Nueva y vieja pol¨ªtica: del 11-S al 9-N
Deber¨ªamos ser m¨¢s prudentes a la hora de certificar la muerte de la vieja pol¨ªtica y celebrar la llegada de la nueva
La proximidad del 11-S y del 9-N suele interpretarse como una secuencia l¨®gica: primero el empuje de la sociedad (Diada) y, a remolque, la iniciativa institucional (consulta). Es m¨¢s, frente a las dificultades que amenazan el 9-N, la mayor¨ªa de los analistas centran sus expectativas en la demostraci¨®n de fuerza del 11-S. Una aproximaci¨®n t¨¢ctica a la coyuntura pol¨ªtica que tambi¨¦n hemos teorizado como el paso de la vieja a la nueva pol¨ªtica. La vieja pol¨ªtica, la institucional, estar¨ªa dejando paso a la nueva pol¨ªtica, la de la gente. Un tr¨¢nsito irresistible y que, aplicado al caso que nos ocupa, significa que por muchas trabas institucionales que existan, ¨¦stas no podr¨¢n oponerse al empuje ciudadano.
Tanto la l¨®gica secuencial como la irrupci¨®n de la nueva pol¨ªtica, conforman un mantra pr¨¢cticamente incontestable. Y aunque probablemente tengan raz¨®n aquellos que lo defienden, considero saludable despertar alguna duda razonable. Aunque s¨®lo sea para profundizar en el debate.
En primer lugar, la propia diferenciaci¨®n entre sociedad civil e instituciones p¨²blicas es discutible. En realidad, desde Hobbes y Locke sabemos que estado y sociedad civil son el reverso de la misma moneda; realidades complementarias que no pueden existir separadamente. No se trata simplemente de discutir si determinadas entidades de la sociedad civil reciben o no recursos p¨²blicos, sino de entender que su propia existencia depende de unas instituciones p¨²blicas que facilitan el marco para su desarrollo. Si nuestros gobiernos son los abuelos de la vieja pol¨ªtica, la tan aclamada sociedad civil ¡ªno nos enga?emos¡ª es la abuela de la misma vieja pol¨ªtica. Las iniciativas pol¨ªticas de Parlament no son, pues, menos a?ejas que las movilizaciones que promueve las entidades de la sociedad civil.
En segundo lugar, a menudo olvidamos que el empuje de la sociedad civil se produce en direcciones diversas. Y como en el juego de la cuerda, con dos equipos de forzudos tirando cada uno hacia su lado, aparece el peligro de paralizar la acci¨®n colectiva. Una acci¨®n que requiere, adem¨¢s de la fuerza de la ciudadan¨ªa, del arbitraje de la pol¨ªtica institucional. La vieja pol¨ªtica no se limita a canalizar la fuerza de la nueva pol¨ªtica, sino que gestiona sus contradicciones y toma decisiones para desbloquearlas. No es una tarea agradecida, pero s¨ª indispensable. La l¨®gica secuencial, adem¨¢s, s¨®lo funciona si entendemos la sociedad civil en singular, pero ¡ªno nos enga?emos¡ª la sociedad civil s¨®lo puede comprenderse en plural. Traduci¨¦ndolo, cuando Carme Forcadell expresa las posiciones de la ANC, no es la voz de la ciudadan¨ªa.
En tercer lugar, las relaciones entre estado y sociedad civil nunca han sido de subordinaci¨®n, ni siquiera en democracia. Pensar, simplemente, que el estado ha de hacer lo que pida la sociedad civil es tan sugerente como falso. Las instituciones del estado no tienen como finalidad hacer lo que pida la ciudadan¨ªa, sino tomar decisiones; a pesar del disgusto que, a menudo, puedan generar en buena parte de la ciudadan¨ªa.
La pol¨ªtica no funciona como el mercado, donde el cliente siempre tiene raz¨®n. La pol¨ªtica trata con ciudadanos y, consecuentemente, se ve obligada a repartir razones. Pensar que las instituciones pol¨ªticas se limitan a seguir las indicaciones de la gente es esperanzador, aunque ¡ªno nos enga?emos¡ª supone una mercantilizaci¨®n de la esfera p¨²blica cuya consecuencia es que siempre ganar¨¢n los m¨¢s fuertes. Si la pol¨ªtica consiste en seguir la hoja de ruta de la ANC quiz¨¢ estemos construyendo una nueva pol¨ªtica, aunque ser¨¢, inevitablemente, con importantes d¨¦ficits democr¨¢ticos.
Finalmente, sin pretender alcanzar ninguna conclusi¨®n definitiva, sugiero sembrar dos dudas sobre aquellos argumentos que ya han adquirido categor¨ªa de pol¨ªticamente correctos. Por un lado, deber¨ªamos dudar de la secuencia del 11-S al 9-N y no dar por descontado que una potente demostraci¨®n de poder popular dejar¨¢ sin margen de maniobra al poder pol¨ªtico. Las relaciones son complejas y encontrar¨ªamos multitud de ejemplos donde las demandas ciudadanas no encuentran las correspondientes ofertas pol¨ªticas. Este desencuentro es incomprensible para el mercado, pero adquiere sentido en el ¨¢mbito p¨²blico, donde las demandas no son claras e individuales sino contradictorias y colectivas.
Por otro lado, deber¨ªamos ser m¨¢s prudentes a la hora de certificar la muerte de la vieja pol¨ªtica y celebrar la llegada de la nueva. La vieja pol¨ªtica acumula una enorme experiencia, forjada a partir de algunos ¨¦xitos y, efectivamente, de multitud de fracasos. La nueva pol¨ªtica, en cambio, todav¨ªa debe enfrentarse con la realidad y, por lo tanto, todas las lecciones que nos est¨¢ dando son exclusivamente te¨®ricas. Seguro que esta nueva pol¨ªtica representa el futuro, pero deber¨¢ tener la paciencia de gan¨¢rselo y la inteligencia de escuchar las lecciones del pasado. Si no es as¨ª, puede que no logremos entender porque el ¨¦xito del 11-S no se traduce en consulta el 9-N. Una posibilidad que no descartar¨ªa de un plumazo.
Quim Brugu¨¦ es catedr¨¢tico en Ciencias Pol¨ªticas y profesor en la Universitat de Girona.
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