L¨²cidas multitudes, espejismos masivos
En la muchedumbre soberanista podemos encontrar tanto lucidez democr¨¢tica y plural como unanimismo y gregarismo demag¨®gico
La quiebra que desde hace a?os sufrimos tiene varias dimensiones, aparte de la econ¨®mica. La ciudadan¨ªa siente miedo, porque a la erosi¨®n de las clases medias y a la humillaci¨®n de las subalternas se a?ade la insoportable corrupci¨®n del sistema pol¨ªtico, sumada a la del imaginario que sosten¨ªa la carpa del tinglado entero. Y adem¨¢s porque en el fondo barrunta, m¨¢s que entiende, de qu¨¦ fuentes brota el pandemonio: de un lado, una globalizaci¨®n que est¨¢ minando por fuera y por dentro el relativo bienestar europeo; y por otro, un desolador esp¨ªritu del tiempo se?alado por la ruina de los ideales emancipatorios y la deshumanizaci¨®n, que deja al com¨²n inerme ante la c¨ªnica depredaci¨®n que por doquier impera.
Ah¨ª est¨¢ el frustrante, por no decir grotesco papel que las presuntas izquierdas est¨¢n interpretando en la farsa en curso ¡ªl¨¦ase PSC, ICV y tambi¨¦n las CUP, por supuesto; ERC es soberanista a secas¡ª, sumidas en la irrelevancia cuando no embaucadas por el nacionalismo ¨¦tnico y su furor divisorio, que finge ser la ¨²nica redenci¨®n factible. Aguardamos a la aut¨¦ntica izquierda, pues, por m¨¢s que no d¨¦ se?ales de vida en el viejo oasis.
Aqu¨ª, ya se sabe, todo el malestar que la gran estafa genera se resume en la ominosa entidad Espa?a, espantajo preferido por el establecimiento pol¨ªtico que ¡ªgracias a la inestimable ayuda del rancio espa?olismo sociata y ante todo pepero¡ª ha hinchado el velamen de la rebeli¨®n de masas en marcha mediante su industria de la persuasi¨®n, sistema educativo incluido. As¨ª las cosas, el rasgo m¨¢s significativo de los d¨ªas que galopan es el protagonismo que las muchedumbres han cobrado en la p¨²blica gobernanza. Y, de su mano, la mixtificaci¨®n que ha ido cundiendo a medida que el rugiente gent¨ªo ¡ªtraducido en ¡°mandato democr¨¢tico¡± por quienes antes lo inspiraron durante decenios¡ª ha ido adue?¨¢ndose del teatro de la convocante Historia, a cuyos actores insta, ordena y sanciona. Y de cuya funci¨®n principal parece ¡ªsolo parece¡ª ser autor y divo al tiempo.
La suerte de una entera sociedad no puede depender del inaceptable mandato democr¨¢tico de una de sus porciones, a no ser que medien el debate y las urnas
El deslumbrante escenario, sin embargo, eclipsa lo que pasa entre bastidores. Durante la primera mitad del siglo XX, los fen¨®menos de masificaci¨®n suscitaron viva inquietud y diagn¨®sticos de signo diverso, de Le Bon a Canetti pasando por Ortega, Freud, Arendt, Adorno y Riesman. De acuerdo con su deplorable elitismo, los pensadores m¨¢s reaccionarios vieron la masa como entidad dada a priori, una turba gregaria y fan¨¢tica integrada por los estratos menesterosos de la poblaci¨®n; los m¨¢s l¨²cidos y progresistas, en cambio, la juzgaron fruto del capitalismo embrutecedor, convencidos de que nadie nace hombre-masa, sino que es degradado por el entorno a tal condici¨®n. Freud, a la sombra de Le Bon, observ¨® que los individuos aglomerados son proclives a abjurar de su yo ¡ªy del uso cr¨ªtico de la raz¨®n¡ª en aras de un nosotros idealizado y fan¨¢tico que suelen encarnar en una causa o mes¨ªas. Ortega matiz¨® que nadie es masa por su patrimonio o cuna, sino por su talante: s¨²bdito que se sue?a ciudadano aunque sea incapaz de asumir la exigencia que, a la hora de pensar y actuar, ese estatus requiere. Y Canetti agreg¨® que la masa se distingue porque en ella ¡°reina la igualdad¡±, ¡°siempre quiere crecer¡±, ¡°ama la densidad¡± y ¡°necesita una direcci¨®n¡±.
No obstante, dado que la confusi¨®n reina al respecto, conviene reparar en que los fen¨®menos de aglomeraci¨®n no son alienantes siempre ni per se, y en que pueden dar lugar a multitudes cr¨ªticas, articuladas y conscientes, como Toni Negri vindica. Esta distinci¨®n permite comprender los que ahora mismo copan la coyuntura en Catalu?a, ya que en la muchechumbre soberanista se entretejen ambos mimbres: de un lado, la lucidez democr¨¢tica y pluralista que supone toda multitud; y de otro, el gregarismo demag¨®gico y unanimista que cualquier masa implica. De ah¨ª que leerla en una sola clave sea un error garrafal, motivo de graves entuertos. Y de ah¨ª que sea tan indispensable ponderarla con todo respeto y realismo ¡ªen Barcelona y tambi¨¦n en Madrid, claro es¡ª como evitar la tentaci¨®n de sacralizarla para convertirla en fuente principal de legitimaci¨®n pol¨ªtica.
Vivimos desde hace d¨¦cadas en sociedades subyugadas por la il¨®gica del espect¨¢culo y de la estetizaci¨®n a ultranza, en las que los simulacros culminan su apoteosis, y en las que el narcisista selfie ha devenido un espejismo colectivo, as¨ª mismo. Casi todos los estudiosos de los medios de persuasi¨®n coinciden en constatar que, lejos de limitarse a referir lo que ocurre, tienden a inducirlo y hasta a producirlo a veces, por mucho que tanto el establecimiento que los ampara como ellos mismos lo nieguen tres veces.
La suerte de una entera sociedad no puede depender del inaceptable mandato democr¨¢tico de una de sus porciones, a no ser que medien el debate y las urnas, ni de la espiral de masificaci¨®n que su industria de la conciencia alienta. Deber¨ªa ser la hora de las multitudes l¨²cidas, plurales y solidarias. Y la de la regeneraci¨®n de las instituciones. Sin ellas no hay democracia ni ciudadan¨ªa plausibles.
Albert Chill¨®n es profesor de la UAB y escritor.
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