados) esperan tras ella. Son peruanos. Superan la treintena. Su v¨ªa de escape es el aeropuerto. No pueden ahorrar para regresar. Tienen una hija de siete a?os. Tocan a la puerta de la caridad por primera vez desde que aterrizaron en Espa?a, en 2006.
El Centro Cultural Isl¨¢mico est¨¢ desbordado. Sus informes dibujan un nuevo rostro de la exclusi¨®n. Espa?oles al borde de la indigencia. Un ejemplo es Mar¨ªa Dolores, de 48 a?os. Desconf¨ªa en encontrar trabajo. Reparte 20 curr¨ªculos a la semana. Ya no se averg¨¹enza de que la reconozcan las vecinas en la cola de los musulmanes.
¡°Aqu¨ª no discriminamos a nadie¡±, insiste la responsable del ¨¢rea social del Centro Cultural Isl¨¢mico, Mar Cantador. Una en¨¦rgica mujer que, como su marido, argelino, est¨¢ desempleada. Aunque no desocupada. Dedica su tiempo a tramitar la llegada de la comida, cuyo transporte desde las instalaciones de Cruz Roja costean los musulmanes. A recoger prendas para nutrir el ropero que el pasado a?o visti¨® a medio centenar de pobres del barrio de once nacionalidades. Espa?oles, incluidos. Y a transportar los alimentos a las casas de los dependientes.
Cantador pidi¨® a los usuarios de la solidaridad ¨¢rabe que no respondieran a los ultras. ¡°Es un acto racista¡±, dec¨ªa el jueves. Todos los espa?oles consultados que aguardaban en su cola defend¨ªan en voz baja a la extrema derecha. Una madre soltera de 34 a?os, incluso, atribu¨ªa la crisis a la decisi¨®n del Gobierno de abrir la puerta de la inmigraci¨®n ¡°a los moros¡±. Y Rosario, la se?ora del rostro marcado, recogi¨® ayer tambi¨¦n una bolsa de los extremistas. ¡°Estamos desesperados¡±, susurraba en las dos colas del hambre.
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