El vino de Ken Follett y los calzoncillos de James Ellroy
El porte del autor de ¡®Los pilares de la Tierra¡¯ contrasta con el desenfado del estadounidense
James Ellroy no tiene a quien firmar. Durante diez minutos nadie se acerca al genio de la novela negra. A su lado, Javier Mar¨ªas y el periodista Enric Juliana no paran de dedicar libros. De hecho, antes de que llegaran, ambos ya ten¨ªan una cola de lectores esper¨¢ndoles. Pero nadie espera a Ellroy. En dos horas firmar¨¢ unos veinte ejemplares, eso le permite charlar pausadamente con cada persona que se le acerca. Lejos de Ellroy, Ken Follett parece un mariscal brit¨¢nico de la I Guerra Mundial. Soberbio y elegante como un guante, sus ayudantes de campo le preparan el cuartel y le disponen ordenadamente a cientos de j¨®venes, mayores, ciudadanos locales y turistas que quieren tocarle y verle de cerca.
Una se?ora pregunta al autor de ¡®L.A. Confidencial¡¯ a qu¨¦ hora llega Espin¨¤s?
A Ellroy, autor de Black Dahlia, de L. A. Confidential, personaje de biograf¨ªa trepidante y superventas en Estados Unidos, parece que en Barcelona le conocen pocos. Pero quienes le conocen caen en el perfil de admiradores enciclop¨¦dicos. ¡°Quiero que el lector se obsesione por mi novela¡±, dijo Ellroy esta semana. Yo estuve meses so?ando con la dalia negra. El periodista V¨ªctor Lloret me explica en Twitter su reciente encuentro con Ellroy, sus veinte minutos hablando de las dimensiones del miembro viril de su padre y de la promiscuidad en Hollywood.
Ellroy lleva la misma ropa que ha vestido durante los ¨²ltimos tres d¨ªas: camisa hawaiana, zapatillas blancas y pantalones blancos ca¨ªdos como un rapero y que dejan a la vista los calzoncillos. Su ¨²ltima interactuaci¨®n con una lectora en la parada de La Central es con la se?ora Montserrat Sirvent, de 92 a?os, que le pregunta a qu¨¦ hora llega Josep Maria Espin¨¤s. ¡°No entiendo el castellano, perdone¡±, responde Ellroy.
El brit¨¢nico se va a comer y deja a decenas de personas sin dedicatoria
Dicen que el escritor m¨¢s oscuro de Los ?ngeles es arisco pero en Barcelona es encantador. Me cuenta que lleva dos semanas de gira promocional en Espa?a: ¡°Soy poco sociable, soy animal del sof¨¢ de mi casa, pero por vender libros hago lo que sea¡±. Pese a considerarse retra¨ªdo, Ellroy asegura que est¨¢ disfrutando de Sant Jordi: ¡°Estoy fascinado. Es lo m¨¢s cerca que he estado de la cultura espa?ola. Espa?a es el pa¨ªs m¨¢s civilizado y amable de Europa¡±. Le apunto que tambi¨¦n existe el factor de la cultura en catal¨¢n y Ellroy a?ade que ya lo sabe, ¡°pero es Espa?a, ?no?¡±. En muchas de las dedicatorias acaba con un Viva Espa?a.
Follett parece representar lo opuesto a Ellroy. Su porte de sir brit¨¢nico no concuerda con los pantalones sucios y los calzoncillos de Ellroy. La informalidad del americano contrasta con el automatismo del autor de Los pilares de la tierra. Follett ha puesto como condici¨®n que durante las horas de firmar, le vayan sirviendo vino. En el stand del FNAC un asistente le va rellenando una copa con Marqu¨¦s de Gri?¨®n. Follett va acompa?ado de un amplio s¨¦quito pero sin guardaespaldas. Risto Mejide, en cambio, desbordado por adolescentes que le piden aut¨®grafos hasta en partes del cuerpo, firma escoltado por guardias jurados.
A las dos en punto Follett decide que es hora de ir a comer y decenas de personas se quedan sin su dedicatoria. En la cola se l¨ªa una discusi¨®n entre un chico y los empleados de Fnac porque llevaba esperando casi dos horas. Francisco Ib¨¢?ez, en la otra punta del recinto, apura veinte minutos m¨¢s. Cuando se levanta, los lectores que le esperan con el ejemplar de El tesorero en las manos organizan un mot¨ªn. Se agolpan a la salida de la parada y avisan que no se ir¨¢n sin su firma. El editor de Ediciones B, Ernest Folch, parece preocupado porque los ¨¢nimos se calientan. La soluci¨®n la doy yo: salir por el extremo donde est¨¢n los fans de Follett. Y como si de Mortadelo disfrazado se tratara, Ib¨¢?ez desaparece en un periquete.
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