El arsenal de Rolling Stones
El mi¨¦rcoles, el grupo llega al Bernab¨¦u. Repasamos las herramientas de las que se servir¨¢n para su seducci¨®n colectiva
El circo est¨¢ a punto de llegar a la ciudad. Nos contaran el n¨²mero de camiones que mueven equipo y escenario, los kil¨®metros de cables, los vatios que nos esperan. Tampoco faltar¨¢ qui¨¦n recurra a escandalizarse ante los precios de la reventa, sin averiguar la distancia entre lo que se demanda y lo que realmente se paga. Aterrizan los Rolling Stones y todo lo suyo ser¨¢ noticia.
Pero hay un asunto que apenas se trata. Y est¨¢ en el coraz¨®n de la ceremonia: los instrumentos que utilizan Mick Jagger y compa?¨ªa. Aparte de los espectadores m¨²sicos, que autom¨¢ticamente computan en qu¨¦ temas Keith Richards toca sus guitarras de cinco cuerdas y en cu¨¢les recurre a las convencionales. M¨¢s los adictos a la artesan¨ªa guitarrera que alucinan ante los modelos de Ron Wood. Y los bateristas que se pasman ante la simplicidad del kit de Charlie Watts. Incluso, los que saben de las habilidades de Jagger con la arm¨®nica y esperan que sople con su Lee Oskar.
Son docenas los libros que se explayan sobre la turbulenta vida de los Stones y bastantes menos los que se atreven a explicar la grandeza de su obra. Y s¨®lo hay uno que cuente su odisea musical a trav¨¦s de sus instrumentos y sus amplificadores. Se titula Rolling Stones gear y lo acaba de publicar Backbeat Books; tiene unas 700 p¨¢ginas y pesa casi tres kilos y medio.
Sus autores son Andy Babiuk y Greg Prevost, miembros de The Chesterfield Kings, aquella banda estadounidense de garage rock que tuvo su cuarto hora de fama en los antros de Malasa?a, durante los a?os ochenta. Cuentan con la bendici¨®n de los Stones; ha puntuado en su favor que Babiuk hubiera sacado anteriormente un Beatles gear.
Como m¨²sicos, pueden explicar que los Stones revolucionaron el negocio del directo, que perfilaron lo que ahora es un concierto de rock multitudinario: un espect¨¢culo milimetrado, sin tiempos muertos. Hasta 1972, hab¨ªa que parar cada vez que se desafinaba una guitarra, algo frecuente bajo el calor de los focos. Hasta que Ted Newman Jones III, que cuidaba del ¡°armamento¡± de Keith Richards, sugiri¨® tener preparadas varias guitarras con las afinaciones adecuadas, para que no hubiera interrupciones; con esa precauci¨®n, adem¨¢s se ganaba tiempo para tocar dos canciones extra.
Diez a?os despu¨¦s, otro ayudante llamado Jim Barber perfeccion¨® la ocurrencia: tendr¨ªan backups, copias m¨¢s o menos id¨¦nticas de las principales guitarras, para resolver en segundos la rotura de una cuerda o cualquier aver¨ªa. El resultado es que ahora Keith Richards cuenta con unas 40 guitarras entre bambalinas, incluyendo alg¨²n bajo. Y una guitar station, un taller donde se afina cada instrumento y se resuelven las emergencias.
Si todo va tranquilo, puede que Keith incluso ponga a prueba una guitarra nueva, aunque nunca al principio del show o en los temas esenciales. Durante los setenta, los comerciantes en guitarras vintage hac¨ªan cola, ¡ªjunto a los camellos de la zona¡ª, a la espera de una audiencia con Richards. El hombre era el cliente perfecto: se entusiasmaba, pagaba lo que le pidieran, proporcionaba an¨¦cdotas imborrables.
Puros caprichos. Casi desde el principio, los Stones acostumbraron a sus representantes a solicitar equipamiento gratuito, alegando que eso da publicidad a cualquier marca. Cierto, aunque no siempre funcionaba ese argumento. Randall Smith, el californiano que cre¨® los poderosos amplificadores Mesa Boogie, recuerda lo que le dijo a Keith: ¡°Si pudiera permitirme regalar algunos de mis amplificadores, se los dar¨ªa a m¨²sicos pobres, no a alguien que tiene millones¡±. Richards asinti¨® y pag¨®.
El maestro armero, el gran se?or de las guitarras, es Pierre de Beauport. Entr¨® en el c¨ªrculo ¨ªntimo como escudero de Mick Jagger, entonces empe?ado en una carrera en solitario. Richards le fich¨® cuando comprob¨® que era un manitas, capacitado para resolver los peores desastres y experto en el bricolaje de guitarras, algo esencial dado que todos los instrumentos stonianos son modificados sustancialmente.
Pierre de Beauport ha recibido el m¨¢ximo homenaje posible dentro de la empresa: en una banda donde todo tema aparece autom¨¢ticamente firmado por Jagger-Richards, sea cual sea la g¨¦nesis de la composici¨®n, su nombre figura como coautor de Thief in the night, una pieza de Bridges to Babylon.
Fan¨¢tico de las guitarras, Pierre no puede entender el desapego de Mick Jagger por los instrumentos que toca. Desde 1965, la favorita del cantante fue una Gibson ac¨²stica, la Hummingbird. Sin embargo, no se preocup¨® cuando desapareci¨® en un viaje: ¡°Pierre, no hay que obsesionarse por las cosas materiales¡±. Milagrosamente, volvi¨® a sus manos, tras dormitar durante a?os en el departamento de objetos perdidos del aeropuerto de Heathrow.
