Todos tenemos derecho a so?ar
Solo compro loter¨ªa para Navidad y Reyes. Estoy preparado para no ganar nada. Lo que no s¨¦ es si lo estoy para ganar algo
Le¨ª un muy interesante reportaje este domingo en este mismo diario, firmado por Miguel ?ngel Criado, en el que se recog¨ªan distintas investigaciones sociol¨®gicas y economicistas sobre c¨®mo cambia la vida de las personas cuando ganan un premio de loter¨ªa. En ese reportaje hay teor¨ªas para todos los gustos. Para algunos, el Gordo a los agraciados los hace de derechas si antes eran de izquierdas. Si eran gente de orden, con el premio siguen igual de ordenados. Si antes eran gente de vida relativamente sana, despu¨¦s del golpe de suerte se vuelven algo golfos: se dan a la bebida y al tabaco en dosis inconvenientes para su salud. Por el tono del reportaje, deduje que estas teor¨ªas no eran para tom¨¢rselas muy en serio, aunque s¨ª el hecho de que unos suculentos cientos de miles de euros ca¨ªdos de cielo o de tu apuesta al destino algo tienen que influir en tu vida.
Mi padre ten¨ªa el h¨¢bito de comprar loter¨ªa todas las semanas. Pero no solo la compraba, sino que adem¨¢s fantaseaba sobre todo lo que tendr¨ªamos gracias a los millones que nos llover¨ªan. No s¨¦ si cre¨ªa en esa suerte a la que tan irresponsablemente se encomendaba, pero muchas veces pens¨¦ que a lo mejor era como un conjuro. Si pon¨ªas tanto ¨¦nfasis en que algo ocurriera, a lo mejor ocurr¨ªa. A m¨ª estas ilusiones de mi padre me sirvieron para mucho en la vida. Me educaron para futuras desilusiones m¨¢s demoledoras. Tengo todav¨ªa en mi memoria una casa de tres plantas que mi padre siempre se?alaba que comprar¨ªamos. M¨¢s de las veces ni siquiera hac¨ªa referencia al premio. Me llevaba de la mano y me dec¨ªa: ¡°Esta es la casa en la que viviremos¡±. Yo la miraba y solo pensaba en la habitaci¨®n que tendr¨ªa para m¨ª solo. Por eso durante a?os odi¨¦ todo lo referente al Gordo de Navidad. Tard¨¦ a?os en reconocer que mi padre ten¨ªa derecho a so?ar con una vivienda. No mejor que la que habit¨¢bamos. Sencillamente una vivienda. Por eso desde hace unos a?os decid¨ª hacer las paces con mi padre comprando loter¨ªa. Solo lo hago para Navidad y Reyes. S¨¦ que estoy preparado para no ganar nada. Lo que no s¨¦ muy bien es si lo estoy para ganar algo.
Entre los muchos datos vertidos all¨ª, hay uno que me interes¨®: el que hace referencia a la relaci¨®n del flamante premiado con su status anterior, sobre todo con su faena. Si te haces en un plis plas con una millonada, ?dejas el trabajo? ?Lo mantienes? ?Reduces la jornada? Ya sabemos que esa decisi¨®n depender¨¢ del monto del premio. El reportaje de marras nos dice que se dan las tres circunstancias. Pero una de ellas es la m¨¢s llamativa: s¨®lo un 12% se despidi¨® de su empleo. El autor del reportaje cifra el valor de los premios alrededor de los 200.000 euros. El resto sigue en el tajo.
No s¨¦ si me comportar¨¦ como esa gente exultante que vemos en la tele, brindando con cava y grit¨¢ndole a las c¨¢maras que al fin podr¨¢n pagar la maldita hipoteca
Estas conclusiones me recordaron una novela del escritor uruguayo, ya fallecido, Mario Benedetti. La novela se titula La tregua. Nunca fui un lector entusiasta de Benedetti. Pero La tregua siempre me pareci¨® su libro m¨¢s redondo, una joyita literaria. En su entramado hay un hilo secundario que tiene que ver con este art¨ªculo. Parte de la historia transcurre en una oficina, ese lugar donde muchas veces la existencia apenas alberga horizontes que no sean otros que trabajar, jubilarte y morir, esa existencia que queda congelada sin darse uno cuenta.
Un d¨ªa, un oficinista (que si no recuerdo mal en su versi¨®n cinematogr¨¢fica lo encarnaba ese actorazo llamado Walter Vidarte) entra enloquecido pidiendo hablar con su jefe. Cuando lo tiene enfrente lo manda a fre¨ªr esp¨¢rragos, no sin vomitarle antes a la cara todo lo que quiso decirle siempre y nunca se atrevi¨®. Una atm¨®sfera de incredulidad e impotencia llen¨® el alma de todos sus compa?eros. No pod¨ªan creer lo que estaban viendo y oyendo, porque nunca imaginaron que su broma llegar¨ªa a esos extremos. A Walter Vidarte sus compa?eros de oficina le hab¨ªan mentido dici¨¦ndole que su n¨²mero de loter¨ªa hab¨ªa salido premiado. El resto se lo pueden imaginar.
En el momento que escribo esto, el Gordo de Navidad todav¨ªa no ha salido. No s¨¦ qu¨¦ har¨¦ si sale mi n¨²mero. Nadie puede enga?arme con que he sido premiado, porque nadie ha visto mi billete. Creo que llevo muchos a?os imagin¨¢ndome un momento semejante. No en vano compart¨ª con mi padre su sue?o in¨²til. No s¨¦ si me comportar¨¦ como esa gente exultante que vemos en la tele, brindando con cava y grit¨¢ndole a las c¨¢maras que al fin podr¨¢n pagar la maldita hipoteca y que encima les quedar¨¢ dinero para hacer un viaje a Par¨ªs, que es lo primero que tienes que hacer si nunca has estado. Como ya estuve en Par¨ªs, sin despedirme para siempre de ninguno de los sitios que me dan de comer, me embarcar¨¦ en un crucero. (Alg¨²n d¨ªa escribir¨¦ sobre los denostados cruceros). Como ya estuve en uno, repetir¨¦. Har¨¦ el que da la vuelta al mundo en 365 d¨ªas. A lo mejor mi padre hac¨ªa bien so?ando lo que so?aba. Despu¨¦s de todo ya sabemos que hay sue?os m¨¢s irrealizables. Quimeras m¨¢s dolorosas. Desilusiones may¨²sculas.
J. Ernesto Ayala-Dip es cr¨ªtico literario.
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