El Tigre de San Adri¨¢n
Un libro cuenta la vida del Circo Museo Raluy, que es parte de la historia de este pueblo: Sant Adri¨¤
El alcalde espera en una silla de pl¨¢stico la llegada de los cirqueros. Se ha puesto una corbata con dibujos de libros, pues el acto consiste en eso, en presentar el libro de recuerdos El circo de los saltimbanquis (Javier Sainz Editor), que ha escrito Llu¨ªs Raluy. No en vano es la v¨ªspera de Sant Jordi. En la silla de pl¨¢stico de al lado (unos tubos soldados las unen), tambi¨¦n espero con los papeles de lo que voy a decir en la presentaci¨®n. Varios folios doblados por la mitad con escrupulosidad supersticiosa. El alcalde Joan Callao contempla la calle vac¨ªa tras la puerta de cristal. A Sant Adri¨¤ le sienta bien el gris claro de la lluvia y el gris oscuro de las sombras cuando el sol se esconde tras el Tibidabo despu¨¦s de incendiarlo. Sant Adri¨¤ del Bes¨°s es el Juan Gris de los bloques. Existe en estas calles un cubismo claro y melanc¨®lico de sillas, de guitarras, de botellas solitarias, de peri¨®dicos, de objetos abandonados y encontrados en las aceras, al lado de los contenedores, en medio de la v¨ªa p¨²blica igual que ocurre en medio de los cuadros de Juan Gris. Esperamos mirando la calle quieta y solitaria. Contin¨²a pegado al asfalto un ominoso sentido del espacio, un silencio neblinoso, una herm¨¦tica sensaci¨®n de peligro. Pero si alguna vez lo viste, siempre vas a reconocer el olor que ha dejado. Un olfato perruno de perro callejero te lo dice. Fueron malas calles sin canci¨®n de las Ronettes. T¨² ser¨¢s mi baby y seas t¨² quien seas siempre te querr¨¦. Alguien abre la puerta y dice que los Raluy llegar¨¢n con retraso porque les ha llovido en Sant Cugat mientras montaban la carpa. El alcalde asiente en silencio y luego hablamos de los d¨ªas de infancia y de la vida de pueblo.
El libro de Llu¨ªs Raluy cuenta la vida del Circo Museo Raluy, que es parte de la historia de este pueblo: Sant Adri¨¤ (ahora ciudad; ser de pueblo es de pobres). El Raluy es uno de los ¨²ltimos circos cl¨¢sicos. Hace tiempo que le llueven premios por todas partes: un Nacional de circo, una Creu de Sant Jordi, un Max... Es museo porque sus due?os han ido comprando carromatos antiguos, con los que recorren sus caminos, y piezas curiosas de circos hist¨®ricos, para salvarlo todo del desguace. Y es cl¨¢sico porque se ha mantenido fiel a la m¨¢s pura tradici¨®n circense, impermeable a las fusiones con el teatro, a lo espectacular que no proceda del circo mismo. La historia del circo Raluy empieza en la calle Cervantes, en el barrio de la Catalana, en la parte donde antes viv¨ªa gente y ahora solo hay una rotonda en medio de un descampado, un tramo de carretera viudo, una casa al fondo de una calle cortada por una barricada de ruedas, dos caballos detr¨¢s de un muro ca¨ªdo y algunos empleados del Ayuntamiento que pasan de largo en la camioneta. Pero cuando el fundador de la saga, Luis Raluy Iglesias, uno de los primeros hombres bala de Europa, llamado el Tigre de San Adri¨¢n, ensayaba en la desembocadura del Bes¨°s y en la playa del Camp de la Bota con un saltimbanqui de Santa Coloma, otro mundo era posible, pues lo ¨²nico imposible es el presente. Todo esto est¨¢ en el libro que ha escrito su hijo mayor (son cuatro hermanos: Llu¨ªs, Carlos, Eduardo y Francis). Y tambi¨¦n est¨¢ c¨®mo su padre conoci¨® a una muchacha de Lorca que ejerc¨ªa en el Barrio Chino y la convirti¨® en una de las primeras mujeres bala del mundo (hasta entonces el mundo solo daba mujeres ca?¨®n). Un artista se debe solo a la vida como una hoja que se ha ido del ¨¢rbol se debe ¨²nicamente a la corriente que la arrastra. El presente se llev¨® de gira a Luis Raluy por Alemania en los a?os en que Hitler estaba convirtiendo a todos los alemanes en hombres ca?¨®n, y al recalar en N¨²remberg fotografi¨® los desfiles nazis desde la ventana de su pensi¨®n. Le obligaron a saludar con el brazo en alto y se fue. Pero un hombre ca?¨®n est¨¢ destinado a la guerra, as¨ª que al volver a Espa?a se encontr¨® con lo que se ha llamado "nuestra contienda" con la misma intimidad y mala sombra que se dice "nuestra comadre". Luis Raluy se alist¨® en el Ej¨¦rcito de la Rep¨²blica, y luego estuvo preso en un campo de concentraci¨®n franquista. El libro sigue hablando de la vida de esta familia y de lugares m¨ªticos de Barcelona como el London Bar, en la calle Nou de la Rambla, y de su trapecio que a¨²n se balancea el techo. Cuenta tambi¨¦n la historia de Jaume Arisart, el hombre bala que actuaba en el Circo Olympia, en Ronda de Sant Pau, y que una vez calcul¨® mal y cay¨® encima del p¨²blico. El Olympia era el circo estable de Barcelona, donde se lleg¨® a exhibir un n¨²mero con cien leones. Pero estas historias ahora se van mezclando en la conversaci¨®n de los hermanos Carlos y Llu¨ªs con la gente de Sant Adri¨¤ que asiste a la presentaci¨®n. Los Raluy han llegado a la hora prevista. ?Cu¨¢ntos vienen? ?Doce, catorce? Se han presentado en una barah¨²nda amalgamada por el amor: chinas, alemanas, polacos, adrianenses, unos ya viejos, otros muy j¨®venes. Todos en un internacionalismo f¨ªsico, semoviente, itinerante. Todos vinculados entre s¨ª, padres, t¨ªos, hijos, abuelos, en una familia que se habla en el m¨¢s puro catal¨¢n de barrio y en un castellano con acento franc¨¦s. Tipos duros con bufandas de cuadros cruzadas sobre el pecho, cazadoras de cuero, chaquetas de pana, peinados con tup¨¦, y mujeres maravillosas, despampanantes, de ojos grandes. "Estamos vivos de milagro", es lo primero que dicen cuando empiezan a contar sus andanzas. Una batalla campal en el Gab¨®n, una tormenta en la mar en Gibraltar, un crudo invierno en Jap¨®n, la riada de 1962 que les quit¨® todo. "Siempre volviendo a empezar", esta es otra frase que van a repetir durante toda la tarde. Le presentan su libro a la gente de su pueblo, donde hace ya mucho que no trabajan. Pero han querido que sea aqu¨ª. En su Sant Adri¨¤. Para eso es la v¨ªspera de Sant Jordi, el viejo domador de dragones.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.