¡°?... y quiere ser catal¨¢n?¡±
En una sociedad abierta, laica, plural, diversa y mestiza es inconcebible que las personas se relacionen de una ¨²nica manera
De un tiempo a esta parte, una de las afirmaciones que m¨¢s reiteran los independentistas es que lo que est¨¢ pasando en Catalu?a no tiene nada de identitario, que el proc¨¦s hacia la plena soberan¨ªa del pueblo catal¨¢n ha conseguido reunir a gentes de diversos or¨ªgenes, con los m¨¢s variados sentimientos hacia sus lugares de procedencia, e incluso que el propio nacionalismo parece haberse convertido en una posici¨®n pol¨ªtica crecientemente irrelevante, todav¨ªa demasiado cargada de adhesiones emotivas y sentimientos nacionales, que finalmente se habr¨ªa disuelto en un independentismo expl¨ªcito y cargado de contenido netamente pol¨ªtico.
Sin embargo, a algunas tan rotundas afirmaciones nos desconciertan un tanto. Muchas de las cosas que leemos y escuchamos, a veces en las mismas plumas que acaban de rechazar lo identitario, parecen persistir a continuaci¨®n en lo rechazado. Cr¨¦anme que no es un ejemplo malintencionado, ni con segundas intenciones, pero todav¨ªa el 5 de junio del presente a?o ¡ªesto es, cuando abiertamente ya se hab¨ªa declarado independentista¡ª, Jordi Pujol escrib¨ªa un art¨ªculo en diario El Punt Avui titulado Diners o identitat?, en el que, entre otras cosas, afirmaba:
¡°La base de la nostra naci¨® ¨¦s identit¨¤ria. S¨®n la llengua, la cultura, la nostra mem¨°ria hist¨°rica, el nostre relat. Que inclou la nostra vocaci¨® d'integraci¨® de la gent que viu a Catalunya. O sia que la llengua, la cultura i la capacitat d'integraci¨® ¡ªi per tant, tamb¨¦ un bon funcionament de l'ascensor social¡ª s¨®n elements b¨¤sics i principals del nacionalisme catal¨¤¡±. Por si, llegados a estas alturas, alg¨²n lector echa en falta una definici¨®n de identidad colectivo dir¨¦ que, a mi juicio, no existe tal tipo de identidad (una de cuyas variantes vendr¨ªa a ser la identidad nacional) si por ella entendemos una identidad que tenga su propia realidad y existencia aut¨®nomas, distinta y al margen de la identidad personal de los individuos. La llamada identidad colectiva no es en el fondo otra cosa que una dimensi¨®n de la identidad individual, la que hace referencia al sentido de pertenencia a una comunidad que posee cada persona. Desde esta perspectiva, los rasgos de dicha identidad colectiva estar¨¢n directamente relacionados con los de la comunidad a la que pertenece.
En una sociedad abierta, plural, laica, heterog¨¦nea, diversa y mestiza resulta inconcebible pensar que los individuos se relacionen de una ¨²nica manera ¡ªesto es, que puedan compartir una sola y misma identidad¡ª con una realidad tan compleja. Por el contrario, en una sociedad fuertemente empastada por unas creencias religiosas compartidas por todos, o que ha hecho de la lengua su bandera emotiva unificadora, esto es, con un imaginario colectivo que no admite las diferencias, el v¨ªnculo identitario puede acabar resultando intensamente cohesionador. De ah¨ª la necesidad que todos los nacionalismos han tenido de un poderoso enemigo exterior. Porque cuanto m¨¢s exterior ¡ªcuando menos tenga que ver con los nuestros¡ª y m¨¢s poderoso, m¨¢s aboca a los individuos a relacionarse con su comunidad presuntamente en peligro de una sola y misma manera.
Pero si todo esto nos parece que en efecto est¨¢ superado, lo que corresponde es actuar en consecuencia. Deber¨ªamos recuperar la vieja definici¨®n, evocada no sin cierta nostalgia el pasado mi¨¦rcoles en estas mismas p¨¢ginas por Francesc de Carreras, seg¨²n la cual ¡°catal¨¢n es todo aquel que vive y trabaja en Catalu?a¡±, a?adi¨¦ndole, si acaso, nuevas determinaciones, siempre que pertenezcan inequ¨ªvocamente al ¨¢mbito material, como, por ejemplo: ¡°...y est¨¢ empadronado¡± o ¡°...y tiene la tarjeta sanitaria¡±, o cualquier otra que pudi¨¦ramos consensuar. Pero lo que sin ning¨²n g¨¦nero de duda deber¨ªa ser eliminado es ese ¡°...y quiere ser catal¨¢n¡±, de perfume inexcusablemente identitario, que le a?adi¨® en su momento Jordi Pujol. Porque ?acaso hay una manera inequ¨ªvoca de ¡°ser catal¨¢n¡± de cuya adhesi¨®n pueda depender el ser reconocido como tal? Si de verdad nos creemos lo de las identidades m¨²ltiples y variopintas, el requisito de ¡°querer ser catal¨¢n¡± est¨¢ fuera de lugar.
Que alguien pueda mantener un intenso v¨ªnculo emotivo con determinadas realidades de su entorno (con el paisaje, la gente, la lengua y la cultura, el pasado compartido, con determinados s¨ªmbolos, etc¨¦tera) casi podr¨ªamos decir que es antropol¨®gicamente inevitable. Pero el trecho que separa eso del amor a la patria y otros registros identitarios habituales en el discurso pol¨ªtico son, con demasiada frecuencia, el territorio de la manipulaci¨®n. Alguien me comentaba en cierta ocasi¨®n que un tanto por cierto enorme ¡ªpor encima del ochenta¡ª de keniatas ignoran que viven en Kenia, esto es, desconocen que viven dentro de un Estado que lleva dicho nombre. Eso no quita para que probablemente ese mismo porcentaje mantenga un fuerte v¨ªnculo sentimental con sus realidades m¨¢s pr¨®ximas. El ejemplo pretend¨ªa avalar una recomendaci¨®n: recelen ustedes de quienes, desde el poder, se empe?an en que nuestros sentimientos discurran exclusivamente por los cauces pol¨ªtico-administrativos que ellos consideran convenientes, intentando convertir as¨ª nuestras emociones en preceptos.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de filosof¨ªa contempor¨¢nea en la UB.
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