Las instituciones y las personas
Los cambios generacionales son necesarios cuando lo conocido es previsible y no ofrece expectativas nuevas
Llevamos tiempo quej¨¢ndonos del deterioro de nuestras instituciones, una de las cuales es la Monarqu¨ªa que ha sido la gran sorpresa de los ¨²ltimos d¨ªas con el anuncio de la abdicaci¨®n del Rey. Como de costumbre, las reacciones han sido diversas y han cubierto sobre todo dos flancos: el de cuestionarse si hay que seguir apoyando la instituci¨®n mon¨¢rquica, y el de valorar qu¨¦ puede representar el cambio generacional en la encrucijada complicad¨ªsima y con tantos frentes abiertos en que nos encontramos. Es este segundo punto el que, a mi juicio, merece m¨¢s atenci¨®n y al que voy a referirme.
Las instituciones son los pilares de la democracia. El mejor conservadurismo es el que lucha por mantenerlas y evitar que desaparezcan al menor envite, lo que no es contrario a exigirles reformas y autocr¨ªtica. Las instituciones est¨¢n por encima de las personas que las gestionan, tienen una vida m¨¢s all¨¢ de ellas, pero se apoyan en el buen hacer individual, que es b¨¢sico para el prestigio de la instituci¨®n. Con su trabajo, con sus manifestaciones p¨²blicas, con sus gestos, cuando son acertados, los cargos p¨²blicos contribuyen a sostener el valor de la instituci¨®n a la que representan o a deteriorarla cuando no est¨¢n a la altura del servicio al que se deben.
Desde tales premisas, Juan Carlos I ha sido un buen ejemplo. Sin ser especialmente bienvenido al principio de la transici¨®n por parte de una sociedad que desconfiaba de ¨¦l, que rechazaba la procedencia franquista de su nombramiento y, adem¨¢s, no lo conoc¨ªa, en pocos a?os se gan¨® el aprecio y la estima de la ciudadan¨ªa y ha acabado haci¨¦ndose m¨¢s merecedor de agradecimientos que de reproches. Le ha ayudado su car¨¢cter pr¨®ximo y campechano, pero tambi¨¦n gestos como el de disculparse p¨²blicamente por sus errores, o la misma decisi¨®n de abdicar, tan ins¨®lita en unos tiempos en los que la regla es disimular y esperar que las tormentas escampen.
Gestos que honran a las instituciones son, por ejemplo, los ya habituales en el Papa Francisco, que desde el principio renunci¨® al boato y a las ceremonias superfluas, para mostrar, por el contrario, que la iglesia aut¨¦ntica es la de los pobres. Un gesto ha sido el propiciar recientemente algo tan ins¨®lito en la vor¨¢gine actual como convocar a los presidentes de Israel y Palestina para escenificar una plegaria, porque rezar es lo que le corresponde hacer a un pastor de la iglesia, y no inmiscuirse en la pol¨ªtica.
Si algo cabe esperar del nuevo Rey son gestos que contribuyan no a resolver los grandes problemas que tenemos, pero s¨ª quiz¨¢ a replantearlos
Tan poco frecuentes son los gestos personales que honran a quienes los protagonizan que, tras los resultados de las elecciones europeas, sorprendi¨® algo tan elemental como que Elena Valenciano reconociera sin tapujos los malos resultados obtenidos, o que Rubalcaba dimitiera de inmediato como secretario del PSOE. Ning¨²n otro partido de los que han sufrido un descalabro electoral parecido se ha planteado que conven¨ªa hacer un acto de humildad ante sus electores, que seguramente lo hubieran agradecido.
Volviendo a la cuesti¨®n del relevo mon¨¢rquico, que es el tema de estos d¨ªas prolijos en noticias, si algo cabe esperar del nuevo Rey son gestos que contribuyan no a resolver los grandes problemas que tenemos, pero s¨ª quiz¨¢ a replantearlos, a verlos de otra forma o a suavizar tensiones. Tiene en su haber que se le conoce m¨¢s que a su padre cuando comenz¨® a reinar. Y que sus maneras han sido hasta ahora coherentes con la funci¨®n que le corresponder¨¢ desempe?ar. Es afable, discreto y concienzudo en la preparaci¨®n de sus actividades p¨²blicas, he podido comprobarlo las escasas veces que he estado con ¨¦l. No supera a la Reina en aceptaci¨®n popular, pero la sigue de cerca. Abre cuando menos una rendija a la esperanza.
Los cambios personales y generacionales son necesarios cuando lo conocido es perfectamente previsible y no ofrece ni tiene visos de ofrecer expectativas nuevas. No siempre vale m¨¢s lo malo conocido que lo bueno por conocer. En pol¨ªtica hay que arriesgarse si se quiere reformar algo y dar paso a lo imprevisible. De ah¨ª no hay que deducir que el traspaso generacional consiga por s¨ª solo que se regenere la democracia y que se recupere la afecci¨®n por la pol¨ªtica o la confianza en las instituciones. Tampoco cabr¨ªa esperar novedad ninguna en el proceder democr¨¢tico por el mero hecho de sustituir la Monarqu¨ªa por una Rep¨²blica. La mayor ingenuidad del movimiento soberanista catal¨¢n reside en la absurda expectativa de que la independencia lo solucionar¨¢ todo, desde el estado de las finanzas a la corrupci¨®n.
La Monarqu¨ªa espa?ola no gobierna ni legisla, pero tiene una presencia p¨²blica constante. De todo lo que va a ocurrir en los pr¨®ximos d¨ªas, lo que m¨¢s curiosidad despierta es el primer discurso del nuevo Rey. Un discurso que puede ser vac¨ªo o rico y expresivo en gestos que muestren que conoce y entiende los frentes que tenemos abiertos. Uno de ellos, la aceptaci¨®n como tal de la instituci¨®n mon¨¢rquica. El mejor gesto que podr¨ªa hacer Felipe VI es el que propon¨ªa aqu¨ª mismo Jos¨¦ Mar¨ªa Mena: auspiciar un referendum que confirmara su legitimidad e instaurara una ¡°monarqu¨ªa m¨ªnimamente republicana¡±.
Victoria Camps es profesora em¨¦rita de la UAB
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