Rostros familiares en Nueva York
Los originarios de Catalu?a fueron una de las comunidades m¨¢s numerosas en la Gran Manzana a mediados del XIX
La calle 14th cruza horizontalmente la isla de Manhattan, es una v¨ªa ancha y larga formada en ambas aceras por fincas de apartamentos terrosos y ocres, con escaleras de incendio en la fachada y peque?as tiendas de alimentaci¨®n en la planta baja, nada que no se pueda ver en otras esquinas de la metr¨®poli. Sin embargo, el tramo situado entre las calles 7th y 9th ¡ªapenas a un par de traves¨ªas del r¨ªo Hudson¡ª, conserva un aire familiar y sorprendente para el viajero de este lado del oc¨¦ano. Frente a una casa marr¨®n de puerta carmes¨ª ondea una gran bandera espa?ola junto a otra norteamericana, y una placa recuerda que aquello es la sede de la Spanish Benevolent Society, tambi¨¦n conocida coloquialmente como La Principal. Debajo hay un restaurante de cocina hispana que anuncia boquerones, brandada de bacalao, fideu¨¢, tapas o paella. Unos metros m¨¢s all¨¢ hay una capilla de portalada barroca ¡ªliteralmente la Iglesia cat¨®lica para los de lengua espa?ola o Roman catholic church spanish-american¡ª, hoy en obras y trasladada al vecino templo de Lady of Guadalupe, un edificio de estilo colonial e interior luminoso decorado con columnas de p¨®rfido verde esmeralda, ocupado mayoritariamente por emigrantes mexicanos. En la misma acera se encuentra El Carmelo Residence, un discreto hostal de la orden de las Carmelita Sisters Teresas of Saint Joseph. Y enfrente, una tienda de vinos y licores, donde disponen de un apreciable surtido de riojas y riberas del Duero. Estuve hace poco, con motivo de un encuentro entre poetas de ambos lados del Atl¨¢ntico. Hab¨ªa o¨ªdo hablar de aquel enclave conocido anta?o como Little Spain, aunque desconoc¨ªa su vinculaci¨®n con mi ciudad, Barcelona.
La comunidad espa?ola en Nueva York se estableci¨® en la segunda mitad del siglo XIX y, a pesar de no ser muy numerosa, llegaron a crear su propio barrio. En aquellos a?os a¨²n no exist¨ªa Ellis Island y los reci¨¦n llegados desembarcaban en Castle Garden, una fortificaci¨®n situada en el actual parque de Battery Park donde pasaban la cuarentena. Al principio se instalaron en el Lower East Side, junto al puente de Williamsburg. Pero muy pronto eligieron el oeste de Manhattan para establecerse, en el Meatpacking District ¡ªentre las calles 11th y 17th¡ª, cerca de los muelles de Chelsea donde encontraron trabajo en el puerto junto a otras dos minor¨ªas cat¨®licas como eran los irlandeses y los italianos.
Seg¨²n la prensa de la ¨¦poca, la primera parada sol¨ªan hacerla en el hotel Barcelona, convertido posteriormente en el hotel El Recreo de Great Jones Street ¡ªcerca de Broadway Street¡ª, una fonda espaciosa con cincuenta habitaciones para hombres solos desde 12 d¨®lares a la semana, que ofrec¨ªa servicios como interpretes y donde se com¨ªa ¡°a la espa?ola¡± en una mesa com¨²n. Otro punto de acogida era el hotel Espa?ol de la 14th con la Cuarta Avenida, que aceptaba familias y dispon¨ªa de billares, peluquer¨ªa y salones para fumadores. En aquella misma calle pod¨ªan encontrar algunas librer¨ªas con publicaciones en espa?ol y catal¨¢n, y un quiosco de prensa en la esquina con la Sexta Avenida.
Los originarios de Catalu?a fueron una de las comunidades m¨¢s numerosas en aquellos primeros a?os, con emprendedores que una vez llegados a Am¨¦rica daban el salto desde la isla de Cuba para probar fortuna en la Gran Manzana. Aunque la Spanish Benevolent Society fue fundada tres a?os antes, la primera menci¨®n sobre ella aparece en The New York Times de noviembre de 1871, cuando se informa que ofrece un baile en los salones de la Teutonia Assembly. Entre los patrocinadores de aquella asociaci¨®n figuraba Francesc Llad¨®, que fue su primer presidente, y Mag¨ª Janer, que era el propietario de la Fusteria Catalana, un pr¨®spero negocio establecido en Maiden Lane Street, a pocos pasos de Wall Street. Tres a?os m¨¢s tarde apareci¨® el primer n¨²mero de La Llumanera de Nova York, un peri¨®dico mensual escrito en catal¨¢n en el que llegaron a publicar autores como Seraf¨ª Pitarra, Rosendo Ar¨²s y Apel¡¤les Mestres. Su director era el joven periodista barcelon¨¦s Artur Cuy¨¢s, y tanto la redacci¨®n como la imprenta estaban en Broadway Street (los catalanes hab¨ªan rebautizado esta calle tan popular como la Gran V¨ªa de Nova York). El singular rotativo inform¨®, entre otras cosas, de la moderna iluminaci¨®n el¨¦ctrica de la ciudad, implantada gracias a los ingenieros catalanes Eusebi Molera y Joan Cebrian. Ten¨ªa una secci¨®n donde daba cuenta de las novedades yanquis, como los trajes de ba?o en Coney Island, los bares con barra o la publicidad. Su secci¨®n de anuncios elogiaba los embutidos de Berga que se vend¨ªan en diversas charcuter¨ªas neoyorquinas, el jam¨®n y la panceta de J. Bohnet y Cia. en Monroe Street, la consulta del doctor Joaquim Mart¨ª en la calle 10th o las farmacias de Broadway donde vend¨ªan las famosas pastillas del Doctor Andreu.
A finales del siglo XIX, gallegos y asturianos se convirtieron en los vecinos mayoritarios del barrio. En 1881 desaparec¨ªa La Llumanera... y poco despu¨¦s se fundaba El Despertar, una publicaci¨®n anarquista que dirig¨ªa el barcelon¨¦s Pere Esteve. Los nuevos negocios del barrio se llamaban el Mes¨®n Flamenco, el Caf¨¦ Madrid o la tienda La Iberia, un mundo que reflej¨® hace unos a?os el director Artur Balder en su documental Little Spain. El punto ¨¢lgido de aquella emigraci¨®n vino tras la Guerra Civil, cuando Manhattan se llen¨® de republicanos exiliados que estuvieron all¨ª hasta la d¨¦cada de 1980. Desde entonces, para reseguir el rastro de toda aquella historia hace falta fijarse mucho y saber d¨®nde mirar.
Posdata. De regreso de aquel viaje me encontr¨¦ con que mi amigo Salvador Gurrucharri hab¨ªa muerto (1936-2014). ?l tambi¨¦n vivi¨® exiliado gran parte de su vida y fue director del peri¨®dico Solidaridad Obrera hasta 1999. Descanse en paz.
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