El cultivo de las palabras
Padecemos una quiebra gramatical de vasta influencia en la vida privada y p¨²blica
Le importa de veras a alguien que dos de cada tres estudiantes universitarios sean incapaces de escribir con claridad y correcci¨®n elementales? ?Debe preocuparnos acaso que esa indigencia expresiva la padezcan aut¨¦nticos veteranos del sistema de instrucci¨®n, con dos d¨¦cadas de alistamiento en sus mochilas? El repudio de las humanidades, cada vezm¨¢s expulsadas de las aulas, ?tiene alguna responsabilidad en semejante desastre? ?Y la cultura espect¨¢culo? ?Y el enredante ciberentorno? ?Y la incuria de ciertas familias? ?Y ellas y ellos mismos, dotados como est¨¢n de libre albedr¨ªo aunque perennemente distra¨ªdos por el parloteo ambiente?
Son preguntas ret¨®ricas, desde luego, y todas alertan acerca de un problema cuya creciente gravedad suele ser eclipsada por las urgencias de las portadas y noticiarios: nuestra ¨¦poca padece una quiebra gramatical que ejerce vasta influencia en la vida privada y p¨²blica. Tan vasta que tiende a pasar inadvertida, convertida en atm¨®sfera invisible para la ciudadan¨ªa que la respira; y tan honda que constituye una de las causas primordiales de la ruina moral, pol¨ªtica y econ¨®mica en curso. Mientras que las crisis ordinarias, por crudas que sean, conllevan la posibilidad de sanaci¨®n, precisamente porque el da?o que infligen favorece la toma de conciencia que es su requisito, las quiebras ¡ªy esta lo es con may¨²sculas¡ª fracturan el ¨ªntimo armaz¨®n que sostiene las sociedades y a los sujetos. Y se distinguen porque estos, adem¨¢s de las fuentes de su dolencia, ignoran los procederes y los criterios que podr¨ªan sanarla. Hace demasiado que ambulamos a tientas sin sospecharlo. La boga de los zombis, as¨ª en la novela como en el cine, es m¨¢s que un s¨ªntoma.
Como en ese cuento de Poe cuyos personajes buscan en vano la carta que yace olvidada a su vera, a unos palmos de sus narices, la ciudadan¨ªa busca soluciones a manotazos donde no cabe hallarlas, sea en idilios identitarios o en las supersticiones de la t¨¦cnica o del dinero. Y pierde de vista que la ruina en curso tiene dos ra¨ªces clavadas en la m¨¢s ¨ªntima cotidianidad. Una, de car¨¢cter moral, ya que la anti¨¦tica imperante ha inspirado tanto la c¨ªnica corrupci¨®n de altos vuelos como las corruptelas menudas en que, en alas de un desaforado individualismo, han incurrido demasiados ciudadanos. Y otra, de tenor gramatical, porque los usos ling¨¹¨ªsticos comunes minan el bienestar de todos.
Lo primero que cabe se?alar, a este respecto, es la degradaci¨®n de las actitudes empalabradoras, por doquier pervertidas. Pi¨¦nsese en la sustituci¨®n del di¨¢logo consciente y veraz por ese parloteo que inunda tribunas, calles y redes. O en la dejadez con que hablan ¡ªy piensan, por ende¡ª incontables sujetos, cuyo an¨¦mico vocabulario enhebra ch¨¢charas hueras. O en esa pereza expresiva que, con tal de rehuir la complejidad y los matices, vela el gran teatro de la realidad con un decir artr¨ªtico, presto a acatar la rampante deshumanizaci¨®n y sus mantras.
Bregar en las instituciones deseducativas es llorar. Y permite constatar a diario la indigencia ortogr¨¢fica, l¨¦xica y sint¨¢ctica que aqueja a buena parte de los discentes
Y lo segundo, m¨¢s sutil y temible aun que esa incuria, que la quiebra gramatical se manifiesta en la omnipresente depauperaci¨®n ling¨¹¨ªstica, minuciosamente inducida por las instituciones socializadoras, medios de persuasi¨®n incluidos. Y, muy en particular, por una praxis pedag¨®gica que insiste en reemplazar la genuina educaci¨®n ¡ªcuya m¨¦dula debe ser la palabra y sus artes¡ª por una instrucci¨®n embrutecedora, empe?ada en desahuciar las humanidades y los saberes cr¨ªticos; en expulsar la reflexi¨®n y el estudio de los aularios; y en embuchar una monodieta adoctrinadora en los matriculados, cada vez menos facultados para ejercer su condici¨®n de estudiantes.
Bregar en las instituciones deseducativas es llorar. Y permite constatar a diario la indigencia ortogr¨¢fica, l¨¦xica y sint¨¢ctica que aqueja a buena parte de los discentes ¡ªy a cada vez m¨¢s docentes¡ª, por no hablar de su dificultad para articular con elocuencia. Lo que se echa dram¨¢ticamente en falta no es ya que sepan hacerlo con estilo ¡ªel arte del buen decir que con raz¨®n vindica la arrumbada Ret¨®rica¡ª, sino con esa sucinta correcci¨®n sin la que ni la comunicaci¨®n ni la raz¨®n son posibles. Adem¨¢s de la raqu¨ªtica formaci¨®n cient¨ªfica y human¨ªstica que imbuye, la praxis pedag¨®gica mayoritaria fomenta la incapacidad para empalabrar la experiencia. Y para estimular, por tanto, esos h¨¢bitos de conocimiento cr¨ªtico, matizado y dialogante indispensables para orientarse en el laberinto del vivir, y para sostener el delicado encaje de opciones y perspectivas en que las sociedades postmodernas consisten.
Somos seres de s¨ªmbolo y palabra, y de su calidad dependen las ideas que forjamos y las acciones que emprendemos, ya que el lenguaje construye la realidad social, adem¨¢s de representarla. Las familias, la industria cultural, los educadores y los propios j¨®venes deben asumir que nada resulta tan vital como rehabilitar, mediante el cultivo de la palabra que las Humanidades deparan, el sentido del bien, la verdad y la belleza sin el que no podr¨¢ rehabilitarse la sociedad misma.
Albert Chill¨®n es profesor de la UAB y escritor.
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