M¨²sica sanadora

Tiene un diablo en el cuerpo Rachid Taha, y eso le aloca, le tortura y le agita en pos de expulsarlo. Sus conciertos son as¨ª como un exorcismo, una ceremonia ritual que se sabe cuando comienza pero no cuando acaba. Tomado su esp¨ªritu por la m¨²sica, por la espiral circular del ritmo, Rachid acaba deambulando alegre por el escenario, gesticulando, imponiendo a su propia banda otro bis, y otro y otro hasta ya, simplemente, no poder cantar m¨¢s. Es entonces el final de un nuevo, imperfecto y atropellado concierto de este argelino que un d¨ªa entreg¨® su cuerpo a los placeres mundanos y su esp¨ªritu a la expiaci¨®n de los mismos mediante la m¨²sica.

Si lo antedicho no es cierto, bien merecer¨ªa serlo. Rachid Taha es un artista despeinado y torrencial que parece se derrumbar¨¢ tras cada canci¨®n. Hay momentos en los que pierde el norte, como por ejemplo tras acabar el grueso del repertorio, cuando interrumpi¨® la presentaci¨®n de sus m¨²sicos para irse a dar un paseo por los cerros de ?beda, situaci¨®n que recondujo quien tocaba el la¨²d proponiendo Habina, punto de partida de unos bises demoledores. Ya antes, el propio Taha se hab¨ªa inhibido al cantar Ya rayah, dejando las primeras estrofas libres para que las cantase quien lo desease. Sus demonios en plena actuaci¨®n.

Pero a la vez que extraviado, Taha pareci¨® hallar su sentido sobre el escenario, proponiendo esa mezcla infecciosa entre m¨²sica ¨¢rabe, ra?, electr¨®nica, funk y rock cuya finalidad parece la p¨¦rdida de vista de este mundo. Y aplic¨¢ndose a ello, pese a sus extrav¨ªos, pese a sus demonios, pese a que en ocasiones parece sabotearse, Taha sigue proponiendo m¨²sica visceral y sanadora, m¨²sica nacida de la heterodoxia all¨ª donde la heterodoxia es ley. Eso debe provocar heridas. Y Taha las cur¨® encontrando en Apolo su mejor medicina en la parte que comenz¨® con Bent Sahra y condujo hasta el final de dos horas de m¨²sica para perder el mundo de vista.