Valencia negra
Los escritores de novela negra no tienen m¨¢s que abrir el peri¨®dico para ponerse las botas
El mundo anda definitivamente jodido. Por dentro y por fuera. Los escritores de novela negra no tienen m¨¢s que abrir el peri¨®dico para ponerse las botas. El paisaje humano que asoma entre las p¨¢ginas estremece: ni?atos de instituto moliendo a patadas a un compa?ero de clase y grab¨¢ndolo con el m¨®vil; edificios que se vienen abajo, como el ¨²ltimo gran fiasco de Marina D¡¯Or, ciudad de vacaciones. Un proyecto que podr¨ªa haber hecho las delicias de cualquier agente de la propiedad inmobiliaria, salvo por el detalle insignificante de que resulta casi imposible imaginarse a nadie normal viviendo all¨ª, junto a una torre Eiffel de pega. Por Dios. Tipos megal¨®manos que quer¨ªan comerse el mundo y acabaron engullidos por su propia criatura. El escenario como ven se parece cada vez m¨¢s a un film noir en el que los malos gobiernan las ciudades, los bancos y los grandes complejos urban¨ªsticos, y donde, como dir¨ªa Dashiell Hammett, resulta bastante dudoso que alguien pueda ganar honradamente un mill¨®n de d¨®lares. Un mundo que no huele demasiado bien, desde luego. Es lo que hay.
La semana pasada se celebr¨® en Valencia el Segundo Festival de g¨¦nero negro por todo lo alto y con conocimiento de causa, ya que la ciudad se ha convertido en los ¨²ltimos a?os en tierra de saqueo con casi un centenar de cargos p¨²blicos imputados por corrupci¨®n para verg¨¹enza ajena de los ciudadanos y de algunas personas honradas del PP, que tambi¨¦n las hay. Como era de esperar, la cosecha literaria se ha desarrollado con las aguas turbias de la crisis como mar de fondo donde bucean las nuevas apuestas narrativas, desde el griego Petro M¨¢rkaris hasta t¨ªtulos de los nuestros como Les escopinades del escarabats, de Andreu Mart¨ªn, o Margen de error, de Berna G. Harbour. Reconforta saber que el g¨¦nero no ha perdido su componente de conciencia social comprometida. O por lo menos, cabreada.
El ¨²ltimo gran hallazgo en este territorio sin ley es la serie televisiva True detective. La he seguido en estado de trance, sin aliento, sin poder esperar al cap¨ªtulo siguiente, noqueada. Como si a trav¨¦s de sus hipn¨®ticos planos superpuestos y su est¨¦tica de fotogramas casi quemados me trasladara de nuevo a aquella Luisiana fantasmal en la que trabaj¨¦ durante un a?o de mi vida dando clases de espa?ol y de la que ahora me parece que sal¨ª viva de puro milagro. Un lugar hermos¨ªsimo y maligno al mismo tiempo, con nudos de autopistas y bandadas de pel¨ªcanos rosas sobrevolando los pantanos al atardecer. Los mismos pantanos donde en la serie desaparecen misteriosamente mujeres solas y cr¨ªos lastimados. Una atm¨®sfera densa, a veces irrespirable, pavorosa, en la que se van adentrando dos polis inadaptados y casi prof¨¦ticos ¡ªMattew McConaughey y Woody Harrelson¡ª cada uno con su propia cruz a cuestas, para emprender esa clase de b¨²squeda personal, tr¨¢gica y obsesiva que lleva siempre al coraz¨®n de las tinieblas. Shakespeare puro y duro. Dos detectives que tienen una idea bastante aproximada de lo que cabe esperar de la condici¨®n humana y que por esa raz¨®n podr¨ªan hacer suya la sentencia de Primo Levi: ¡°Un pa¨ªs se considera tanto m¨¢s civilizado cuanto m¨¢s sabias y eficaces son las leyes que impiden al miserable ser demasiado miserable y al poderoso ser demasiado poderoso¡±. No pedimos nada m¨¢s. Con eso nos vale.
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