Lo pol¨ªtico y lo sagrado
Francisco ha creado un escenario propicio a sus ideas, pero ahora ha de ejercer el poder y ejecutar las reformas prometidas
La ceremonia de canonizaci¨®n de los papas Juan XXIII y Juan Pablo?II, larga y tediosa como es propio de los grandes rituales, con la gente lanzando miradas al cielo como si del aburrimiento surgiera la conexi¨®n trascendental, ha sido analizada como un gesto pol¨ªtico de altos vuelos del papa Francisco para celebrar la unidad de la Iglesia, despu¨¦s de unos a?os de confusi¨®n. La larga agon¨ªa del mandato de Woytila y el breve ejercicio del intelectual Ratzinger, abrumado por la realidad que se encontr¨®, hab¨ªan generado desconcierto en la feligres¨ªa y fracturas en la c¨²pula. Y Francisco, que ha dado al Vaticano la vivacidad perdida, ha querido representar una gran reconciliaci¨®n.
Tambi¨¦n se puede decir de una manera m¨¢s prosaica: dado que Francisco dif¨ªcilmente pod¨ªa parar la canonizaci¨®n de Juan Pablo?II, puesta en marcha por su antecesor y actual papa em¨¦rito, Benedicto?XVI, ha hecho de la necesidad virtud y ha rescatado a Juan?XXIII, cuya memoria es mucho m¨¢s cercana, a su discurso, en una santificaci¨®n de personajes opuestos, que refuerza sus posiciones y tranquiliza al poder establecido vaticano reactivo a cualquier se?al cr¨ªtica con sus usos y costumbres.
Toda instituci¨®n tiene derecho a elegir su cuadro de honor, aquellas personas que creen que simbolizan sus ideas y sus valores. Lo hacen los Estados, otorgando honores, premios y condecoraciones; lo hacen las Universidades, nombrando doctores honoris causa; los clubs deportivos, retirando las camisetas de sus estrellas; y as¨ª sucesivamente. Por tanto, hay poco que objetar a las elecciones que cada organizaci¨®n haga: son las suyas. Sin embargo, la Iglesia cat¨®lica despliega su visi¨®n del mundo con la voluntad de que sea fuente de criterio moral para la ciudadan¨ªa, sobre la que quiere ejercer la tutela del pastor sobre el reba?o. Una instituci¨®n que tiene la osad¨ªa de, en nombre de Dios, pretender determinar el comportamiento de los mortales, deber¨ªa ser especialmente ejemplar en sus comportamientos.
Cuando se tiene poder, la distancia entre lo que se dice ¡ªlo que se predica, lo que se denuncia o lo que se proclama¡ª y lo que se hace es una forma de la mala fe. Un papa tiene enorme poder. Y especialmente sobre sus cl¨¦rigos. Por eso choca la santificaci¨®n de Juan Pablo?II: tuvo toda la informaci¨®n sobre la pederastia de los eclesi¨¢sticos, incluso de casos tan sonados como el de Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo, y prefiri¨® mirar a otra parte. Dej¨® que la Iglesia protegiera a los suyos y tratara de silenciar a las v¨ªctimas. El papa Francisco ha prometido encarar este problema, la canonizaci¨®n de Juan Pablo?II es, en este sentido, una mala se?al.
Cuando se tiene poder, la distancia entre lo que se dice ¡ªlo que se predica, lo que se denuncia o lo que se proclama¡ª y lo que se hace es una forma de la mala fe
El papa Francisco ten¨ªa prisa: ha abreviado los procedimientos de canonizaci¨®n y ha simplificado las exigencias en cuanto a verificaci¨®n de los milagros. Demasiado razonable, quiz¨¢s, porque la Iglesia, como toda instituci¨®n religiosa, se funda en lo sagrado, en lo que no se puede mostrar, en lo que no se puede explicar, ?hasta d¨®nde puede llegar en la desacralizaci¨®n? ?D¨®nde est¨¢n los l¨ªmites a partir de los cuales la creencia ¡ªsiempre un misterio¡ª queda desnuda? De hecho, fue su antecesor el que dio el golpe m¨¢s fuerte a la sacralidad de la Iglesia con su dimisi¨®n.
Un papa que dimite es un papa que se hace precario. Es un reconocimiento de la contingencia que le humaniza. Pero ?puede humanizarse un papa? Al dejar el cargo, al bajar del pedestal, el sucesor de Pedro se desacraliza, y la funci¨®n papal se convierte en algo muy parecido a un presidente o a un primer ministro de un Estado. Un papa no puede ser un gobernante cualquiera, sin poner en riesgo su funci¨®n, del mismo modo que la religi¨®n no puede abandonar nunca el territorio de lo sagrado que la funda. Si se habla de lo que no se puede hablar, ?qu¨¦ queda como fundamento?
Sin duda, esta desacralizaci¨®n tiene consecuencias pol¨ªticas: en la curia vaticana se incorpora un dato nuevo, que puede ser fuente de intrigas, conspiraciones y alianzas: el papa puede irse. Y, a menudo, uno se va cuando le empujan. Ratzinger se fue porque se sent¨ªa atrapado, impotente. Algunos habr¨¢n tomado nota para futuros ejercicios. Pero m¨¢s all¨¢ de la politiquer¨ªa vaticana, lo que me interesa es esta s¨²bita pulsi¨®n desacralizadora que Francisco prolonga minimizando los milagros y agilizando los procedimientos. Y que de momento sigue favoreciendo su imagen de papa reformador. Quiz¨¢s habr¨¢ que pensar que Francisco se sit¨²a de pleno en lo que Byung-Chul Han, fil¨®sofo y te¨®logo alem¨¢n de origen coreano, llama la sociedad del rendimiento en que, a diferencia de la sociedad disciplinaria, ¡°los proyectos, las iniciativas y la motivaci¨®n reemplazan la prohibici¨®n, el mandato y la ley¡±.
Desde que lleg¨® al poder, Francisco se ha ido tejiendo un escenario adecuado a su estilo y a sus ideas. Ahora ya no puede eludir m¨¢s la prueba de la buena fe. Es decir, del ejercicio del poder real que tiene, que es mucho, para ejecutar las reformas prometidas. ?La doble canonizaci¨®n es una plataforma para el reformismo o un espect¨¢culo lampedusiano para que nada cambie?
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