Algo parecido hubiera supuesto una crisis para Richards. Todav¨ªa se enoja al evocar el robo de ocho de sus guitarras en su mansi¨®n de la Costa Azul francesa, hacia el final de la grabaci¨®n de Exile on Main Street. En 1978, Richards se qued¨® sin sus tres guitarras preferidas: un incendio, riesgo frecuente para los yonquis, acab¨® con la casa que hab¨ªa alquilado en Los ?ngeles.
El grueso de los instrumentos y el equipo de los Rolling Stones se guarda en un almac¨¦n secreto. Como ocurre con los masters de sus grabaciones, incluidas horas de material in¨¦dito, se conservan en una an¨®nima zona industrial, tan desprovista de glamour que nadie podr¨ªa pensar que all¨ª descansan los tesoros de los Stones. All¨ª puede haber ¡°m¨¢s de mil guitarras¡±, especula Richards. Cuando se prepara una gira, parte de ese arsenal viaja hacia el lugar de los ensayos, donde hombres y m¨¢quinas se ponen a punto. Hay instrumentos que no se someten a los rigores de la carretera, como la guitarra cl¨¢sica de Manuel Vel¨¢zquez, el lutier puertorrique?o.
Sabemos que los Rolling Stones son un ente perezoso, de despertar lento. Hay que conjuntar a figuras que pueden haber pasado los meses anteriores intercambiando insultos a trav¨¦s de los medios. Y ensamblar al cuarteto central con media docena de profesionales a sueldo, instrumentistas o coristas. Alrededor zumban muchas laboriosas abejas: cada m¨²sico tiene al menos un tech, responsable de sus herramientas.
De ma?ana, cuando los jefes todav¨ªa est¨¢n en el hotel, algunos asalariados van de puntillas a revisar las maravillas. Las guitarras m¨¢s amadas por Richards muestran el desgaste de los a?os y est¨¢n bautizadas: se llaman Sonny (en honor del jazzman Sonny Rollins, que toc¨® en el ¨¢lbum Tattoo you), Dice, Gloria, George, Dwight o Micawber (como un personaje de Dickens).
Las guitarras de Ron Wood son, con mucho, las m¨¢s hermosas. Posee varias Zemaitis, con sus grabados sobre placas de metal, hechas especialmente por Tony Zemaitis o por la compa?¨ªa japonesa que ahora hace el trabajo del desaparecido lutier. Por el contrario, las de Jagger no tienen nada especial; los maledicentes sugieren que las escoge para que conjunten con su vestuario. Y recuerdan que durante la Bigger Bang Tour us¨® una Sears Silvertone, un modelo que originalmente se vend¨ªa por correo y costaba cien d¨®lares.
La terapia del directo
Es sabido que el suicidio de L'Wren Scott, novia oficial?de Mick Jagger, provoc¨® la cancelaci¨®n de los conciertos previstos para Australia y Nueva Zelanda. As¨ª que el inicio del tramo europeo de la 14 On Fire Tour, el 26 de mayo en Oslo, equivali¨® a empezar?la gira de nuevo; de hecho,?los d¨ªas previos hubo intensos ensayos en la capital noruega.
Y el observador atento de este y los shows posteriores pudo advertir que se palpaba un nuevo esp¨ªritu de camarader¨ªa. Aparentemente, todo funcionaba como siempre,?con Mick Jagger leyendo en?el teleprompter saludos y bromas en el idioma local. Pero se recuper¨® Worried about you, una balada de 1981 cantada por Jagger con falsete. Se cruzan miradas, gestos, complicidades: se trata de?su particular exorcismo por la p¨¦rdida de L'Wren Scott.
Por lo dem¨¢s, la gira 14 On Fire se desarrolla al tradicional modo estoniano. Es decir,?que Keith Richards sigue haci¨¦ndose un enorme l¨ªo cuando le toca cantar sus temas; los colegas tienen que echarle un cable. Que Lisa Fischer exagera en sus partes vocales y en su papel de comehombres. Y que hay una sobrecarga de electricidad cuando aparece el rollizo?Mick Taylor, en funciones?de guitarrista invitado.
Son unos Rolling Stones?quiz¨¢ m¨¢s humanos de lo acostumbrado, con ocasionales problemas de sonido, con m¨²sicos que pisan al cantante, con mercenarios que se aprovechan de la debilidad emocional de sus jefes?para meter gracietas que no deber¨ªan haber salido del local de ensayo. Se trata, finalmente, de una banda menos mec¨¢nica de lo que pensamos. Y todas las noches se asiste a un espect¨¢culo casi indecoroso: un hombre al borde de los 71 a?os que no deja de moverse durante dos horas. Como Einstein con su cerebro, Jagger deber¨ªa donar?su cuerpo a la ciencia.
Respecto a las bater¨ªas de Charlie Watts, hay poco que ver. Se mantiene fiel a las Gretsch de los a?os cincuenta, con alguna excentricidad, como un platillo de origen desconocido, que consigui¨® en una chatarrer¨ªa de Par¨ªs. Al igual que al resto de sus compa?eros, le regalan todo tipo de novedades, en su caso platillos de marcas como Zildjian o UFIP. Rara vez los usa: ¡°Son tan inc¨®modos como unos zapatos nuevos¡±.
La principal queja de Watts es el volumen infernal de los amplificadores de Richards y Wood, unos Fender que requieren su propia fuente de energ¨ªa. F¨ªjense: en el escenario, Mick Jagger procura evitar pararse ante esos bichos, peque?os pero matones.
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