La fiesta inopinada
Al veterano guitarrista se le va la mano con las baladas, la melaza y la m¨²sica ligera, pero el arre¨®n final de ¡®funk¡¯ compensa los sinsabores
Hay que alcanzar cierta edad y muchos galones para que un guitarrista termine luciendo un logotipo con sus iniciales en la correa de su instrumento, en este caso una innegociable Gibson. George Benson suma 71 primaveras, ha superado con holgura el medio siglo sobre los escenarios y nos perdimos hace mucho en el c¨®mputo de sus discos, as¨ª que tiene bien merecida esa peque?a concesi¨®n a la vanidad. Con ¨¦l nunca qued¨® lo bastante claro si nos encontramos ante un guitarrista que canta muy decentemente o un cantante que toca algo m¨¢s que bien. Este lunes, en un Bot¨¢nico de la Complutense que luci¨® muy buena entrada (m¨¢s de 1.300 espectadores), pudo dar la impresi¨®n de que hac¨ªa pereza a la hora de tomar la p¨²a entre los dedos. Pero una cosa resulta indudable: Benson sigue sonando a Benson con apenas insinuar un par de acordes, lo que constituye un m¨¦rito enorme en el ¨¢mbito de los instrumentistas.
Hace mucho que el de Pennsylvania no ofrece estrenos discogr¨¢ficos demasiado relevantes y, a juzgar por la edad media del auditorio, nadie acud¨ªa a esta entrega del festival MadGarden con ¨¢nimo de grandes descubrimientos. Con la excepci¨®n de una delicada y correct¨ªsima lectura instrumental de Don¡¯t know why, el tema que catapult¨® a Norah Jones, George centr¨® sus esfuerzos en el repertorio que mayor popularidad le report¨® entre los setenta y los ochenta, en particular las baladas (algo m¨¢s melosas de la cuenta) y las descargas de funk electrizante. Pero en sus puntuales digresiones sobre el m¨¢stil le vimos a¨²n ¨¢gil, incisivo. Sobradamente capacitado para coger carrerilla y entregar frases enrevesadas o acentuadas por su propio scat vocal, ese silabeo r¨ªtmico, vertiginoso y en ocasiones c¨®mico. Lo ¨²nico que no tuvo tanta gracia fue escucharle proclamar, sin asomo de iron¨ªa, que Luis Miguel figuraba entre sus cantantes favoritos de todo el mundo. Para avalarlo, entreg¨® una versi¨®n de La puerta (¡°La puerta se cerr¨® detr¨¢s de ti / y nunca m¨¢s volviste a aparecer¡±) con la que m¨¢s de uno acab¨® revolvi¨¦ndose en el asiento.
As¨ª son las cosas con estos espect¨¢culos tan rodados y correctos que, por no molestar a nadie, incurren a ratos en la m¨²sica liger¨ªsima, en la ambientaci¨®n para cadenas hoteleras con base operativa en Acapulco. Hubo exceso de sacarina en In your eyes, teclados indigestos en Kisses in the moonlight, pasajes instrumentales en clave de mambo que a duras penas aceptar¨ªamos como ambientaci¨®n musical para un crucero. Pero tras una agradable versi¨®n, tambi¨¦n sin palabras, de Lately (Stevie Wonder), son¨® Turn your love around y comenz¨® de una vez por todas la algarab¨ªa. La fiesta inopinada.
No era f¨¢cil pronosticar que en una noche tirando a moh¨ªna acabar¨ªa desat¨¢ndose la euforia, pero as¨ª fue. El repertorio m¨¢s indisimuladamente funk result¨® ser, de lejos, el que mejor ha resistido el envite de los a?os. Feel like making love, con el sintetizador imitando unos metales, habr¨ªa logrado todas las bendiciones de Quincy Jones y Michael Jackson, igual que Give me the night o Never give up on a good thing, primer bis para el que Benson ya se hab¨ªa despojado de su eterno chaleco y sus m¨²sicos hac¨ªan fotos de una platea despendolada, en la que no quedaba un alma en los asientos.
Ni siquiera se sosegaron los ¨¢nimos con The greatest love of all, balada de entre todas las baladas que nuestro personaje grab¨® nueve a?os antes de que Whitney Houston la convirtiera en ¨¦xito interplanetario. Y as¨ª, el arre¨®n final, con Turn your love around y una lectura de 12 minutos de On Broadway, solo sirvi¨® para corroborar este s¨²bito y estival desenfreno. Sobraron baladas, teclados, la pirotecnia final de bater¨ªa, casi todos los solos del guitarrista Michael O¡¯Neill. Y pese a todo ello, Benson sigue siendo mucho Benson.
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