El tiempo, ese gran jugador
El 9N marca un antes y un despu¨¦s. Antes en ascenso constante, ahora en la llanura o incluso en suave declive.
En pol¨ªtica el tiempo es una materia preciosa. El arte de la pol¨ªtica es en buena parte el de la gesti¨®n del tiempo. Todo tiene su tiempo y no hay mayor virtud pol¨ªtica que saber encontrar el momento exacto, es decir, el punto de madurez de las cosas.
Hay ocasiones en que el tiempo a¨²n no ha llegado y el pol¨ªtico que se precipita lo pierde todo y se pierde a s¨ª mismo. Sucede tambi¨¦n el caso contrario, en que dejamos pasar el punto preciso sin tomar la decisi¨®n trascendental y, cuando la voluntad dicta el momento, ya no sirve porque el tiempo ha cerrado sus puertas.
El tiempo es tambi¨¦n un gran ingrediente de la f¨®rmula para la soluci¨®n de los conflictos. Pero es un ingrediente peligroso, que hay que saber manejar en vez de dejar que sea ¨¦l quien nos domine. Hay que diferir los acuerdos necesarios cuando no se pueden alcanzar ahora mismo; aplazar la aplicaci¨®n de las medidas m¨¢s dif¨ªciles de admitir por las partes que negocian; convertir incluso en una vaga meta futura sin plazos precisos lo que sabemos que jam¨¢s obtendremos.
Muchos errores tienen su origen en la rigidez temporal. Quien considera que ya ha esperado demasiado para lanzarse a por el m¨¢ximo objetivo, en vez de seguir esperando tal como ha venido haciendo durante a?os con resultados positivos, se arriesga a perder cualquier oportunidad futura.
El tiempo produce espejismos, a veces ilusiones autoinducidas por una inflamaci¨®n del deseo que no se corresponde con la realidad. Uno de ellos, y quiz¨¢s el peor, es el de la ¨²ltima oportunidad. Adornado de dudas y de escepticismo, el tiempo nos susurra que es ahora o nunca: quiz¨¢s te equivocar¨¢s, pero m¨¢s te equivocar¨¢s si no lo intentas porque nunca m¨¢s habr¨¢ una situaci¨®n tan interesante para intentarlo.
Quien incurre en este error, por grande que sea su prestigio y veteran¨ªa, revela que ha prescindido de los instrumentos b¨¢sicos de un buen pol¨ªtico. Cabe dudar, de entrada, sobre el diagn¨®stico: que sea una oportunidad clara. Cabe dudar tambi¨¦n de que sea la ¨²ltima. Si quien lo afirma es un pol¨ªtico jubilado, sumergido en las cavilaciones de la vejez y corro¨ªdo por los efectos de la corrupci¨®n en su familia y en su legado, hay que dudar todav¨ªa m¨¢s de la justeza e incluso de la intenci¨®n de su mirada. Siempre hay una nueva oportunidad para quien tiene tiempo por delante, pero ciertamente no la hay para quien est¨¢ a punto de desaparecer.
El proceso soberanista nos ofrece abundantes ejemplos de la acci¨®n del tiempo pol¨ªtico. Venimos de una etapa en la que todo era perentorio y precipitado, con caminos balizados por hitos irreversibles, pelda?os y rellanos que nos iban a conducir sin retroceso posible al feliz destino marcado por los l¨ªderes del proceso; y nos hemos adentrado en otra etapa lenta y confusa, de desenlace indeterminado e impreciso, en la que el mayor esfuerzo se concentra en disimular y combatir la divisi¨®n y el des¨¢nimo que est¨¢ cuarteando las filas soberanistas.
El 9N marca un antes y un despu¨¦s. Antes en ascenso constante, ahora estancado en la llanura o incluso en suave declive. Antes con una clara hoja de ruta, que mal que bien fue cumpli¨¦ndose paso a paso, ahora sin mapas ni gu¨ªas para orientarse. Antes, los plazos organizaban y apremiaban, mientras que ahora son borrosos y desorientadores. Todo se fia a un 27N calificado como de plebiscitario, pero de pronto irrumpe el 24N municipal como una nueva primera vuelta del plebiscito e incluso el momento de la desconexi¨®n con el Estado seg¨²n una de las ¨²ltimas improvisaciones del presidente Mas.
La mayor novedad es que el tiempo adopta un ritmo electoral. Ciertamente, en democracia, el tiempo es siempre electoral. Gobernar es desde el primer d¨ªa hacer la campa?a para las siguientes elecciones. Pero esta identidad entre elecciones y acci¨®n de gobierno es m¨¢s precisa y eficaz en un a?o como el actual, con cuatro elecciones destinadas a cambiar el mapa espa?ol.
Ahora el soberanismo comprueba en sus carnes el efecto centr¨ªfugo de las elecciones inminentes. Unidad y urnas son t¨¦rminos contradictorios. Cuando hay pastel a repartir cada uno va por su cuenta a buscar la porci¨®n m¨¢s grande. Quien crea el cuento de la unidad sabe que se arriesga a quedarse sin porci¨®n. Cuando se fija la fecha tan precipitadamente como ha hecho Artur Mas, adi¨®s a cualquier perspectiva unitaria. Anunciar las elecciones a nueve meses vista y hacer una lista unitaria soberanista como pretend¨ªa era una ilusi¨®n impropia de pol¨ªticos experimentados.
Cinco meses han pasado ya sin que pase nada, algo a lo que no est¨¢bamos habituados. El movimiento ha perdido inercia e iniciativa. Al entusiasmo decreciente de la militancia no le bastan ni siquiera las m¨²ltiples torpezas y maldades del centralismo para salir de su letargo. Y eso sin contar con las torpezas del propio campo, que no han faltado, como la inh¨¢bil jugada de las estructuras de Estado, invalidada desde el Consejo de Garant¨ªas. Ahora no hay m¨¢s remedio que remar, a la espera de que la siembra, realmente indiscutible y eficaz, produzca suficientes frutos en las municipales y las catalanas como para mantener viva la esperanza.
Hist¨®ricamente, la impaciencia ha sido la peor consejera del catalanismo. Nada permite pensar que en el nuevo mundo global y digital tengan que ser las cosas distintas para los catalanes y que a partir de ahora sea definitivamente in¨²til nuestra proverbial y obstinada paciencia hist¨®rica. Aunque muchos impacientes as¨ª lo crean, esto es algo que est¨¢ todav¨ªa por demostrar.
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