La sociedad postnacional
Hemos de recuperar el legado de afecto y civilidad que permita la convivencia y superar la epidemia identitaria que nos aturde
Pararse a distinguir las voces de los ecos es tarea ardua en este pa¨ªs de pa¨ªses, donde campa a sus anchas el manique¨ªsmo, la ponderaci¨®n es vituperada sin pudor y la polarizaci¨®n agranda la brecha entre los ciudadanos. Y sin embargo urge hacerlo, porque lo que est¨¢ en juego rebasa con creces las fronteras que El Tema impone. Hace siete a?os ya que se precipit¨® la quiebra econ¨®mica, pol¨ªtica y moral que sufrimos, aun peor hoy que entonces.
El empobrecimiento ha llevado a gran parte de los asalariados a la estrechez, cuando no a la miseria. El austericidio neoliberal ha desmochado el Estado del Bienestar y desesperado a muchas personas dependientes, menesterosas o enfermas. Una corrupci¨®n que anteayer se supon¨ªa acotada se ha revelado sist¨¦mica, met¨¢stasis amparada por el cinismo que la nomenklatura disimula apenas. El entero r¨¦gimen fundado por la Transici¨®n, espa?ol y por ende catal¨¢n, ha alcanzado una agon¨ªa a la que solo una honda regeneraci¨®n de la democracia podr¨¢ poner remedio. Y entre tanto amenaza naufragio la Uni¨®n Europea misma, el ¨²nico buque capaz de navegar la galerna que la globalizaci¨®n desata.
La coyuntura es grave, y la mezcla de extrav¨ªo y desespero que infunde provoca respuestas que oscilan entre la depresi¨®n de los verdaderamente humillados y la c¨ªnica desfachatez de los poderosos, pasando por el iluso entusiasmo de la minor¨ªa mayoritaria que puja por su sola autarqu¨ªa, id¨ªlica y rauda. La tempestad amenaza la com¨²n navegaci¨®n, y entre tanto las ¨¦lites sedentes en Madrid y en Barcelona distraen al mareado pasaje con sus respectivos sonajeros identitarios. All¨ª, porque el castizo entramado del poder central especula sin escr¨²pulos, con tal de tapar su incontable verg¨¹enza, a costa del espantap¨¢jaros en que ha convertido a Catalu?a, am¨¦n de a Espa?a y los espa?oles; aqu¨ª, porque su ufano correlato ind¨ªgena hace lo propio a costa del espantajo al que ha degradado la idea de Espa?a ¡ªy la diversidad de Catalu?a y los catalanes¡ª con tal de ocultar la suya y de erigir su t¨®tem patri¨®tico.
En lo que hace a casa nostra, en concreto, la confusi¨®n es tan may¨²scula como el velamen del ensue?o que el frente independentista ha logrado hinchar, a soplos de sus medios suasorios. Y sin embargo, por m¨¢s que diga misa, sus siete millones largos de ciudadanos no conforman un ¡°pueblo¡± dotado de origen, destino e identidad, cuyas diferencias se resolver¨ªan en una comunidad nacional cohesionada, heredera de una sola tradici¨®n y encaminada a un com¨²n horizonte.
Antes bien, como le sucede a cualquier colectividad en cuanto supera el aut¨®geno tribalismo, integran una poblaci¨®n jerarquizada y heterog¨¦nea, es decir, una sociedad compleja compuesta por m¨²ltiples clases, estamentos, colectivos y confesiones, y heredera de un trenzado de tradiciones de distinta ¨ªndole y presencia.
Esta es la premisa de la que deber¨¢ partir una aut¨¦ntica pol¨ªtica de emancipaci¨®n social ¡ªante todo comprometida con la defensa de la libertad, la igualdad y la fraternidad¡ª el d¨ªa que las izquierdas despierten del embauco identitario que el obsceno abrazo entre el Mois¨¦s y el David, que ha soldado la CUP-verg¨¨ncia, delat¨® sin rubor, para ¨¦xtasis de los que se llaman nosaltres y desolaci¨®n de quienes no se acogen a un pronombre solo.
No obstante, aunque tanto el espa?olismo como el independentismo lo nieguen, son legi¨®n los ciudadanos que no comulgan con sus respectivos credos, y viven con desgarro la brecha creciente. Bien porque profesan una doble identificaci¨®n y se sienten, en grados distintos, espa?oles y catalanes a la vez. Bien porque se saben ¡ªy quieren¡ª carentes de naci¨®n alguna, y a lo sumo abrigan d¨¦biles identificaciones que subordinan a sus convicciones ciudadanas, esto es, al horizonte postnacional hacia el que debe enderezarse, a su entender, la racionalidad pol¨ªtica y su praxis. Durante el ¨²ltimo lustro, la vasta colectividad que unos y otros componen ha asistido consternada a la bacanal de la discordia, de un lado azuzada por la pir¨®mana arrogancia del espa?olismo centralista ¡ªsolo una parte de Espa?a, recu¨¦rdese¡ª; y de otro, por una constelaci¨®n independentista que diluye algunas buenas razones en un brebaje de falacias.
No debe olvidarse, con todo, que durante tres d¨¦cadas largas este pa¨ªs de pa¨ªses ¡ªuna relevante porci¨®n de sus dirigentes, y una apabullante mayor¨ªa de sus ciudadanos¡ª promovi¨® una concordia a la que prest¨® impagable contribuci¨®n la cultura del catalanismo, que a este lado del Ebro concit¨® variopinta adhesi¨®n hasta que ambos maximalismos la escarnecieron.
Resulta perentorio recuperar ese legado de afecto y civilidad para armar ¡ªy almar¡ª una convivencia que a todas las identificaciones d¨¦ cabida y que supere de una vez, en el marco de una sociedad postnacional, la epidemia identitaria que nos aturde y desarma ante las amenazas que sobre Catalu?a, Espa?a y Europa penden. Y querer un pa¨ªs de veras plural, adulto y no pueril, en el que no toque helado de postre cada d¨ªa ni solo los besos tapen los labios.
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