Rajoy al desnudo
El presidente es quien queda ahora como el ¨²ltimo resistente al cambio, quien no quiere enterarse de los problemas del pa¨ªs
La operaci¨®n renovaci¨®n del r¨¦gimen, con el cambio en la Jefatura del Estado, ha quedado amortizada a una velocidad sorprendente. Si el gobierno vio, en la sustituci¨®n de un monarca cansado y envejecido por otro joven y todav¨ªa impoluto, un icono para convencer a los ciudadanos de que los malos tiempos de la crisis han pasado y entramos en una etapa nueva y esperanzadora, la operaci¨®n ha salido al rev¨¦s. El cambio de Rey ha puesto en evidencia que el gobierno y la dupla bipartidista est¨¢n desnudos. Y, en la medida en que uno de los socios del bipolio pol¨ªtico (el PSOE) est¨¢ metido en la faena de la renovaci¨®n, es el presidente Rajoy el que queda ahora como el ¨²ltimo resistente al cambio, que no quiere darse por enterado de los problemas que acechan al pa¨ªs y de su debilidad para afrontarlos, por la p¨¦rdida de la legitimidad de ejercicio. Lo que la crisis del PSOE y la abdicaci¨®n del Rey ocultaron durante unas semanas, ahora est¨¢ ya en el centro del escenario: el 25-M las campanas tambi¨¦n doblaron por el PP.
Cuando las cosas se hacen sin un verdadero proyecto pol¨ªtico que las acompa?e, con p¨¢nicos infundados (la protecci¨®n de las ceremonias, a costa de violar derechos constitucionales, fue absolutamente desproporcionada e impropia de un r¨¦gimen democr¨¢tico) y una penosa desconfianza en la ciudadan¨ªa, siempre acaban volvi¨¦ndose contra sus promotores. Si realmente se quer¨ªa ritualizar un momento de cambio no se pod¨ªa programar el acontecimiento de una manera tan conservadora, tan pacata y tan antigua. Ya s¨¦ que la vinculaci¨®n entre Corona y Ej¨¦rcito forma parte esencial del imaginario borb¨®nico, pero ?era imprescindible que el Rey vistiera uniforme militar en la ceremonia de su proclamaci¨®n? Nos hemos librado de la misa oficial, de Rouco y de los s¨ªmbolos religiosos. ?Por qu¨¦ no de los s¨ªmbolos militares que aqu¨ª todav¨ªa traen malos recuerdos? Este s¨ª habr¨ªa sido un gesto de renovaci¨®n. El Rey es el Jefe de los Ej¨¦rcitos, pero ?necesita uniforme para afirmar su autoridad? ?Ser¨¢ que en el inconsciente sigue existiendo un cierto temor reverencial a los militares? De paisano hubiese resultado m¨¢s simp¨¢tico.
M¨¢s all¨¢ de las circunstancias del evento, si a Rajoy no le ha servido de parapeto, es porque los problemas siguen estando ah¨ª y en los discursos y las declaraciones pronunciados estos d¨ªas no se ha emitido ninguna se?al que apuntara a una visi¨®n distinta, m¨¢s realista y, por tanto, m¨¢s esperanzadora de lo que est¨¢ ocurriendo. Al contrario, la respuesta de Rajoy ha sido de corte estrictamente electoralista, intentando ganarse a los electores que le han dado la espalda con un gui?o a sus bolsillos, mediante una reforma fiscal menos redistributiva que nunca y promesa segura de un mayor deterioro de los servicios p¨²blicos b¨¢sicos.
Para renovar un sistema pol¨ªtico deteriorado se necesita voluntad reformista (de la que el PP carece, en la medida en que piensa que vivimos en el mejor de los reg¨ªmenes posibles) y un sentido que la acompa?e. Para ello, y esto interpela a un PSOE en renovaci¨®n, hay que tener presente cuatro defectos que son ya estructurales. Primero, un bipartidismo impenetrable, que amenaza con un desplazamiento de la pol¨ªtica del eje derecha/izquierda al eje ¨¦lites/pueblo. La situaci¨®n m¨¢s propicia para que el populismo, en sus acepciones m¨¢s peligrosas, se despliegue por las dos partes, unos pretendiendo ganarse al pueblo desde el poder y otros present¨¢ndose como encarnaci¨®n del pueblo. La superaci¨®n de esta fractura pasa por asumir con todas sus consecuencias la cuesti¨®n de la corrupci¨®n. Cada vez que el PP responde con el silencio a un nuevo episodio del caso B¨¢rcenas, la brecha crece. Segundo, la falta de autonom¨ªa de la pol¨ªtica o, si se prefiere, la resignada aceptaci¨®n del fatalismo econ¨®mico (no hay alternativa). La democracia se deteriora si la ciudadan¨ªa ve que una pol¨ªtica distinta es imposible. Si el PSOE no es capaz de proponerla, entrar¨¢n otros, con nueva legitimidad. Tercero, el car¨¢cter plurinacional de Espa?a choca con un sistema r¨ªgido en plena recentralizaci¨®n, de modo que la cuesti¨®n territorial, y en especial el caso catal¨¢n, es un problema de poder, de lucha y reparto del poder. Ya no sirven las viejas claves interpretativas que reduc¨ªan el catalanismo a un nacionalismo cultural y ling¨¹¨ªstico. Cuarto, la desigualdad y la pobreza (siempre acompa?ada del desprecio a los perdedores y la violencia contra los parias) no son un capricho del buenismo, este latiguillo ideol¨®gico con que se intenta descalificar a los que ponen el dedo en la llaga de una sociedad profundamente injusta. Son un factor de atraso y de freno al progreso del pa¨ªs, que requiere acciones prioritarias.
Sobre el reconocimiento de estas cuatro cuestiones es posible reorientar el pa¨ªs por una v¨ªa que no sea la del autoritarismo posdemocr¨¢tico por la que nos viene conduciendo el gobierno del PP desde que lleg¨®.
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