La infecci¨®n populista
Incontables activistas de la nueva izquierda resucitan el catecismo del pueblo unido que no ser¨¢ vencido jam¨¢s, como si integrasen una comunidad homog¨¦nea y mancillada, y no una sociedad intimamente heterog¨¦nea y ambigua
Con escasas y marginales excepciones, casi todos los l¨ªderes y meritorios pol¨ªticos, partidos y asambleas ciudadanas abusan sin pudor de la demagogia populista, cuando no de la zafiedad populachera. La mar de avisados, de hecho, de los ping¨¹es beneficios que rinde el manejo de tan socorrido lugar com¨²n, cuya probada capacidad de infundir fantaseos embriagadores es h¨¢bilmente orquestada por los oficiantes de la mercadotecnia electoral, profusamente escanciada ¡ªora con desfachatado cinismo, ora con unci¨®n de monaguillo¡ª por quienes interpretan la gran funci¨®n del poder, sean figurantes, secundarios o protagonistas. El t¨®pico hace las delicias, adem¨¢s, de demasiados medios de persuasi¨®n y cronistas, y en especial de una gruesa porci¨®n de la heterog¨¦nea ciudadan¨ªa, tan reacia a pensar ¡ªy pensarse¡ª con cr¨ªtica actitud como inclinada a mirarse arrobada al espejo.
T¨¦rmino de curso com¨²n en la jerga politol¨®gica, el populismo constituye una pr¨¢ctica a?eja, que fue cobrando pujanza a medida que la modernidad capitalista, a partir de mediados del siglo XIX, aceleraba las grandes migraciones del campo a la ciudad, la consiguiente urbanizaci¨®n a gran escala y el reemplazo de los dispersos burgos y comunidades rurales, relativamente cohesionados, por las sociedades industrializadas y multitudinarias de nuestro tiempo. Ya por entonces se ech¨® de ver que tanto la organizaci¨®n como el control de tama?as muchedumbres exig¨ªa la aplicaci¨®n de una ominosa ingenier¨ªa humana ¡ªcomo los distintos totalitarismos revelaron al poco¡ª, que hallar¨ªa uno de sus m¨¢s rentables filones en el imaginario del pueblo, la naci¨®n, la patria y la identidad, de pura cepa rom¨¢ntica.
Como casi todo lo que al ambiguo ser humano ata?e, el triunfo de este secular clich¨¦ se debe a varios motivos, entre ellos la muy comprensible b¨²squeda, com¨²n a todo quisque, de un sentido de identidad y pertenencia en un mundo cada vez m¨¢s centr¨ªfugo y globalizado, percibido como amenazador y disolvente. Confrontadas a la esencial heterogeneidad de las sociedades abiertas, son legi¨®n las personas tentadas por la compulsi¨®n de abrazar un imaginario colectivo iluso a fuer de simplista, que de entrada traza una n¨ªtida frontera entre un ominoso ellos, acampado extramuros de la ciudadela, y un engre¨ªdo nosotros, que presuntamente diluir¨ªa las casi siempre decisivas diferencias sociales ¡ªde clase, riqueza, poder, culto o sexo¡ª en un un¨¢nime y un¨ªsono latido, ese espectral pueblo que no se quitan de la boca los cabecillas y portavoces del arco pol¨ªtico entero. Desde la m¨¢s rancia derecha ¡ªtan dada a untar de brillantina la caspa¡ª hasta el colorista espectro rosa, verde, lila, magenta o estelado en que el prisma de la postmodernidad ha descompuesto el viejo rojo marxista.
Ah¨ª est¨¢ el casticismo populachero del PP, la facundia deslenguada y casi siempre mendaz con que los Aznar, Aguirre, Cospedal o Rajoy
Ese popular mejunje de identidades triviales y tribales destinos que nadie, de ser emplazado a ello, sabr¨ªa definir con rigor, es sin cesar guisado por gerifaltes y timoneles de vario pelaje, y por sus respectivas cocinas medi¨¢ticas y partidistas. Y digerido sin apenas rechistar por las mayor¨ªas cuya misma existencia inducen, y a cuya human¨ªsima mezcla de credulidad, inter¨¦s, narcisismo y temor apelan con temible eficacia.
Ah¨ª est¨¢ el casticismo populachero del PP, la facundia deslenguada y casi siempre mendaz con que los Aznar, Aguirre, Cospedal o Rajoy azuzan las v¨ªsceras de sus feligres¨ªas y su invariable aplauso ¡ªen fallas, romer¨ªas y mojigangas diversas¡ª, inmune al muladar de corrupci¨®n que alientan sin pausa. O el mesianismo de cuello blanco ¡ªuna pizca curil¡ª con que la ret¨®rica de los herederos del pujolismo, con Mas y Homs en cabeza, va cebando el horizonte de inminente grandeza al que la Historia convoca al poble, el cual ser¨ªa a¨²n m¨¢s pr¨®spero y armonioso de lo que ya de por s¨ª es si el vampiro espa?ol cejara de desangrarlo. O la mesi¨¢nica, cofoia campechan¨ªa con que Junqueres, Forcadell y sus disc¨ªpulos loan la innata nobleza, inocencia y sabidur¨ªa de todos cuantos ¡ªviviendo y trabajando en Catalu?a, como Pujol dispuso¡ª comulgan con su idilio y se derraman por los caminos, desde Portbou a Alcanar, voceando su evangelio. O el bienintencionado aunque pasmoso candor con que, a semejanza de Iglesias, Fern¨¢ndez o Colau, incontables activistas de la nueva izquierda resucitan el catecismo del pueblo unido que no ser¨¢ vencido jam¨¢s, como si en efecto integrasen una comunidad homog¨¦nea y mancillada, y no una sociedad ¡ªy una humanidad¡ª ¨ªntimamente heterog¨¦nea y ambigua.
Cu¨¢n desiguales son de facto los ciudadanos, m¨¢s all¨¢ de su igualdad de iure, y cu¨¢n desigualmente responsables de la derrota que toma la navegaci¨®n colectiva.
Albert Chill¨®n es profesor de la UAB y escritor
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