A Dios pongo por testigo
El d¨ªa que no haya prensa escrita va a faltarme algo imprescindible
Puede que tengan raz¨®n los agoreros y a la prensa escrita le queden dos telediarios. Si eso ocurre, no ser¨¢ el fin del mundo, desde luego, y habr¨¢ otras maneras de desayunar cada ma?ana conectados a un sat¨¦lite para saber c¨®mo ha amanecido el planeta. Pero el d¨ªa que eso suceda, a m¨ª va a faltarme algo imprescindible en el paisaje, como a Escarlatta O¡¯Hara el horizonte ardiente de Tara, para que se hagan una idea. Qu¨¦ mujer. Siempre he intentado parecerme a ella en todo, vamos, salvando las distancias.
Pero a lo que iba, lo de comprar peri¨®dicos de papel va camino de convertirse en un h¨¢bito en v¨ªas de extinci¨®n, como apencar con lo hecho o ceder el paso en el rellano de la escalera. E igual que todas las buenas maneras que se van perdiendo, empieza a tener ese punto de solera y respeto sentimental que adquieren ciertas costumbres caballerescas con el paso del tiempo. En mi familia fue mi bisabuelo quien introdujo el h¨¢bito diario de leer la prensa. Lo adquiri¨® trabajando para una Compa?¨ªa ferroviaria inglesa en S?o Paulo a finales del siglo XIX cuando la jornada laboral no empezaba hasta que llegaban los peri¨®dicos a la estaci¨®n. Me cri¨¦ con la fotograf¨ªa vigilante de aquel se?or de bigote blanco con las gu¨ªas levantadas, al estilo de los oficiales de la Royal Highlanders, sentado en un caf¨¦ leyendo La Gaceta.
As¨ª que a d¨ªa de hoy todav¨ªa sigo la tradici¨®n familiar de acercarme cada ma?ana al quiosco de la esquina, echar un vistazo r¨¢pido a todas las portadas, coger un ejemplar de los m¨ªos y otro del enemigo, con razonable mosqueo, por supuesto y llev¨¢rmelos a casa bajo el brazo para abrir un claro en la mesa con las noticias del mundo.
Muy probablemente ninguna de las informaciones de hoy tendr¨¢ la menor relevancia dentro de diez a?os. Nadie se acordar¨¢ de Fabra, Gallard¨®n no pasar¨¢ de ser un mal sue?o, Rajoy apenas valdr¨¢ una nota a pie de p¨¢gina, aunque este pa¨ªs seguir¨¢ siendo invivible, naturalmente.
La actualidad caduca a una velocidad endiablada. Sin embargo, de vez en cuando, leyendo el peri¨®dico, una tiene esa sensaci¨®n puramente intuitiva, pero inconfundible de dar con algo que no se va a llevar el viento. No hablo de los grandes noticias pol¨ªticas que copan los titulares a cuatro columnas, sino de otras secciones m¨¢s modestas, peque?as cargas de profundidad ocultas entre las p¨¢ginas interiores que brillan con luz propia: una fotograf¨ªa, una proeza cient¨ªfica que lleva a?os coci¨¦ndose sin que tengamos ni idea, las vi?etas del Roto, ciertas columnas de Mill¨¢s o de Vicent, algunas cartas al director escritas a pie de calle con punter¨ªa de arquero que justifican por s¨ª solas una tirada. Qu¨¦ cosas. Supongo que podr¨¦ vivir sin ese aliciente diario. Uno menos entre todos los recuerdos que perderemos en el fuego. Pero no ser¨¢ lo mismo.
Somos quiz¨¢ los ¨²ltimos testigos de una ¨¦poca que no echaremos de menos por muchas razones obvias y que a?oraremos por otras, m¨¢s dif¨ªciles de explicar. Por ejemplo, por un simple peri¨®dico impreso la v¨ªspera, que te deja las manos manchadas de tinta, por el que, sin embargo, algunos locos todav¨ªa est¨¢n dispuestos a batirse en segura derrota ¡ªcomo el esc¨¦ptico Rhett Butler en la noche rojiza del incendio de Atlanta¡ª junto a los lectores leales de la vieja guardia, en la ¨²ltima batalla que hay que perder.
Ah¨ª estaremos.
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