El sentido de la historia
?C¨®mo se quiere seducir pol¨ªticamente a quienes se desprecia present¨¢ndolos sistem¨¢ticamente como borregos?
Llevo ya muchos a?os ejerciendo la cr¨ªtica de la ideolog¨ªa nacionalista, debate recurrente hasta el aburrimiento en este pa¨ªs. El nacionalismo espa?ol y el nacionalismo catal¨¢n son distintos porque responden a mitos fundacionales, tradiciones culturales y modos diferentes de entender la vida en com¨²n. Pero la diferencia verdaderamente sustancial es que uno tiene un Estado y el otro, no.
Un nacionalismo sin Estado se siente siempre en falta, por eso tiene necesidad de gesticular mucho para ganar reconocimiento. Un nacionalismo con Estado dispone del poder de imponerse ¡ªy el espa?ol, a lo largo de la historia, se ha impuesto m¨¢s a menudo por lo militar que por lo civil¡ª y puede permitirse el lujo de negar su propia existencia, como hace recurrentemente la cr¨ªtica espa?ola al nacionalismo catal¨¢n. Este existe, el suyo, no. Se acusa al nacionalismo catal¨¢n de educar a los ciudadanos en los mitos y valores de su tradici¨®n y, en cambio, no tiene nada de nacionalista que el ministro Wert proclame que va a ¡°espa?olizar a los catalanes¡±. O sea, catalanizar a los catalanes es nacionalismo reprobable y espa?olizarlos, no.
Se acusa al nacionalismo catal¨¢n de educar a los ciudadanos en los mitos y valores de su tradici¨®n y, en cambio, no tiene nada de nacionalista que el ministro Wert proclame que va a ¡°espa?olizar a los catalanes¡±
El debate nacionalista conduce inevitablemente a las m¨¢s rid¨ªculas arbitrariedades. Defender la soberan¨ªa del pueblo catal¨¢n es nacionalismo, defender la soberan¨ªa del pueblo espa?ol no, como si la patria ¨²nica e indivisible que define la Constituci¨®n fuera una verdad de la naturaleza del mismo orden que la fuerza de la gravedad. Con lo cual no parece tan extravagante que el nacionalismo catal¨¢n pida un estado precisamente para ser reconocido como normal. Es decir, para que los dem¨¢s estados nacionales le consideren de la familia. Y lo que ahora le critican, se convierta en lo m¨¢s natural del mundo. Solo si eres Estado te tomaron en serio.
El discurso contra el nacionalismo es la muleta de los discursos de trazo grueso contra el proceso catal¨¢n. Durante muchos a?os el nacionalismo en Catalu?a fue bandera partidista, de una minor¨ªa mayoritaria que constru¨ªa su hegemon¨ªa sobre la din¨¢mica del nosotros y los otros. La cr¨ªtica del nacionalismo se ceba todav¨ªa sobre algo que es pasado. Y sigue centrando sus iras en Mas y en CiU. Pero la situaci¨®n ha variado. Por un lado ha habido una laicizaci¨®n de la independencia (muchos ciudadanos quieren el poder de un Estado, no las fantas¨ªas de una naci¨®n) y una socializaci¨®n del nacionalismo, en la medida en que se piensa en Estado el nacionalismo ya no es patrimonio de nadie. Por eso, los nacionalismos con Estado niegan que lo son. Es esta evoluci¨®n la que deber¨ªa llamar la atenci¨®n, porque es indicativa del cambio de pantalla que han hecho muchos catalanes. Y hace que la munici¨®n antinacionalista encuentre poco eco.
En la cruzada ideol¨®gica contra el soberanismo es recurrente se?alarlo como discurso del pasado. Va contra el futuro del mundo y de Europa, dice Rajoy, es ¡°desandar la historia¡±, sentencia Vargas Llosa. Y, sin embargo, uno y otro afirman solemnemente la soberan¨ªa del pueblo espa?ol. D¨ªganlo sin eufemismos: el soberanismo es bueno si sirve para defender el status quo; es retr¨®grado si pretende cambiarlo. ?Qu¨¦ sabemos del sentido de la historia, si es que a estas alturas todav¨ªa hay quien cree que la historia tiene sentido? El voto escoc¨¦s es elocuente: la unidad brit¨¢nica la han salvado los mayores de 65 a?os, los j¨®venes votaron masivamente por el s¨ª. No s¨¦ qui¨¦n est¨¢ con la historia. Pero por mucho que la melancol¨ªa nos induzca a los mayores a pensar que nuestros hijos errar¨¢n sin nosotros, el futuro les pertenece. Y son ellos los que decidir¨¢n.
En la cruzada ideol¨®gica contra el soberanismo es recurrente se?alarlo como discurso del pasado
El recurso al nacionalismo como t¨®pico exclusivo de la cr¨ªtica al proceso soberanista se completa con el discurso de la manipulaci¨®n y del adoctrinamiento de los ciudadanos. ?Es que no es adoctrinamiento la escuela del nacional catolicismo emprendedor de Wert? ?Es que no es adoctrinamiento la restauraci¨®n conservadora del PP? ?C¨®mo se quiere seducir pol¨ªticamente a unos ciudadanos a los que se desprecia present¨¢ndolos sistem¨¢ticamente como borregos? Toda gran movilizaci¨®n de masas es kitsch. No es precisamente la sutileza est¨¦tica lo que las caracteriza. Pero la pol¨ªtica democr¨¢tica requiere de espacios compartidos y de territorios en com¨²n. El equilibrio entre la autonom¨ªa del individuo y la multitud siempre es complicado, pero nadie ha conquistado un solo derecho por s¨ª solo.
En Escocia se ha visto la virtualidad clarificadora del voto. Y aqu¨ª seguimos con constantes apelaciones gen¨¦ricas al di¨¢logo que de tanto repetirlas ya da verg¨¹enza ajena. Rajoy tuvo una petici¨®n del Parlamento catal¨¢n y el Parlamento espa?ol la rechaz¨® frontalmente sin querer ni entrar a hablar. El presidente ha rechazado la consulta y promulgado su inconstitucionalidad antes de que los documentos pertinentes fueran aprobados, en flagrante presi¨®n sobre el Tribunal Constitucional que, una vez m¨¢s, se ve en el papel subalterno de resolver las querellas que los pol¨ªticos son incapaces de dirimir. ?Sin el reconocimiento del otro y los protocolos de comunicaci¨®n b¨¢sicos de que quieren hablar? Jugar la carta del repertorio de imprecaciones entre nacionalismos, de las bizantinas discusiones sobre la superioridad moral de unos y otros, y de las rid¨ªculas disquisiciones sobre qui¨¦n representa el sentido de la historia y qui¨¦n es el regreso al pasado, esconde un prop¨®sito muy simple: sustituir la pol¨ªtica por el imperio de la ley. ?Es este el sentido de la historia que algunos reclaman?
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