Algo querr¨¢n
Antes de cualquier convocatoria electoral el votante asiste estupefacto a un mont¨®n de a?agazas por obtener los puestos de cabeza en la l¨ªnea de salida
Pues, s¨ª. Algo querr¨¢n de nosotros los l¨ªderes de los partidos pol¨ªticos y sus afiliados, tanto tradicionales como novatos, cuando dedican tanto ruido y tanta furia (por no mencionar ahora el sucio dinero) a conseguir que los ciudadanos de a pie les presten su voto durante cuatro a?os m¨¢s o menos. La dificultad consiste en determinar de qu¨¦ cosa exactamente se trata. De que les voten, s¨ª.
Pero, ?para qu¨¦ exactamente? Antes de la convocatoria electoral, de cualquier convocatoria electoral, el espectador, que viene a ser el votante, asiste estupefacto a un mont¨®n de a?agazas, codazos apenas disimulados y otros combates que rara vez se disimulan entre los aspirantes de los partidos, por min¨²sculos que sean, por obtener los puestos de cabeza en la l¨ªnea de salida. A menudo el cariz de esas demostraciones basta para intuir que si esos personajes cometen alguna que otra vileza en los proleg¨®menos de la prueba es debido a que carecen de los atributos necesarios para alcanzar la pole position, lo que deber¨ªa bastar para descalificarlos antes de que puedan recurrir a trampantojos de mayor enjundia desde posiciones de dominio una vez alcanzados sus objetivos, (objetivos en los que -como todo el mundo sabe, teme, sospecha o adivina- cuenta m¨¢s la opci¨®n a olfatear una mejor perspectiva personal que las promesas de fervoroso mitin dirigidas a sus seguidores), de manera que resulta todav¨ªa plausible la extendida sospecha ciudadana de que el pol¨ªtico que todav¨ªa no ha hecho el chanchullo en su propio beneficio, lo har¨¢ en cuanto le dejen respirar un poco.
Y lo cierto es que todos acaban respirando algo m¨¢s fuerte de lo que les convendr¨ªa, ya se trate del l¨ªder minero en Asturias o de los negociantes en basuras, de los Blesa de etiqueta negra o del palurdo que sale elegido en una aldea como concejal de urbanismo (total, se pringa durante cuatro a?os y ?bingo!, ya tiene la vida resuelta). La de broncas que se suceden a cuenta de los vecinos votantes que confiaron en otro vecino amigo para ocupar un carguito de nada. Y eso hasta el punto de que es m¨¢s frecuente de lo que parece que el ciudadano votante meng¨¹e hasta convertirse en un simple votante enga?ado una vez que la entrega de su voto ya no tiene rectificaci¨®n posible. No tiene ninguna gracia que el pol¨ªtico aupado por las urnas se dedique a la obtenci¨®n de beneficios al por mayor mientras que sus votantes no pueden ya modificar su voto. Y no estar¨ªa de m¨¢s que se establecieran los cauces legales necesarios para que los votantes pudieran destituir a los pol¨ªticos que les han estafado.
Recuerdo haber votado en Valencia una vez a los socialistas en los tiempos de Joan Lerma, pero en cuanto se hizo visible un sujeto como Eduardo Zaplana como presidente de los valencianos es que casi me puse a llorar. Y los valencianos venga votar a Zaplana y a Rita Barber¨¢ y a sus secuaces, y yo venga llorar, hasta que se me secaron las l¨¢grimas y me dije que nunca m¨¢s. Ay, nunca m¨¢s. Siempre ocurre lo mismo. Y ahora irrumpen otra vez los portavoces de la ilusi¨®n y de los sue?os y del cambio radical, un aluvi¨®n de inocentes todav¨ªa dispuestos a cambiar nuestras vidas provistos de la escoba que cantaban Los Sirex hace muchos a?os. ?Recuerda el pac¨ªfico lector aquello de Marx sobre la Historia que se repite, primero como tragedia y despu¨¦s como farsa? Veremos si llegado el momento pueden cambiar las suyas. Es ya demasiada la palabrer¨ªa eterna sobre el cambio necesario. Y adem¨¢s, es que me suena a episodio del Tenorio, un chuleta de post¨ªn, eso de asaltar los cielos.
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